Asistencia social

Cuidadores: mujer, inmigrante y sin contrato

Sólo medio millón de los cuidadores en España tiene regularizada su situación profesional dentro de un colectivo que suma los tres millones. Ocho de cada diez son mujeres sin estudios y sin recursos

Enriqueta Aznárez
Enriqueta AznárezLa RazónLa Razón

Ser cuidador en España no llega a convertirse en una actividad heroica, pero sí está llena de sacrificios, renuncias y momentos muy duros, especialmente en el ámbito del hogar o privado, pero también en el profesional. En el marco de la Feria DiverOSénior de Madrid se presentó el libro «Supercuidadores» en el que se incluyen 200 experiencias de personas de España y Latinoamérica (163 de mujeres y 37 de hombres, con un porcentaje del 81% de féminas), así como unas páginas centrales dedicadas a la ayuda y formación de las personas que desempeñan esta labor.

«El objetivo prioritario de esta obra es “profesionalizar” en cierto modo, en especial a los cuidadores que no lo son, a una buena parte de los tres millones de cuidadores que existen en nuestro país, de los que solo medio millón ejercen como profesionales», señala Aurelio López-Barajas de la Puerta, coordinador del libro y perteneciente a la Universidad Internacional de La Rioja.

Para este experto, gran parte de los aspectos más relevantes de la ambiciosa ley de dependencia, de 2006, se han quedado en el papel, ya que del 80% de la financiación de quienes tienen derecho a recibir ayuda monetaria (que supondría cierta liberación para el cuidador) se encargan las administraciones autonómicas y tan solo del 20% restante el Estado, «de lo que se infiere que los presupuestos destinados a este fin son menores».

Respecto a la situación de los cuidadores en los países comunitarios se observan diferencias en función de la atención a los servicios sociales de los distintos gobiernos. En virtud de un estudio elaborado por varios economistas y publicado recientemente en «El Observatorio Social», «en España la brecha entre ricos y pobres cada vez es más profunda, hecho que la pandemia ha evidenciado con más crudeza en la cuestión de los cuidadores». Si la media de la Unión Europea la situamos en el valor 100, se observa que hace tres años España se hallaba en un valor de 92, cuando otros Estados como Irlanda arrojaban valores de 181, o Dinamarca y Países Bajos, 128 ambos.

Así, es más que obvio entender que solo en estos países comunitarios no existen esas brechas entre ricos y pobres y que hay mucha más atención a cuestiones sociales, como la de los cuidadores.

Fuera del sistema de ayudas oficiales se está produciendo una nueva situación por los trascendentales cambios geográficos y sociales que experimenta España respecto a quienes los prestan y los reciben, como señala José Ramón Martínez Riera, profesor en el departamento de Salud Pública de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Alicante.

El análisis que plantea este experto, publicado en la «Revista de Administración Sanitaria Siglo XXI», coincide plenamente con el libro coordinado por López-Barajas, en cuanto que la asociación de la mujer al cuidado informal genera manifiestas desigualdades de género causadas por las políticas actuales de bienestar social, que en algunos casos dejan mucho que desear.

«Hay que subrayar que la globalización de la economía de mercado mundial agrava los desequilibrios sociales. Además, ante la ausencia de una respuesta de las administraciones públicas a las crecientes necesidades por parte de las mujeres inmigrantes, este problema se configura como un nuevo elemento de desigualdad en el mercado sumergido u oculto de los cuidados», destaca el profesor de la Universidad de Alicante.

Esta globalización del problema, según el especialista formado en Holanda, origina una meridiana tendencia, y sobre todo donde la brecha entre ricos y pobres es más profunda, como es el caso de España, a la feminización de la pobreza y del voluntariado, que sin duda constituyen un recurso imprescindible para apoyar a los grupos multidisciplinarios.

Como indica Martínez Riera, las desigualdades y deficiencias en los cuidadores, que repercuten negativamente en los cuidados, son «un indicador manifiesto del estado de bienestar de un país, por lo que en estos casos sería absolutamente necesario un cambio en la cultura política como primer gran paso para empezar a resolver los problemas planteados».

Impacto de la recesión

Según Joan Costa-Font, profesor de la Escuela de Economistas de Londres, la recesión económica de 2008 se alza como «un factor determinante sobre la disponibilidad y asequilibilidad de la prestación de los diferentes tipos de cuidados».

«Es probable que un deterioro económico –dice– incremente el desempleo entre los cuidadores no remunerados y/o perjudique la asistencia por desmotivación. No obstante, hemos constatado a lo largo de estos años de recesión que sus consecuencias han sido muy heterogéneas en función del país comunitario. Hallamos un desarrollo de financiación pública universal en el norte y el centro de Europa (Países Bajos, países nórdicos, Alemania) y una financiación pública que se concede a personas sin recursos (Reino Unido, Irlanda). El caso de España es más lamentable y está muy por debajo de la media del Producto Interior Bruto del resto destinado a estos fines, entre los últimos de la Unión Europea. Y esto se correlaciona con un país donde las diferencias entre ricos y pobres son cada vez tristemente más abismales».

Enriqueta Aznárez. 50 años. Cuidadora profesional.

Todo lo que tienen que callar y aguantar.

«Desarrollo mi trabajo como cuidadora profesional en una doble vertiente: soy divorciada y vivo en Madrid con mis seis hijos varones en la casa de Juan, de 75 años, que sufre un trastorno dependiente de la personalidad, y también trabajo desde 2010 a tiempo parcial, cuatro días a la semana, en una residencia concertada de ancianos», cuenta Enriqueta Aznárez, de 50 años, que se resiste a expresar problemas de la residencia, «de la que haría numerosas denuncias verbales, pero hay que aguantar».Enri, como prefiere que la llamen, indica que de los ocho años que lleva cuidando a Juan, los tres primeros, antes de separarse, fueron muy duros: «Mi entonces marido le concedía todo tipo de caprichos y, puesto que yo trataba de impedirlo por su bien, se ponía muy violento conmigo y yo trataba de tranquilizarle, pero ni caso, hasta que un día se debió de asustar porque le hablé de que iba a llamar a la policía si seguía agrediéndome y depuso su actitud. Menos mal».