Investigación

El deseo tiene una "huella biológica" que deja la dopamina

Un experimento con topillos de la pradera desvela por qué ciertas personas despiertan en nosotros un "chute" químico, y otras no

Todas las veces que nos enamoramos
Fotograma de la serie "Todas las veces que nos enamoramos"Netflix

La atracción, el deseo y el amor están mediados por neurotransmisores cerebrales. De hecho, el proceso de enamoramiento es completamente químico: nuestro cuerpo empieza a segregar compuestos químicos como la dopamina, la norepinefrina, la feniletilamina, la oxitocina o la serotonina, entre otras, en cantidades industriales. Y va pasando de uno a otro según la etapa que estemos atravesando. Estas sustancias son las responsabled de que sintamos euforia, alegría, intimidad, intensidad, y toda la montaña rusa de emociones ligadas al amor.

De entre ellas, hay un neurotransmisor que es clave para mantener vivo el vínculo, y es la dopamina. Lo han demostrado investigadores de la Universidad de Colorado en Boulder (Estados Unidos), a través de un experimento con topillos de la pradera, animales parecidos a los humanos por que suelen elegir parejas monógamas- solo entre el 3 y el 5% de los mamíferos lo hacen-.

"Lo que hemos encontrado, esencialmente, es una firma biológica del deseo que nos ayuda a explicar por qué queremos estar con algunas personas más que con otras", declara la autora principal Zoe Donaldson, profesora asociada de neurociencia conductual en CU Boulder, según recoge Ep. En concreto, el trabajo de Donaldson, que publica la revista Current Biology, buscaba obtener nuevos conocimientos sobre lo que sucede dentro del cerebro humano para hacer posibles las relaciones íntimas y cómo lo superamos, neuroquímicamente hablando, cuando esos vínculos se rompen.

Para el estudio, los científicos utilizaron tecnología de neuroimagen de última generación para medir, en tiempo real, lo que sucede en el cerebro cuando un topillo intenta llegar a su pareja. En un escenario, el topillo tuvo que presionar una palanca para abrir la puerta de la habitación donde estaba su pareja. En otro, tuvo que saltar una valla para ese reencuentro. Mientras tanto, un pequeño sensor de fibra óptica rastreó la actividad, milisegundo a milisegundo, en el núcleo accumbens del animal, la región del cerebro que se encarga de gestionar el circuito de recompensa.

Cada vez que el sensor detecta un chorro de dopamina, "se enciende como una barra luminosa", explica otra de las investigadoras, Anne Pierce. "Cuando los topillos empujaban la palanca o trepaban la pared para ver a su compañero de vida, la fibra se iluminaba como un delirio", relata la especialista. "Y la fiesta continuó mientras se acurrucaban y se olían unos a otros. Por el contrario, cuando un topillo al azar está al otro lado de esa puerta o pared, la barra luminosa se atenúa", añade.

"Como seres humanos, todo nuestro mundo social se define básicamente por diferentes grados de deseo selectivo de interactuar con diferentes personas, ya sea su pareja romántica o sus amigos cercanos", expone Donaldson. "Esta investigación sugiere que ciertas personas dejan una huella química única en nuestro cerebro que nos impulsa a mantener estos vínculos con el tiempo".

En el mundo humano, podriamos poner el ejemplo de la diferencia de motivación entre enfrentarnos a un atasco para ir a cenar con un nuevo ligue, o un amante, o hacerlo para cenar con un simple conocido del trabajo. En el primer caso, se produciría en nuestro cerebro una "avalancha" de dopamina, que, en el segundo caso no sería más que un goteo.

Según el trabajo, esto sugiere que la dopamina no sólo es realmente importante para motivarnos a buscar a nuestra pareja, sino que en realidad hay más dopamina fluyendo a través de nuestro centro de recompensa cuando estamos con nuestra pareja que cuando estamos con un extraño.

Ayuda a superar una ruptura

En otro experimento, la pareja de topillos se mantuvo separada durante cuatro semanas, el tiempo suficiente para que los topillos en estado salvaje encontraran otra pareja. Cuando se reunieron, se recordaban el uno al otro, pero su característico aumento de dopamina casi había desaparecido. En esencia, esa huella del deseo había desaparecido. En lo que a sus cerebros se refería, su ex pareja era indistinguible de cualquier otro topillo. "Pensamos en esto como una especie de reinicio dentro del cerebro que permite al animal continuar y potencialmente formar un nuevo vínculo", incide Donaldson.

Esto podría ser una buena noticia para los seres humanos que han sufrido una ruptura dolorosa o incluso han perdido a su cónyuge, lo que sugiere que el cerebro tiene un mecanismo inherente para protegernos del amor interminable no correspondido.