Alimentación

La fatiga pandémica dispara la ingesta de azúcares y grasas

Este tipo de alimentos ingeridos continuamente favorecen una tendencia al estado emocional alterado o depresivo

Ingerir productos ultraprocesados de manera continua favorece el estado emocional depresivo
Ingerir productos ultraprocesados de manera continua favorece el estado emocional depresivoDREAMSTIMEDreamstime

Después de un año de convivencia con el SARS-CoV-2 y de comprobar que el coronavirus es mucho más que una simple gripe resulta inevitable no caer en las garras de la denominada fatiga pandémica: la incertidumbre y la desesperación por la situación actual provocan estrés, ansiedad, insomnio, cefaleas y cuadros depresivos en más de la mitad de la población europea, principalmente entre los más jóvenes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y ese hartazgo por la situación no resulta baladí, ya que tiene una consecuencia directa en la forma de alimentarnos, hasta el punto de que se ha demostrado que la motivación afecta a la forma de comer, ya que las personas con una actitud positiva tienen más probabilidades de tomar alimentos saludables, según un estudio realizado por la Universidad de Anglia Oriental (Reino Unido).

Esa vinculación también se produce en la dirección contraria, es decir, cuanto más apatía y estrés existe, peor comemos al decantarnos por productos más insanos. «Es conocida la relación intestino-cerebro. Además, todos hemos experimentado en ocasiones esa “necesidad” de ingerir alimentos muy azucarados o palatables cuando el estado de ánimo decae. En nuestro organismo se producen determinadas reacciones químicas que nos llevan a pensar que necesitamos consumir ciertos alimentos que no son precisamente los que más nos convienen. En situaciones de estrés, ansiedad, depresión, etc., además, podemos experimentar un aumento del apetito y la alteración en el control de la saciedad», asegura Mónica Pérez, presidenta de la Asociación Pro-Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Extremadura, quien hace hincapié en que «las situaciones de estrés acarrean alteraciones también en el cortisol, cuya elevación crónica se asocia a mayor resistencia a la insulina, a mayor apetito e inflamación».

Ante la apatía, el miedo y el estrés, la despensa se llena de productos poco saludables por una cuestión emocional. Y esto tiene una explicación, ya que «cuando aparecen las sensaciones desagradables los alimentos a los que se suele recurrir son aquellos que contienen altos contenidos de azúcares, grasas y sal. Esto es debido a que, aunque ya la comida es algo muy positivo para el ser humano, este tipo de productos nos ayudan a sentirnos mejor en el momento de ingerirlos. Además, se suele optar por ellos por la facilidad que supone obtener este tipo de recompensa, alivio y calma ante sentimientos desagradables», argumenta Silvia Ruiz Navío, psicóloga y miembro de Doctoralia, quien recuerda que «no es malo recurrir a este bienestar en momentos puntuales, el problema aparece cuando este tipo de alimentación se convierte en algo habitual».

De hecho, según advierte la psicóloga, las consecuencias a largo plazo pueden ser nefastas, ya que «hay estudios que demuestran que este tipo de alimentos ingeridos continuamente favorecen una tendencia al estado emocional alterado o depresivo. Esto es debido a que no aportan la energía suficiente para afrontar las actividades que tenemos a lo largo de un día entero, además de añadir pesadez, mayor probabilidad de que aparezcan problemas de salud y aumentar posibles pensamientos culpabilizadores y exigentes que nos empujan más a este estado de inactividad e inapetencia».

En este sentido, tal y como recuerda Pérez, «cuando ingerimos alimentos ricos en azúcar del tipo bollería, chocolate o ultraprocesados, aumenta el nivel de hormonas como la serotonina, que nos crea una falsa sensación de placer que, a medio-largo plazo, se transforma en remordimiento. Así, el consumo de estos alimentos genera un bucle en el que a mayor ingesta, más necesidad de tomarlos y agravamiento de la ansiedad».

Además de las consecuencias psicológicas, abusar de los ultraprocesados desencadena «problemas de obesidad, alteraciones metabólicas y cardiovasculares e incluso afectación cognitiva. Y el sistema inmunológico también será menos eficiente, el sistema digestivo sufrirá dolencias e incluso se producirán alteraciones en el ciclo de sueño-vigilia», advierte Pérez.