Cine

Benedicto XVI

Dos Papas de película

Bergoglio y Ratzinger representan modelos de pontificado opuestos. Pero, en realidad, son dos miradas de fe reconciliadas y complementarias

Bergoglio y Ratzinger, 22/12/2018
Bergoglio y Ratzinger, 22/12/2018VATICAN MEDIA HANDOUTEFE

Un enorme cartel con la imagen de dos Papas decora estos días la Vía de la Conciliación, con vistas a la basílica de San Pedro. No son Francisco ni Benedicto XVI. O mejor dicho, no son los reales, sino los interpretados por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce en la película de Fernando Meirelles. El anuncio cuelga de un edificio propiedad de Propaganda Fide, la congregación de la Curia romana dedicada a la difusión de la fe. La Santa Sede también se rinde a la ficción, aunque la relación real entre los dos Pontífices dista mucho de la que se puede ver en la pantalla.

El 23 de marzo de 2013 se produjo un encuentro verdaderamente histórico. Francisco acudió a la residencia pontificia de Castel Gandolfo, el lugar elegido por Benedicto XVI para tomarse un respiro semanas después de haber hecho efectiva su renuncia, para visitar por primera vez a su predecesor. Ambos compartieron cerca de una hora. Charlaron y rezaron en silencio. En las crónicas quedará para siempre esa caja que contenían los documentos del Vatileaks, las filtraciones que enturbiaron el final del pontificado de Ratzinger, que fueron a parar a manos de Bergoglio.

«Somos hermanos», dijo entonces Francisco. Unos halagos sobre los que ha insistido durante estos seis años de convivencia, pero que no han sido suficientes para un sector de los medios y de la propia Iglesia, que siempre ha querido ver divisiones. Hace unos años, el que fue secretario personal del Papa emérito, Georg Gänswein, dijo que «existía de facto un ministerio extensivo, con un miembro activo y otro contemplativo», con lo que volvieron las voces de los nostálgicos con Benedicto que hablaban de un doble poder en el Vaticano. En realidad, ese doble poder no ha existido. Quien lo ejerce es solo Francisco, aunque se haya encontrado con las trabas de una serie de cardenales ultraconservadores. Ese grupo, descontento con las reformas de Bergoglio, sí que han tratado de utilizar la figura de Ratzinger como una referencia moral para su batalla. En varias ocasiones han acudido a visitarle. Y además, el pasado abril salió a la luz una carta firmada por el Papa emérito en la que relacionaba los abusos sexuales en la Iglesia con una falta de moral surgida tras el Concilio Vaticano II y la revolución sexual del mayo del 68. El texto ofreció a estos opositores una fenomenal plataforma para acentuar sus críticas a la apertura del Papa argentino.

No hubo ningún comentario oficial desde el Vaticano. Francisco se ha cansado de repetir que Benedicto «sigue sirviendo a la Iglesia y no deja de contribuir con vigor y sabiduría a su crecimiento». Suele felicitarle por sus cumpleaños o cada vez que la Iglesia celebra un acontecimiento de especial importancia. Lo cita a menudo en sus discursos. Y no deja de visitarlo, como se hace periódicamente con un familiar cercano. La última vez fue durante el consistorio por la creación de 13 nuevos cardenales, que se celebró el pasado octubre en el Vaticano. Los nuevos purpurados se arrodillaron uno a uno ante el Papa emérito, que los saludó con cariñoso afecto.

Salud delicada

A sus 92 años, el estado de salud de Benedicto XVI es delicado. Aunque sus colaboradores más íntimos insisten en que mentalmente todavía se encuentra completamente lúcido. Para acudir a estas visitas, a Bergoglio ya no le hace falta el helicóptero con dirección a Castel Gandolfo, como en aquella ocasión de 2013, sino que le basta con caminar unos pasos para salir de su residencia de Santa Marta hasta el convento Mater Ecclesiae, donde vive actualmente Ratzinger. Ha habido otros momentos en la historia en los que han convivido dos Papas, pero nunca habían sido vecinos en el Vaticano.

En todo este tiempo Benedicto XVI no ha dejado de vestir de blanco ni ha renunciado a su nombre como Pontífice para volver a Joseph Ratzinger. Se trata de cuestiones simbólicas, que demuestran la altura moral que todavía ejerce el Papa emérito. El profesor de Derecho Canónico Stefano Violi escribió hace unos años un ensayo en el que defendía que desde un punto de vista teológico todo Pontífice cuenta con una obligación espiritual de la que no se puede desprender pese a haber presentado su renuncia. Los dos Papas representan visiones distintas de la Iglesia, pero han sabido mantener en todo este tiempo una cordial convivencia. Lo que es bastante improbable es que ayer quedaran para ver juntos el clásico entre Barcelona y Real Madrid, como hacen los personajes de Fernando Meirelles. No hay que perder de vista que su película, «Los dos papas», que se estrenará el 20 de diciembre , es solo ficción.

Netflix quiere el Vaticano en los Oscar

Fernando Meirelles es un verdadero contador de historias. Incluso en una lengua que no es la suya –habla bastante bien el castellano, aunque afirme lo contrario– el cineasta brasilero logra convertir cada una de sus respuestas en una anécdota. Como la de las medias lunas argentinas que le sirvieron en el Vaticano a Jorge Bergoglio en su primer día como Papa. «Cuando las vio, dijo: “¡Qué maravilla!”. Tomó la bandeja entera de medias lunas, salió de la cafetería y fue hasta la casa de Benedicto VXI, a pie, con la bandeja en las manos, para que él probara esa delicatessen argentina», cuenta Meirelles.

En «Los dos Papas» –se estrena mañana en Netflix, aunque ya está en las salas de cine– quiso reflejar esa intimidad que surgió entre dos hombres que, en el punto de partida, no tenían nada en común. Eran rivales, incluso. En el cónclave posterior a la muerte de Juan Pablo II los votos de los cardenales estaban divididos entre Joseph Ratzinger y Jorge Bergoglio, aunque finalmente fue el primero quien salió ganador. Al ritmo de «Dancing Queen» –uno de los tantos guiños humorísticos que introduce Meirelles–, el filme se adentra en los bastidores del Vaticano y sus juegos de poder. Aunque pronto pasa al universo privado de Benedicto XVI a través de sus encuentros con Bergoglio, quien lo visita en Roma para pedirle que acepte su renuncia. Como sabemos, será finalmente Ratzinger quien deje su puesto como sucesor de San Pedro para que lo tome Francisco en marzo de 2013.

Meirelles explica que «se encontraron tres veces entre los dos cónclaves. Nadie estaba presente, así que no se sabe lo que conversaron, pero los encuentros sucedieron». En el filme, los largos diálogos entre ambos están basados en ideas que ambos Papas han dejado por escrito o pronunciado en entrevistas y sermones. Numerosos detalles, como el gusto de Ratzinger por la Fanta, son también fieles a la realidad. Otras anécdotas verídicas sirvieron al cineasta para establecer el tono del filme, de manera que no se tratara tan solo de «dos hombres mayores hablando de filosofía»: «La película comienza con el Papa Francisco intentando hacer una reserva de un vuelo. Eso sucedió en realidad, y pensé que era interesante abrir con ello porque le dice al espectador: “Este va a ser un filme diferente de lo que pensabas”». A su favor juegan también los dos protagonistas: Anthony Hopkins es un Ratzinger contenido y duro, mientras que Jonathan Pryce, que guarda un enorme parecido con Francisco, derrocha encanto y espontaneidad. Meirelles asegura que la manera de ambos de enfrentarse a la actuación es también diametralmente opuesta, ya que Hopkins aborda su trabajo «con la disciplina de un pianista», mientras que él mismo y Pryce son amigos de la improvisación. Cuenta también que «para Pryce, Anthony es como su Papa».

La renuncia de Benedicto XVI llegó en un momento de crisis para la Iglesia, cuando se destapó la corrupción que existe en la institución, así como los escándalos de abusos a niños por parte de sacerdotes, entre ellos Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo. Pero el filme de Meirelles pasa casi de puntillas por el asunto. Para el director, entrar más profundamente en el tema habría creado «un desbalance» en una historia que deseaba centrarse en la figura de Bergoglio. Otra anécdota ejemplifica cuán blando es el filme en este aspecto: «El lunes pasado hicimos una proyección para algunas personas del Vaticano, entre ellas, el cardenal Turkson, de Ghana. Al final de la película le pregunté si había sido muy duro con la Iglesia, y él me contestó: “No, no. Fue muy leve. Esperaba que fuera peor”. Y Turkson es uno de los cardenales más cercanos a Benedicto...», cuenta Meirelles.

Se describe a sí mismo como «un gran fan del Papa Francisco», aunque no es un hombre religioso. Confiesa también que esperaba que éste impulsara cambios más importantes, como redefinir el rol femenino en la institución. «Las mujeres no cuentan para la Iglesia, es absurdo. Si algún día me encontrara al Papa, le diría: “Por favor, ¿en qué siglos estamos?”», asegura. Pero eso no quiere decir que no comulgue con el Pontífice en otros aspectos: «Lo que me atrajo a la película es la agenda política de Francisco, que tiene que ver con la de “Ciudad de Dios”. El Papa se centra en la exclusión y la pobreza, un tema recurrente en mis filmes», asegura. Hace referencia igualmente a «Laudato Si», la encíclica de Francisco en la que «habla del planeta como una casa común y pide que cuidemos de él» y que toma como base datos científicos. «Es extraordinario que un hombre de la Iglesia escriba basándose en la ciencia, mientras nuestros líderes políticos redactan las leyes y los acuerdos según sus creencias personales, como ha hecho Bolsonaro, que no cree en la crisis climática. Es curioso», afirma con ironía.