Testimonio

«Si abortaba no me lo iba a poder perdonar en la vida»

Para Andrea, interrumpir voluntariamente su embarazo era una opción, pero no la eligió. Sabía que tener a su hija era algo de lo que nunca se iba a arrepentir.

Una pancarta que reza 'La vida no tiene precio' en una marcha antiabortista
Una pancarta que reza 'La vida no tiene precio' en una marcha antiabortistaRicardo RubioEuropa Press

Su hija tiene ahora la edad que ella tenía cuando la concibió, 21 años. Fue un verano, en su pueblo, durante las fiestas. Andrea (nombre inventado porque no se siente cómoda dando el real) tenía 21 años y aún no se había acostado con nadie. «Quizá estaba esperando el momento, la persona, no sé. Entonces, ese verano, ese chico que era el más popular, el más guapo –o al menos eso nos parecía– se fijó en mí. Él tenía novia, lo sabíamos todos. Pero ella no estaba ese verano, no vino. Así que empezamos a hablar y, horas más tarde, estábamos acostándonos». Andrea no le dijo que era virgen, y no usaron protección.

«Volví a la facultad en septiembre, tenía exámenes y ni me preocupé cuando se me retrasó la regla. Pensé que era por los nervios», explica. Pero pasó un mes más y la preocupación empezó a no dejarla dormir. Se hizo una prueba de embarazo y ahí estaba la razón por la que se había sentido tan revuelta y con tantos síntomas premenstruales en las últimas semanas.

«Fue un shock, estuve un día entero sin poder comer nada y casi sin hablar con nadie. Vivía con dos compañeras de piso que eran amigas, pero no pude contarles nada. Realmente, hasta que no pasaron dos días no fui capaz de asimilarlo. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se lo contaba a mis padres?, ¿y la carrera? No quería dejarla, ser fisioterapeuta era mi ilusión». Aunque es creyente, confiesa que nunca sintió que abortar fuera en contra de sus principios. «Claro que lo pensé. A la primera persona que se lo conté fue a mi prima, y ella me dijo que me apoyaría en lo que hiciera pero que abortar le parecía la opción más razonable. Buscamos una clínica y pedimos cita. Cuando llegué, me invadió la misma sensación que había estado teniendo desde el primer momento que lo supe: que era una vida que crecía dentro de mí y que, al margen de que tenía el potencial de echar al traste mis planes de vida, también tenía el de ayudarme a construir una nueva. Y elegí esa opción, o me eligió ella a mí, no sé. Lo que tenía clarísimo era que, si abortaba, no me lo iba a poder perdonar en la vida», relata.

«Lo peor (y lo mejor) fue decírselo a mis padres. Tenía que contarles también quién era el padre, aunque a él no se lo fuera a decir nunca. Mis padres son muy tradicionales, y el hecho de que su hija fuera madre soltera en un pueblo tan pequeño podía destrozarles. Sin embargo, todo lo que encontré en ellos fue amor y comprensión. Fue tal la tranquilidad y el apoyo que me mostraron desde el primer momento, que mi hija se relajó en la barriga. Y así es como Andrea aceptó que su vida cambiara completamente: «De tener un hijo nunca te arrepientes, eso lo tengo claro», destaca.