Coronavirus

Vacuna del coronavirus: ¿Quién pondrá esta vez el pie en la luna?

La historia de la vacuna rusa ha estado salpicada de sucesos extraordinarios desde hace meses.

El nuevo teatro de operaciones no contiene silos nucleares en la frontera con Finlandia ni coordenadas espaciales donde poner en órbita un satélite espía. La guerra fría ahora se despacha en los laboratorios farmacéuticos. Y Rusia, como cuando envió al espacio al primer ser humano, ha dado primero. ¿Cómo es posible que un país sin dilatada experiencia en la fabricación de nuevos fármacos parezca haberse colocado líder en la carrera por la vacuna contra la Covid-19? Aparentemente, pisando los arcenes de la carretera y saltándose algunas curvas. El planteamiento ruso en esta competición podría catalogarse, cuanto menos, de poco ortodoxo.

Para empezar, el anuncio no sigue los protocolos científicos de publicación en una revista de referencia. Se trata de una comunicación al alimón entre el ministerio de Sanidad y el propio Putin que tiene más valor propagandístico que científico. Lo que más sorprende es el acortamiento radical de los tiempos de ensayo clínico. En apenas un par de semanas se han obtenido, supuestamente, resultados que en condiciones normales requieren meses. La fase III de ensayo de la vacuna rusa ha contado con algunos centenares de pacientes reclutados entre el ejército y algunos voluntarios ciertamente curiosos (la familia de Kirill Dimitriev, CEO del Fondo de Riqueza Soberana Rusa y la hija de Putin entre ellos).

La historia de la vacuna rusa ha estado salpicada de sucesos extraordinarios desde hace meses. Fuentes gubernamentales de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido acusaron a grupos de hackers chinos y rusos de atacar la seguridad informática de los laboratorios de investigación occidentales con el fin de ralentizar las investigaciones u obtener información sensible. En realidad Rusia no necesita robar información de la vacuna a nadie porque, entre otras cosas, ha firmado un acuerdo con AstraZeneca (desarrolladora de la vacuna de Oxford) para convertirse en país productor del fármaco y distribuirlo a medio mundo.

Aun así, las relaciones entre Rusia y Estados Unidos en torno a la vacuna han sido de todo menos fluidas. A principios de agosto, algunos medios rusos se hacían eco de la supuesta muerte de cinco participantes en un ensayo clínico con una vacuna americana. Según informaba ABC News, las noticias eran falsas y fueron producidas desde una página web ucraniana relacionada con el Kremlin. Al igual que otras «fake news», pronto fueron replicadas por docenas de bots hasta alcanzar gran audiencia en redes como Facebook.

La falta de claridad en el proceso y la descarnada competencia entre Este y Oeste ha alertado a algunas entidades científicas. La OMS se muestra cautelosa ante los avances rusos.¿Se están saltando las medidas de seguridad? ¿Corremos el riesgo de obtener una vacuna peligrosa?

Lo cierto es que, tanto en el caso ruso como en el chino, las vacunas que se desarrollan siguen un procedimiento especial y contarán con una autorización limitada (que es un instrumento permitido por las autoridades sanitarias para casos especialmente graves por el cual se concede permiso de uso bajo algunas condiciones y no para toda la población). Rusia usó este mecanismo para obtener una vacuna supuestamente eficaz contra el ébola.

El mundo vuelve a dividirse en dos bloques. El eje chino-ruso parece estar más dispuesto a provechar las peculiaridades del siglo XXI (investigaciones aceleradas, protocolos laxos, información difusa, redes sociales, tecnologías digitales, vías alternativas de testeo…) El eje occidental sigue anclado en la vieja salvaguarda de la seguridad, los canales científicos y la burocracia de las licencias. ¿Quién pondrá esta vez el pie en la Luna y, sobre todo, quién lo hará de manera segura?