Doble batalla

Cuando los sanitarios son pacientes

Libraron su propia lucha contra el cáncer y llevan casi un año en primera línea contra la Covid-19. En lugar de eludir la pandemia le han plantado cara

Sanitarios que vencieron al cáncer y están en primera línea contra la Covid
Sanitarios que vencieron al cáncer y están en primera línea contra la CovidAlberto R. RoldánLa Razón

Gema Gómez García acaba de salir de guardia y ha sido un turno agotador. Lleva casi dos décadas en el Hospital Universitario de Móstoles, donde presta servicio en la Urgencia, pero el último año la lucha contra la Covid-19 lo ha acaparado todo. Solo en la noche del lunes al martes vieron unos 140 casos sospechosos de coronavirus; a ella le tocaron 24. A pesar del cansancio, Gema suena vital y animada al otro lado del teléfono. La lucha contra la pandemia es la segunda gran batalla que libra a sus 47 años.

Gema Gómez García, médico del Hospital Universitario de Móstoles
Gema Gómez García, médico del Hospital Universitario de MóstolesAlberto R. RoldánLa Razón

A finales de 2017, el 30 de noviembre para ser más exactos, su mundo se detuvo en seco. Le habían encontrado un nódulo en la axila que desembocó posteriormente en un diagnóstico de cáncer de pecho triple negativo, el más agresivo posible. «Uf, lo pasé fatal, sobre todo por mis hijos, Jorge y Adán, y por mi marido, Sergio, que es el mejor del mundo», recuerda. Lo que más le inquietaba era no poder verlos crecer, que la vida que había construido con su familia, «con mis chicos», se le fuera al traste. Asegura que «no tuve miedo por mí, yo no soy de grandes retos, no quiero escalar el Himalaya ni nada parecido, solo poder disfrutar de los míos».

Si hay algo que esta médico tenía muy claro es que hay que disfrutar del momento, y con esa misma filosofía afrontó las interminables sesiones de quimioterapia y la posterior cirugía. Con solo 26 años perdió a su madre por un cáncer de útero y aquella experiencia traumática, en lugar de hacerla más frágil, le forjó el carácter. Tanto es así que, después de cada chute de «veneno», salía a correr sus cinco o seis kilómetros sin faltar un día. Cree que esta enfermedad es más dura desde el punto de vista mental que físico: «Quitando el tema del pelo y de las uñas yo llevé la quimio fenomenal, podía incluso haber trabajado. No tuve ni un solo vómito, ni un mal cuerpo. Mi marido me rapó la cabeza y me puse mi peluca, pero mis hijos me veían tan bien que decían que me la quitara».

A principios de 2019, apenas un año después de que le detectaran la enfermedad, Gema se reincorporó a su puesto. Apenas le quedó como secuela un poco de fibrosis pulmonar que no le dio mucha guerra. Al menos hasta que irrumpió en el mundo entero el maldito virus de la Covid-19.

Confiesa que sintió miedo de contagiarse porque, como afirma entre risas, «yo es que me lo llevo todo». Efectivamente, así fue. Calcula que la infección se produjo en una guardia en torno al 13 de marzo, cuando aún no teníamos ni el menor indicio de lo que se nos venía a todos encima. Gema estuvo malísima, con mucha fiebre y neumonía, pero lo pasó en su casa. No quería ni oír hablar de ingresarse porque le aterraba la posibilidad de acabar intubada, una inconsciencia que ahora, vista desde la distancia, achaca a la encefalitis que causa el virus. «Lo pasé peor con la Covid que con la quimioterapia. No me podía ni dar la vuelta en la cama. El cansancio era extremo y los dolores musculares, terribles. Fatiga, disnea, tuve todos los síntomas. No podía ni respirar, me ahogaba todo el rato», recuerda.

Hubo un momento en que pensó que «a ver si este bicho iba a poder más que el otro», pero, una vez más Gema logró salir de aquella: «Al parecer tampoco era mi momento, el coronavirus fue otra cruz de la que me libré».

Ya van don veces en las que esta médico está «en el otro lado», en la parte más vulnerable de la trinchera o, como ella dice, en los zapatos de un «28(4)», las cifras que encabezan el código médico de los pacientes. De su experiencia como paciente oncológica cree que sacó una mayor cercanía con los enfermos, a los que «hago bromas, les toco, trato de hacerles sentir mejor, más relajados». Ella sabe bien lo que se agradece una palabra amable cuando te embarga el miedo, «una sonrisa de ánimo».

Revisiones superadas

Nunca se planteó ahorrarse la experiencia de estar en primera línea contra la Covid-19. Y eso que reconoce que resulta agotador porque cada día es lo mismo, casi el cien por cien de los pacientes que ven padecen el mismo mal y ella eligió la Urgencia «precisamente para escapar de la monotonía». Pero está feliz de poder ser de utilidad, de ejercer la profesión que adora y de ir superando etapas tras su cáncer una detrás de otra. ¿Y cuándo deja uno de sentir miedo? Gema responde que el primer año y medio «mentalmente es mortal», no te ríes igual, «siempre tienes ahí una espinita clavada». Pero, poco a poco, se va recuperando la normalidad, «te sientes bien y no te duele nada», solo «estás atacada» los dos o tres días anteriores a las revisiones, que ya son cada cuatro meses.

Igual que Gema, Joaquín Salamanca pasó por un via crucis doble. No se conocen, pero sus vidas tienen un paralelismo claro. Este médico de Familia de 62 años perdió también a su padre por un cáncer, un hepatocarcinoma. En su caso, la dura experiencia le haría abandonar su profesión, una vocación que acaba de retomar hace apenas nueve años. Corría el año 88 y Joaquín se vio en la dramática tesitura de tener que decidir sobre el tratamiento de su padre, ingresado en el Hospital de La Paz. En aquella época no se realizaban trasplantes hepáticos y pensó que había llegado el momento «de que descansara en paz». No duda de que era lo correcto, aunque el peso de aquella responsabilidad le costó caro.

Joaquín, médico del Servicio de Atención Rural de Morata de Tajuña
Joaquín, médico del Servicio de Atención Rural de Morata de TajuñaAlberto R. RoldánLa Razón

Ahora presta servicio en la Urgencia rural de Morata de Tajuña y en el Centro de Atención Primaria Peña Prieta (Vallecas) y recuerda que «cuando empecé a todos les extrañaba ver a un residente de 55 años». Aprobó el MIR en dos ocasiones, pero cuando ya era un R3 el cáncer se cruzó en su camino. Fue una hemorragia masiva en la orina lo que desató las alarmas y durante una rotación en verano de 2017 «con una médico fantástica del Gregorio Marañón se lo comenté y me pidió una analítica en el momento». Descartado el mejor escenario, que se tratara de la próstata, le confirmaron que tenía un tumor muy grande en la vejiga, de 8 por 3,5 centímetros. «Según me hacía la prueba, al ecógrafo se le iba cambiando el color de la cara. Me operaron hasta por tres ocasiones porque no lograban extirpar el tumor del todo».

A las cirugías seguiría un año de tratamiento con quimioterapia intravesical, administrada por la uretra. Al principio, una vez a la semana antes de pasar a espaciar las sesiones con un mes de diferencia. «Me daba la quimio y me iba a mis guardias, después de la tercera operación ya solicité el alta y me la dieron. La verdad es que tuve que insistirle bastante, pero es que me encontraba relativamente bien», cuenta.

El primer día de tratamiento entró a hacer el turno que le tocaba por la tarde. Trataba de hacer «la vida más normal posible», un concepto que para el resto de los mortales significaría salir a dar un paseo o tomar una café en una terraza. Nada que ver con dedicarse a cuidar a otros. Y es que algo especial han de tener dentro estos sanitarios que anteponen el bien de los demás a su propio sufrimiento. Joaquín dice que él siempre sintió la llamada de la Medicina. Y eso que no hay tradición alguna en su familia: «No levantaba tres palmos del suelo y ya sabía a lo que quería dedicarme». Su mujer es enfermera, pero ninguna de sus dos hijas han decidido seguir sus pasos.

Un año y medio después de aquella rotación en el Marañón, Joaquín dio por concluida la parte más intensa de su proceso oncológico. Ahora sigue acudiendo a sus revisiones y trata de cuidarse un poco más que antes. Sin embargo, se considera el mismo de siempre, con la misma actitud en el trato con los pacientes, que en este último año han estado amenazados por la sombra alargada del coronavirus. Él también se ha contagiado, fue en septiembre al cruzarse en una guardia con otro sanitario que estaba infectado. Esta vez tuvo suerte y pasó la Covid-19 sin apenas síntomas. Igual que Gema, ha estado al pie del cañón contra viento y marea: «Me resultó muy duro ver a los abuelillos que llegaban con tos y en solo cuatro días se habían muerto».

Joaquín Salamanca cree que la Covid «se ha llevado a demasiada gente, a muchos más de los que les tocaba». Dice que cuando enfermó de cáncer él no tuvo miedo, solo «me preocupaba que me afectara a mi trayectoria profesional». Había esperado mucho para retomar su pasión y le causaba un gran malestar pensar que la enfermedad le dejara incapacitado. «Finalmente, tuve suerte porque me salvaron la vejiga, con lo que me mantengo igual de autónomo y operativo que antes. El tumor no infiltraba, salía hacia dentro, así que, afortunadamente, no cambió la vida».

Reconoce que, ahora, hay ciertos pacientes oncológicos que le tocan «la fibra sensible», pero que él empatizaba con los enfermos antes de su propio cáncer y sigue haciéndolo. Lo cierto es que podía haber esquivado ver a pacientes Covid, igual que han hecho otros compañeros, pero es algo que le parece impensable: «No lo entiendo, yo hago lo mismo que el resto, y si me toca, me toca. El coronavirus me da respeto, no miedo».

Gloria Morgado nos recibe a las puertas del Hospital Gregorio Marañón, donde ejerce como enfermera de UVI en la unidad coronaria. Su lucha para sacar adelante a los pacientes más críticos es directamente proporcional a la batalla personal que ha vivido para derrotar al cáncer. Ella, pese a ser personal vulnerable por su historial oncológico, optó por estar desde el primer momento al pie del cañón y, ataviada con todas las medidas de protección posibles, ha atendido a miles de pacientes de coronavirus: «Con mucho miedo, pero es lo que tocaba. Algunos compañeros me decían que por qué no me cogía la baja, que después de haber tenido cáncer me podía pasar algo, pero sentí que tenía que estar ahí, que yo podía, no veía ningún problema. Es una dureza que te sale de lo más profundo. Recuerdo mi primer ingreso de paciente Covid en marzo. Me abracé a la auxiliar, nos pusimos el EPI y adelante. Fue muy duro».

Gloria, enfermera del Hospital Gregorio Marañón de Madrid
Gloria, enfermera del Hospital Gregorio Marañón de MadridAlberto R. RoldánLa Razón

Cuando veía a pacientes «tan malitos» a Morgado le resultaba inevitable recordar por lo que ella había pasado. Le diagnosticaron cuando tenía 35 años cáncer de mama. Una exploración manual en casa detectó un bulto. «Se pilló a tiempo, si no, sé dónde estaría ahora». Después vino la operación, le extirparon parte del pecho, luego la quimio y la caída del cabello. «Fue una etapa muy dura, pero por suerte lo superé. Ahora continúo con mis revisiones periódicas, ya que al haber sufrido la enfermedad a una edad tan temprana existen mayores riesgos». Es más, en este momento con lo que sueña esta enfermera todoterreno es con ser madre: «Congelé los óvulos para intentarlo una vez superara la enfermedad. Veremos si es posible». David, su pareja y a quien «precisamente conocí cuando estaba calva, fíjate qué cosas, ha sido uno de mis mayores apoyos», reconoce.

De todo el calvario sanitario por el que ha pasado debido su enfermedad, Morgado asegura que ha sacado muchas lecciones: «Principalmente, el comprender el miedo que padecemos y sufren las personas enfermas, la sensación de vulnerabilidad. En cuanto entras en un hospital y te despojas de tus pertenencias, te ponen un camisón de lunares, lo pierdes todo. Claro que antes de mi cáncer entendía el dolor de los pacientes, pero el haber estado al otro lado me ha cambiado en mi manera de trabajar. Es muy dura la soledad del paciente y con el coronavirus aún más. Personas que han estado y que siguen estando muy enfermas y no nos tienen más que a los sanitarios a su lado, que sus familiares están lejos y eres tú quien tiene que darles la mano. Cualquier gesto cuenta».

Todavía se emociona cuando recuerda uno de los casos más duros a los que se ha enfrentado durante la pandemia: «Se nos fue una chica de 31 años. Qué horror. Llevaba más de tres meses ingresada, había estado muy grave pero parecía que se recuperaba. De repente tuvo una hemorragia cerebral y se nos fue. Es terrible». De su experiencia, dice, también ha sacado la energía de decirles a los enfermos que hay que ser fuerte y pensar que hay cura: «Algunos me responden que qué sabré yo de eso, y les respondo que más de lo que se imaginan, que también he estado donde ellos se encuentran ahora y que no hay que venirse abajo. Sé que es difícil su situación, pero quizá mis palabras les animen».

Para Morgado, la enfermedad «forma parte de la vida, nadie estamos libres y, cuando te dan una mala noticia no hay que pensar ¿por qué a mí?, sino ¿por qué no a mí? Eso te ayuda a coger impulso y luchar por tu vida». Un esfuerzo personal que, según ella, debe ir de la mano con la apuesta por la investigación: «Si en unos meses hemos tenido una vacuna contra la Covid, por qué no hemos encontrado una cura definitiva para el cáncer. Cuando hay voluntad, las cosas se pueden conseguir».

Una lección de vida

Un espíritu de lucha que comparte con Violeta Rodríguez, jefa del Servicio de Urgencias y Críticos del Hospital Vithas Almería, que está, desde el primer día, al frente de la lucha contra el coronavirus. De hecho, es la coordinadora de todos los protocolos del centro, así como de la gestión y supervisión de los mismos. A sus 37 años, ya ha probado el amargo sabor de la enfermedad. Le detectaron un cáncer de pecho en estado avanzado que la obligó a someterse a cirugía, radio y quimioterapia. «Me extirparon todos los ganglios linfáticos del brazo derecho con las consecuencias que eso tiene y que ahora arrastro», dice.

Violeta Rodríguez, jefa del Servicio de Urgencias y Críticos del Hospital Vithas Almería
Violeta Rodríguez, jefa del Servicio de Urgencias y Críticos del Hospital Vithas AlmeríaLa RazónLa Razón

«Cuando pasas por una experiencia difícil y te ves vulnerable como paciente, te das cuenta de que, como médico, debes comprender al paciente en su integridad. Es necesaria la implicación emocional y la dedicación plena, comprender la envergadura de la situación que atraviesa». Rodríguez recuerda a día de hoy «la solidaridad de muchos de mis compañeros cuando estaba mala. Por ejemplo, como anécdota, ellos fueron los que en su momento hicieron una colecta para comprarme una peluca porque yo, por aquel entonces, no me lo podía permitir. Todo lo que viví en aquel momento no se olvida».

Para ella existe una conexión muy fuerte entre su experiencia como paciente oncológica y el coronavirus. «Nadie puede elegir cuándo y cómo muere, pero sí en lo que quiere emplear lo que tiene de vida. Superar el cáncer me ha hecho ser consciente de mi fuerza y valentía. Ayudar a otros a poder encontrar esa fuerza y luchar por la vida es lo que me mantiene en vilo en primera línea y lo hará hasta el último de mis días».

Y es que cuando a ella le dieron la noticia del tumor en su pecho, lo primero que pensó fue en que jamás podría volver a su puesto de trabajo, pero el resultado fue todo lo contrario, regresó con más ganas y determinación. «Pero cuando atraviesas una experiencia así y la vocación va por dentro, quieres vivir más que nunca, yo por eso he seguido en primera línea y he aceptado que es parte de mi destino y del proyecto de vida que me ha tocado. Es algo así como lo que les ocurre a los curas, que sienten una llamada especial de Dios. Nosotros sentimos lo mismo como médicos».

Es más, pese a lo difícil que fue para ella el mirar cara a cara al cáncer, afirma que, desde su punto de vista, «todo médico debería pasar una enfermedad grave, porque hasta que no te pones en el otro lado no sabes cómo se siente la otra persona. Yo lo pasé mal, porque por primera vez me di cuenta que no prestamos el cariño ni la atención ni el tacto suficiente a los pacientes. Descubrí lo importante que es el simple hecho de que te escuchen, te agarren la mano... Sin duda, mi enfermedad me impulsó a empatizar con los pacientes».

Cuando se desató la pandemia de Covid-19 y ni los sanitarios, virólogos y demás expertos sabían nada de este virus devastador, el miedo, como es lógico, se extendió entre todos aquellos que a diario se enfrentaban a él. «Creo que el hecho de haber seguido en mi puesto sin pensar si me podía contagiar o si mi historial clínico podría suponer un mayor riesgo por mi parte, sirvió de ejemplo para el resto de los compañeros. Y es que los profesionales, cuando nos llega una urgencia, no pensamos si podemos contagiarnos, solo actuamos. Es algo que llevamos y siempre llevaremos dentro», sentencia. Una lección de vida y de profesionalidad.