Sevilla

Camino de redención

LA RAZÓN recorre varios kilómetros de una etapa del Camino de Santiago con un grupo de presos de dos cárceles de Sevilla.

Presos de Sevilla, hacen el camino de Santiago
Presos de Sevilla, hacen el camino de Santiagolarazon

LA RAZÓN recorre varios kilómetros de una etapa del Camino de Santiago con un grupo de presos de dos cárceles de Sevilla. Forma parte de su tratamiento de desintoxicación. «Estoy harto de robar, de drogarme, de llevar una mala vida. Me ha costado dejar de ser un golfo», cuenta uno de los reos.

Han recorrido 17 kilómetros. De Almadén de la Plata a El Real de la Jara, en Sevilla. Una de las etapas de la Vía de la Plata del Camino de Santiago. Bajo una leve llovizna, un grupo de más de 20 presos de dos cárceles sevillanas ayer se calzaron sus zapatillas de deporte y recorrieron esta primera etapa del que es su particular «camino de redención». «Están pagando parte de su penitencia andando», afirma Joaquín Cazallo, educador de varios módulos de respeto del centro penitenciario Morón.

Francisco Javier, Manuel y Juan Ramón son tres de los presidiarios que han sido seleccionados para recorrer estos primeros kilómetros, acompañados de voluntarios de La Caixa. El primero tiene 42 años y lleva más de seis en el centro penitenciario Sevilla I. «Entré por acumulación de delitos, por robos con fuerza e intimidación». Tras pasar por diferentes módulos, hace algo más de tres años, una vez más en su vida, intentó desengancharse de las drogas. En esta ocasión estaba concienciado y entró en la Unidad Terapéutica Educativa (UTE) de su prisión. Un módulo voluntario en el que sólo entran los presos que demuestran su intención de desengancharse de las drogas. «Era una forma de evitar las drogas porque a esta zona no entran, vivimos como en una burbuja. Quería cambiar de verdad».

Él ya había intentado dejar la heroína y la cocaína hace algo más de seis años: «Estuve en Proyecto Hombre y seguí la terapia durante tres años», pero años después recayó y fue ese tropiezo el que le llevó a la cárcel. «Siempre había tenido empleo y me había podido costear mis vicios, pero en 2008 perdí el control». Fue cuando empezó a delinquir y por lo que cumple diez años de prisión. «Es muy complicado decir que no me voy a drogar más porque es una lucha constante, pero gracias a la UTE me han dado una nueva oportunidad. Es mucho más importante contar las veces que te levantas que las que te caes». Por suerte, durante los kilómetros que recorrió ayer no sufrió ninguna caída. «Actividades como ésta nos dan una nueva oportunidad, nos permiten ver que hay algo por lo que luchar más allá de nuestra celda». El educador de su módulo, Pedro Torres, lleva más de 30 años trabajando en prisiones. «Es una forma de motivarlos, de que estén en contacto con la naturaleza y que dejen de vernos, al menos por unas horas, como funcionarios que los controlamos». Y no sólo eso, gracias a caminatas como ésta también fomentan la convivencia de grupo, comparten confidencias y se ayudan unos a otros.

Manuel, con su metro ochenta de estatura, es uno de los más deportistas y, por ello, uno de los que han estado más pendientes de ayudar a sus compañeros en esos momentos en los que el agua les obligaba a buscar un camino alternativo. A sus 40 años y tras muchos años enganchado a la cocaína, desde hace tres tiene claro que lo quiere dejar. «La primera vez que la probé fue en la cárcel en 1996 y desde entonces he estado entrando y saliendo de prisión por diferentes delitos». El último por el que está cumpliendo condena, en Sevilla, es por robo con violencia y pelea. Es otro de los presos voluntarios que optaron por entrar en la Unidad Terapéutica Educativa. «Estoy harto de robar, de drogarme, de llevar una mala vida y estoy comprobando que la vida puede ser muy bonita», cuenta el preso, que tiene cuatro hijas. «Me he perdido toda su infancia», añade. Gracias al tratamiento al que se está sometiendo, «he empezado a encontrarle sentido a mi vida, aunque me ha costado dejar de ser un golfo», reconoce entre risas. «Cada vez estoy más cerca de mi libertad y ahora me siento útil». Él es uno de los más activos del grupo, «en todas las salidas que programamos soy el que arrima el hombre, el que va animando a sus compañeros». Pero a Manuel llegar hasta aquí le ha costado, y mucho. «A los seis meses de entrar en la UTE me expulsaron del programa, no entraba en la dinámica», pero consiguió que le reengancharan un año después. «He conseguido recuperar todos mis sentidos». Manuel saldrá de la cárcel en dos meses, pero sabe que aún no está recuperado: «Voy directo a un centro en Tarifa para seguir con el tratamiento». Su ejemplo muestra que estas unidades funcionan: «Aunque siempre salen con la espada de Damocles sobre sus cabezas, podemos decir que en el 80 por ciento de los casos no vuelven a drogarse», sostiene Pedro Torres.

Muchos de los que salieron a andar ayer lo hicieron en busca de ese lado espiritual del Camino de Santiago. «Yo me lo he tomado como un retiro, me ha ayudado a reflexionar sobre los errores que he cometido en la vida», cuenta Juan Ramón, que cumple siete años de condena por narcotráfico, «por un tropiezo», dice él. Es de origen dominicano, «soy el más negro de todos», bromea. Sólo piensa en regresar con su niña de 13 años y con su mujer y, aunque «ellas son bastante perezosas», completar el Camino, porque no sabe si lo podrá hacer durante su estancia en prisión. No es fácil que consigan el permiso para hacerlo entero. «En junio y septiembre queremos volver a hacer otra etapa», reconoce Juan Reguera, presidente de los voluntarios de La Caixa en Andalucía. Sabe que todos se sumarían para conseguir su Compostela, certificado que demuestra los kilómetros recorridos y no sólo por la parte espiritual. «Cuando hemos terminado el recorrido nos han dado huevos fritos con chorizo y patatas. Hacía años que no los probábamos». Pero tras pasar el día fuera, toca volver a la cárcel, a seguir peleando por reinsertarse.