Vaticano

¿Un viaje del Papa a Kiev? «Sí, está sobre la mesa»

El Papa aterriza en Malta con un dardo directo a la «agresividad destructiva e infantil» de Putin

El Papa Francisco
El Papa FranciscoRemo CasilliAgencia AP

Francisco no descarta viajar a Kiev respondiendo a la invitación que el alcalde y previamente el mismo presidente Zelenski le hicieron. «Sí, es un tema que está sobre la mesa», respondió a un periodista italiano que le hizo esta pregunta durante el vuelo que le condujo ayer de Roma a Malta, convirtiéndose en el tercer Papa que aterriza en el archipiélago tras los pasos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

No es una afirmación lo que lanzó el pontífice sobre una futurible visita al epicentro de la guerra europea, pero es evidente que, si lo ha verbalizado, es una hipótesis que se estudia en la Santa Sede desde un empeño personal suyo. En cualquier caso, si finalmente esta posibilidad de desplazarse a Kiev fuese descartada, queda en pie la invitación que le hizo el viernes el presidente polaco Andrzej Duda, cuando fue recibido en el Vaticano por Jorge Mario Bergoglio en audiencia privada. En este caso, se trataría de un viaje no menos significativo a la frontera con Ucrania.

Lo cierto es que el drama provocado por este conflicto está muy presente en la mente del Papa. Y no solo porque antes de salir de Roma recibiera en su casa a algunas familias de refugiados acogidos por la Comunidad de Sant’ Egidio. El Papa está poniendo todos los recursos a su alcance para la resolución del conflicto, con un apoyo manifiesto al pueblo ucraniano a través de llamadas varias a Zelenski, en su visita inédita de presión a la embajada rusa en Roma, así como con sus declaraciones públicas de condena a la invasión hasta donde los propios límites diplomáticos le permiten.

De hecho, ayer en La Valeta, la capital maltesa pronunció las que hasta ahora han sido las palabras más directas dirigidas a Vladímir Putin. Hasta ahora ha evitado pronunciar su nombre como lo hicieron sus predecesores en otros conflictos, de Roncalli a Ratzinger, pasando por Wojtyla.

«Mientras una vez más algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos, la gente común advierte la necesidad de construir un futuro que, o será juntos o no será», expresó refiriéndose al presidente ruso ante más de un centenar de autoridades del país presentes que le acogieron en el Palacio del Gran Maestre.

Y no se detuvo ahí en sus alusiones veladas al líder ruso, al condenar una «agresividad infantil y destructiva» propia de «una Guerra Fría ampliada que puede sofocar la vida de pueblos y generaciones enteros». «Ese ‘infantilismo’», aseveró, «lamentablemente no ha desaparecido», ya que «vuelve a aparecer prepotentemente en las seducciones de la autocracia».

Siguiendo con este doloroso tema añadió: «Sí, la guerra se fue preparando desde hace mucho tiempo con grandes inversiones y comercio de armas. Y es triste ver cómo el entusiasmo por la paz, que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, se haya debilitado en los últimos decenios». En este instante, como en otros tantos, el discurso del Papa fue rubricado por una nutrida salva de aplausos de todos los presentes.

Tras saludar al presidente George William Vella y al primer ninistro el laborista Robert Abela, el Papa abordó también con valentía temas muy delicados como la migración, la corrupción, la delincuencia y la criminalidad que asolan la sociedad maltesa, como puso de manifiesto el asesinato en el 2017 de la periodista Daphne Caruana, en el que se vieron envueltos miembros del anterior ejecutivo que se vieron obligaron a dimitir.

No falta quien se pregunte por qué la pequeña isla y su población que no llega al medio millón han tenido un trato tan privilegiado. La primera y más obvia respuesta es recordar y venerar la memoria de San Pablo que en el año 60 de nuestra era, cuando viajaba a Roma para ser juzgado, naufragó en la isla. Acogido por sus habitantes «con gran humanidad», como reconoce en los Hechos de los Apóstoles, permaneció allí tres meses evangelizando y creando las primeras comunidades cristianas. Pero hay otra razón clave: por encontrarse en el centro del Mediterráneo y en sur del continente europeo es hoy meta volante en la travesía letal para miles de migrantes de África y Asia.

«No pueden cargar con todo el problema sólo algunos países, mientras otros permanecen indiferentes», sentenció el Papa en el palacio presidencial, que exigió «respuestas amplias y compartidas». A partir de ahí, ahondó en la realidad maltesa y alertó de cómo «prevalece el miedo y la narrativa de la invasión y el objetivo principal parece ser la tutela de la propia seguridad a cualquier costo». Es más, incluso dejó caer que «países civilizados no pueden sancionar por interés propio acuerdos turbios con delincuentes que esclavizan a las persona». No resulta complicado deducir de estas palabras una crítica diplomática a los cuestionables pactos con Libia por parte de países como Malta e Italia, que cuentan con el visto bueno de la Unión Europea.

Su preocupación por el trato a los extranjeros también estuvo presente en la homilía que pronunció por la tarde en la isla de Gozo, la segunda en importancia del archipiélago. En la explanada del santuario mariano de Ta’ Pinu, ante una numerosa multitud, hizo un encargo a los católicos malteses: «No podemos acogernos sólo entre nosotros, a la sombra de nuestras hermosas iglesias, mientras fuera tantos hermanos y hermanas sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza y la violencia».

«Ustedes –les dijo con la mirada clavada en un auditorio en silencio– se encuentran en una posición geográfica crucial, frente al Mediterráneo como polo de atracción y puerto de salvación para tantas personas sacudidas por las tormentas de la vida que, por diversos motivos, llegan a vuestras costas». Entonces, el Papa enfatizó: «En el rostro de estos pobres es Cristo mismo el que se presenta a ustedes».

Bergoglio frente ­a la nostalgia clerical

Más allá de cuestiones sociales y políticas, en clave interna el Papa defendio en el santuario Ta’ Pinu su reforma sinodal y expresó su preocupación por cierta nostalgia clerical. «Volver a la Iglesia de los orígenes no significa mirar hacia atrás para copiar el modelo eclesial de la primera comunidad cristiana», expuso Bergoglio. Para Francisco, «volver a los orígenes significa más bien recuperar el espíritu de la primera comunidad cristiana, es decir, volver al corazón y redescubrir el centro de la fe: la relación con Jesús y el anuncio de su Evangelio al mundo entero». En paralelo, alertó de cómo «es necesario vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta».