Coronavirus
Confesiones de una anestesista de La Paz: “La presión emocional de ver cómo tus compañeros van cayendo es tremenda”
“Este virus es muy cabrón. Produce una gravísima afectación multiorgánica, más allá de los pulmones y la neumonía inicial”, explica esta médico del hospital madrileño
Isabel Ibáñez es médico anestesista, joven, trabaja en el macrohospital madrileño de La Paz y ama su profesión. La crisis sanitaria del coronavirus la ha llevado a vivir situaciones límite, ha perdido a varios compañeros por el camino, ha visto morir a madres veinteañeras que dejaban atrás a una niña de corta edad, ha tenido que suplicar para que le practiquen un test... Y, además, tiene miedo. Miedo a que tomen represalias contra ella por contar descarnadamente las miserias y carencias de uno de los hospitales de referencia en España. Y por eso, precisamente, oculta su identidad bajo un nombre ficticio. Este es su relato.
"Esta es una enfermedad nueva, desconocida, a la que nos enfrentamos con poca información y muchas veces información contradictoria. La verdad es que a nivel científico es una situación sin precedentes, en la que las revistas científicas han publicado casi cualquier cosa, y con el tiempo hemos ido comprobando la falta de evidencia de la mayoría. Este virus es muy cabrón; produce una gravísima afectación multiorgánica, más allá de los pulmones y la neumonía inicial. Además, estamos conviviendo no sólo con la enfermedad, sino con el drama social que esto supone: se informa a las familias por teléfono, las familias viven con la angustia de no poder ver a su ser querido, y si algún paciente fallece, se les informa igualmente por teléfono. No podrán velar a su familiar y recibirán en su casa las cenizas. Junto con esto, se destapan por supuesto las situaciones sociales más dramáticas.
Por ejemplo, tener una paciente muy, muy joven con una niña en casa, que terminó falleciendo. Esa mujer era el sustento de su hija, y compartía los gastos con una familiar con la que vivía, y que probablemente ahora tenga dificultades para cuidar de esa niña".
"Y luego está la presión emocional y psicológica de ver cómo tus compañeros van cayendo a tu alrededor. Enferman muchos, pero es que algunos acaban muy graves ingresados en UCIs. Tenemos compañeros por los que estamos en vilo varios dias, y llega el momento en el que tienes que hacer un homenaje improvisado en la calle para un jefe de servicio que ha fallecido, con el que has compartido algunos, o muchos, momentos en tu trabajo. Es muy difícil asimilar que esta gente no ha enfermado por pasear por la calle, o irse de viaje... ha fallecido por estar en su puesto de trabajo en un momento en el que no se sabía mucho del virus, no estaba tan presente entre nosotros, pero estaba allí. Esto ha sido muy fuerte. Muchos de los compañeros que han caído pronto lo han hecho porque, aunque era un tiempo en el que empezaban a verse algunos casos, la enfermedad no se consideró de suficiente entidad como para empezar a cerrar actividad, y seguimos cumpliendo con nuestra labor normal, desprotegidos y expuestos, y eso hizo que muchos compañeros enfermasen y, en el peor de los casos, hayan muerto. Hay compañeros que enferman y, teniendo conocimiento de lo que esta enfermedad implica, están en su casa dándole vueltas a la cabeza y pensando en qué momento se van a encontrar peor, van a tener esa neumonía grave que te lleva a la UCI o esa embolia pulmonar que, directamente, te mata".
“No somos héroes, y sobre todo no estamos equipados para ser héroes. He de decir que en nuestro hospital, al menos en las unidades de críticos, hemos contado con EPIs [equipos de protección individual] aceptables en comparación con los compañeros de otros hospitales, que han estado fabricando EPIs ellos mismos con bolsas de basura. Sin embargo, cada noticia sobre “mascarillas defectuosas” es una patada en el estómago. Tenemos miedo. Estamos trabajando en unidades que no están preparadas para esto, a muchos niveles. Durante la fase más dura de la pandemia, el primer mes o mes y medio, se nos restringía el material porque “no había suficiente”. Tenías que pensar muy seriamente cada vez que entrabas a ver a los pacientes si “es estrictamente necesaria” una FFP3 o me apaño con una FFP2 [tipos de mascarillas] ¿Voy a manipular secreciones? ¿Voy a manipular la vía aérea? ¿Sólo voy a tocar un respirador? El problema es que nuestro trabajo es altamente variable, y puedes entrar a una cosa y que te surjan 10.000 más; sobre todo en estas condiciones, en las que repartimos la carga de trabajo, porque estar una hora con el EPI es un infierno, y no digamos ya las dos o tres horas que pasamos en muchas ocasiones. Así nos va, más de 30.000 personas entre el personal sanitario contagiadas, y muchas trabajando”.
“No somos héroes porque a los héroes se les respeta, se les trata con dignidad y se les protege. Supongo que imagináis lo que se debe sentir cuando tienes que suplicar para que te hagan un test de coronavirus cuando estás sintomático; cuando no lo estamos es que ni lo intentamos. Y lo peor de todo: no es porque te quieras ir a tu casa, sino porque sabemos que ser positivo y pasearte por un hospital es poner en riesgo la vida de tus pacientes y la de tus compañeros. Es una enfermedad que puede ser asintomática, y aquí estamos muchos convencidos de que la hemos pasado o la tenemos, pero no lo podremos saber. Además, compartimos la sensación de que cuando todo esto acabe, la gente se olvidará de nuestra labor y de la necesidad de proteger la sanidad pública. No nos apoyarán cuando reclamemos derechos laborales. Tened en cuenta que no están renovando a mucha gente que tenía contratos precarios antes de que empezase todo esto, y que lo han dado todo durante la crisis. Ya no cuento lo que va a ocurrir con los médicos residentes. Sin ellos, no habría sido posible hacer frente a tantísima carga de trabajo. Y, sin embargo, primero estuvieron a punto de prolongarles la residencia (esto ha cambiado, afortunadamente), pero ahora es que se enfrentan a que acabe su residencia y no se les contrate en sus centros, y salen al mercado laboral en un momento muy dificil, en el que no puedes ir a ver hospitales y hablar con los jefes de servicio y presentarte. Es como darles una patada en el culo después de todo lo que han hecho por los pacientes y por la sanidad pública”.
“Por último, me gustaría destacar el papel de los anestesistas en todo esto. Habitualmente nuestro trabajo se ejerce en la sombra, no se nos considera prácticamente para nada, y una parte de la población no sabe qué hacemos, más allá de dormir a la gente, y hasta piensa que no somos médicos, que somos técnicos o algo así. Pues bien, este es el momento de decir que somos mucho más. Que somos unos profesionales que trabajamos diariamente en situaciones límite, y que estamos acostumbrados a vivir circunstancias de riesgo vital. Somos los encargados de mantener a un paciente estable, sin que sienta dolor y sin que recuerde nada de lo que le ha ocurrido mientras un cirujano le operaba. Durante esta pandemia, cuando en las noticias se ha dicho que en tal hospital se abrían “X camas de UCI”, lo que no han dicho es que la mayoría de esas camas las han llevado anestesistas. Me gustaría destacar que una cama de cuidados críticos no es sólo una cama con un respirador. No todo vale. Es una cama con un respirador de críticos (hemos trabajado tambien con respiradores de quirófano, que no son iguales ni tan adecuados), con una enfermera entrenada, auxiliares y celadores entrenados, y con un montón de dispositivos y fármacos (bombas de perfusión continua, sondas especiales, monitores complejos, equipos de hemodiálisis, fármacos de sedación prolongada, drogas vasoactivas...). En La Paz se han abierto 149 camas de críticos, 80 de las cuales han sido llevadas por anestesistas. Sin embargo, el reconocimiento es nulo. Todo se mete en el término UCI e intensivistas. Tenía que decirlo”.
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