Peligro bajo el hielo

La peste enterrada: las bacterias que puede descongelar el cambio climático

El deshielo podría hacer aflorar bacterias hibernadas durante siglos. ¿Serán la causa de la próxima pandemia?

La fusión del permafrost del Ártico
La fusión del permafrost del ÁrticoDavid GoldmanAgencia AP

En el verano de 2016, la península de Yamal, al norte de Siberia, sufrió una extraña e inesperada crisis sanitaria. Al menos 20 personas contrajeron una variedad mortal de la enfermedad del carbunco (producida por el virus también llamado ántrax). Cien vecinos más fueron hospitalizados. Su destino fue parejo al de cerca de 2.000 renos que fallecieron repentinamente al mismo tiempo. El origen de la infección no fue un animal viajero o un visitante humano procedente de una zona contaminada. Tampoco se debió al consumo de alimento alguno o a alguna fuga de material biológico. No. La peste emanó del suelo.

Según las autoridades rusas, la capa helada de permafrost que cubre la superficie siberiana se está derritiendo y, al desaparecer, deja aflorar material biológico largamente allí enterrado, virus y bacterias que pueden resurgir y volver a infectar a la humanidad.

Algo más de tres años después, en noviembre de 2019, expertos virólogos de todo el mundo se reunían en un encuentro propiciado por la Academia Americana de las Ciencias, la Ingeniería y la Medicina para hablar de enfermedades emergentes y nuevas pandemias. Una de las intervenciones estelares fue la del ruso Alexander Volkovitskiy, que presentó los datos analizados durante años del incidente Yamal.

El conferenciante mostró a la audiencia la evolución de las temperaturas en la península siberiana y el consiguiente derretimiento paulatino del permafrost. El adelgazamiento de esa capa de suelo helado estaba permitiendo que salieran a la superficie estratos de suelo ocultos hace siglos que contienen restos orgánicos, huellas de fauna y flora muerta y centenares de familias de bacterias y virus. Algunos de ellos causaron enfermedades en animales y hombres en el pasado y podrían volver a hacerlo.

El profesos Volkovitskiy pareció convencer a sus colegas de que una de las más probables causas de la siguiente pandemia sería la liberación de patógenos desde el suelo derretido del Ártico. Solo un mes después, el mundo empezaba a recibir noticias de la aparición de un extraño coronavirus en un mercado de Wuhan y dejó de prestar atención a este desafío helado. Pero la amenaza sigue ahí.

Patógenos más preocupantes

El hielo es fuente de vida. El 10 por 100 de la superficie del planeta se encuentra cubierta por él. Además, más de 23 millones de kilómetros cuadrados de superficie del Hemisferio Norte están compuestos de permafrost: suelo que ha permanecido a temperaturas inferiores a cero grados durante siglos. Si el aumento de las temperaturas está teniendo un efecto evidente en las masas heladas, más sensible parece la reacción de las extensas llanuras de permafrost. En 2011, la publicación científica Global Health Action ya advertía de que «la fusión del permafrost podría hacer que algunos vectores de epidemias de los siglos XVIII y XIX volvieran a circular por el aire». Una causa podría ser el desenterramiento espontáneo de suelos que han estado en contacto con cadáveres que portan bacterias aún activas.

Muchos microorganismos pueden sobrevivir a muy bajas temperaturas durante largos periodos de tiempo. Las más preocupantes son las bacterias esporulares (que se reproducen por esporas). Las esporas son muy resistentes, pueden vivir siglos.

Otros patógenos, como ciertos virus, también pueden estar activos décadas enteras en las condiciones adecuadas.

Entre los años 2014 y 2015 se encontraron dos virus en una muestra de suelo de Siberia de 30.000 años de antigüedad que aún mantenían capacidad infectiva. Se trataba de dos especies patógenas que solamente pueden infectar a amebas, pero sirvieron para dar la voz de alarma de la extrema longevidad que pueden llegar a alcanzar estos microorganismos.

Si los virus capaces de infectar a seres humanos tienen la misma tasa de supervivencia en suelos helados podríamos estar ante un serio problema.

Hoy sabemos que especies desaparecidas de homininos como los Denisovanos y los Neandertales colonizaron las tierras más al norte del continente europeo hace unas cuantas decenas de miles de años. Por estudios paleontológicos recientes se ha averiguado que esas especies fueron también presa de enfermedades infecciosas graves, como la viruela, o como quizás otros virus que han desaparecido.

O, al menos, creemos que han desaparecido: podrían estar aún silentes bajo el permafrost, esperando que las condiciones ambientales les permitan volver a la actividad.

Afortunadamente, la evolución ha hecho que las bacterias que con más probabilidad infectan a seres humanos sean aquellas que se han adaptado a vivir en las condiciones de temperatura que ofrece nuestro cuerpo (al calor de nuestros 36 grados centígrados) y, por lo tanto, no tienen muchas posibilidades de sobrevivir bajo los hielos perpetuos. Por ese motivo, las investigaciones realizadas hasta el momento solo han encontrado pequeñas cantidades de patógenos insuficientes para hacer enfermar a un ser humano.

Por ejemplo, en los hielos de Groenlandia se han identificado algunos de las más de 300 especies de hongos patológicos, aunque se han detectado en concentraciones ínfimas.

Un peligro real

No hay, sin embargo, certezas de que a medida que más cantidad de tierra se libera del manto helado puedan aparecer reservorios más grandes de virus capaces de atacarnos. En el año 2004 se publicó una lista de virus encontrados en hielos del Norte de Europa que incluía enterorvirus causantes de diarrea humana y muestras del virus de la gripe A.

Aunque estos patógenos en este momento todavía no tengan la capacidad de producir una pandemia no dejan de suponer un peligro. Muchos de los restos biológicos que los portan pueden acabar en aguas profundas, o ser arrastrados a ríos o lagos donde pueden encontrar el ambiente adecuado para sobrevivir. O infectar animales en los que se replicarían causando futuras zoonosis.

El incidente de la península de Yamal ha demostrado que el riesgo de expansión de un patógeno como el carbunco desde el interior de los hielos fundidos es real. La probabilidad de que surjan nuevos brotes en el futuro dependerá de la velocidad a la que se produzca el derretimiento del permafrost. Una ola de calor, por ejemplo, puede exponer cadáveres de animales muertos hace décadas y resucitar los microorganismos dormidos de su interior.

Los expertos, de momento, se muestran cautos. No se ha podido demostrar que un virus escapado de un cadáver tan antiguo pueda colonizar otro ser vivo. Pero casi todos los virólogos coinciden en la opinión de que este riesgo es real. Quizás no como origen de una nueva pandemia (de momento), pero sí como amenaza para los habitantes de las zonas más cercanas a los terrenos helados del planeta.