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País Vasco
En un rincón recóndito de la costa vizcaína, donde el verde de los montes se funde con el azul del Cantábrico, se encuentra Ea, un diminuto pueblo que bien podría pasar por una versión vasca de Venecia. Su nombre, tan corto como enigmático, no refleja ni de lejos la riqueza histórica, arquitectónica y paisajística que esconde entre sus callejuelas empedradas y puentes de piedra. En 2025, este destino sigue siendo una joya casi secreta para el turismo nacional, pero quien lo descubre difícilmente lo olvida.
El nombre Ea, con sólo dos letras, ostenta el curioso récord de ser la localidad con el nombre más corto de toda España. Pero más allá de esa singularidad lingüística, esta localidad es un testimonio vivo de la historia marinera del País Vasco. Aunque la zona estuvo habitada desde la antigüedad, el actual núcleo urbano comenzó a consolidarse en el siglo XVI, cuando la pesca se convirtió en la principal actividad económica.
Antes de eso, el territorio estaba fragmentado en dos pequeños barrios, Bedarona y Natxitua, que pertenecían a distintas casas nobiliarias y llegaron incluso a enfrentarse durante las guerras de bandos del medievo. La ría que hoy vertebra el casco urbano de Ea actuó entonces como frontera natural, aunque con el tiempo se convirtió en el corazón del nuevo municipio.
Una de las imágenes más características de Ea es la ría que lo atraviesa de parte a parte, acompañada por pequeños puentes de piedra que conectan las dos orillas del pueblo. Esa disposición urbana, inusual en localidades tan pequeñas, ha llevado a muchos a compararlo con Venecia, aunque en una escala infinitamente más modesta y con un marcado sabor vasco.
El más famoso de estos puentes, conocido popularmente como el “puente romano”, no es en realidad de época romana, pero su estructura arqueada y su ubicación lo han convertido en uno de los símbolos más fotografiados de Ea.
A lo largo del cauce, las fachadas de casas blancas con ventanas de colores, los balcones adornados con flores y los reflejos del agua construyen una postal de ensueño que sorprende a todo aquel que se acerca por primera vez.
Para un pueblo que apenas supera los 800 habitantes, el número de templos religiosos es asombroso: cuatro iglesias y tres ermitas. Esta abundancia es el legado de su pasado dividido y de la fuerte vida espiritual que ha marcado la identidad de la comunidad. La iglesia de San Juan Bautista, situada en el centro del pueblo, destaca por su arquitectura barroca con elementos renacentistas, mientras que la iglesia de San Pedro, en Bedarona, y la de Santa María de la Consolación, en Natxitua, completan el trío principal de lugares de culto.
Junto a este patrimonio eclesiástico, destaca el Belletxe, una singular construcción de madera sobre pilares, situada en el muelle. Utilizada tradicionalmente para guardar redes y aparejos de pesca, el Belletxe es hoy un símbolo de la identidad local, hasta el punto de figurar en el escudo del municipio.
Pese a su reducido tamaño, Ea ofrece una pequeña playa en la desembocadura de la ría, muy apreciada en los meses de verano por quienes buscan tranquilidad y un entorno familiar. Desde su puerto, es posible realizar excursiones en barco o a pie por rutas que conectan con la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, una de las joyas ecológicas del País Vasco.
A escasa distancia, otros destinos costeros como Lekeitio, Elantxobe o Bermeo permiten al visitante ampliar su escapada con paisajes marinos, buena gastronomía y cultura vasca auténtica.
Ea es un lugar que se resiste a la masificación turística, pero que guarda en su sencillez una belleza serena y atemporal. Sus puentes, su ría y su historia construyen un relato que parecen salidos de otro tiempo. No hace falta viajar a Italia para encontrar una “pequeña Venecia”: a veces, lo extraordinario está mucho más cerca de lo que creemos.
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