Religión

De periodista a arzobispo

Monseñor Antonio Montero fue el artífice del acuerdo con RTVE para incluir en su parrilla una digna programación religiosa

Monseñor Antonio Montero
Monseñor Antonio MonteroLa RazónLa Razón

Cuando conocí a Antonio Montero –a finales de los años 60– yo era un joven sacerdote que había hecho sus pinitos periodísticos escribiendo cosas de cine en el semanario “Vida Nueva”. Él por el contrario ya tenía a sus espaldas muchos méritos como haber sido uno de los fundadores de la editorial PPC (Promoción popular cristiana) subdirector durante años de la revista “Ecclesia” y redactor de la página “Iglesia posconciliar” en el diario “YA”.

Nada de extraño, pues, que el 4 de abril de 1969 fuese nombrado Auxiliar del Cardenal Bueno Monreal y un mes después consagrado Obispo en la catedral hispalense. La información religiosa en aquellos años del tardofranquismo atravesaba momentos críticos por la ideologización de algunos sectores del clero y del episcopado español. De ello eran muy conscientes Montero y el entonces director del buque insignia de la Editorial Católica Aquilino Morcillo.

Ambos decidieron que para sustituir al recién nombrado Obispo nos llamasen a Manuel de Unciti con amplia experiencia profesional y, para gran sorpresa mía, al firmante de estas líneas. Nunca se lo supe agradecer suficientemente.

Once años después Monseñor Antonio Montero fue designado obispo de Badajoz y después de arduas negociaciones consiguió que el Papa Juan Pablo II erigiese la archidiócesis de Mérida- Badajoz. En el seno de la Conferencia Episcopal Española el periodista de raza que nunca dejó de ser luchó para dar a la información eclesial la importancia que merecía. Fue el artífice del acuerdo con RTVE para incluir en su parrilla una digna programación religiosa. En Roma eran conscientes de su talento y de su valía y, por eso, durante años formó parte de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales.

Nunca alardeó de sus cualidades y éxitos. Era un alma sencilla pero al mismo tiempo un negociador muy hábil. Por ello el Cardenal Tarancón le llamaba cariñosamente “nuestro Romanones”.