Agencia Espacial Europea

El asteroide salvaje

Un fragmento del origen de la Tierra vuelve a casa después de miles de millones de años viajando por el espacio

Recreación del objeto, que ha sobrevivido a la erosión y al calor
Recreación del objeto, que ha sobrevivido a la erosión y al calorlarazon

Un fragmento del origen de la Tierra vuelve a casa después de miles de millones de años viajando por el espacio

Miles de millones de años de viaje en solitario por el espacio. ¡Qué experiencia! ¡De cuántos acontecimientos cósmicos increíbles habrá sido testigo! ¡Cuántos paisajes inhóspitos habrá visitado! ¡A cuántos planetas recién nacidos habrá visto crecer!

El protagonista de esta aventura es el objeto protoplanetario C/2014 S3, un trozo de roca que se formó en el interior del Sistema Solar al mismo tiempo que se formaba la Tierra (hace unos 4.500 millones de años) y que desde entonces ha viajado por los confines de nuestro sistema planetario para volver a hacerse visible precisamente ahora.

Su aspecto es como el de cualquier otro asteroide, pero los astrónomos del Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawái acaban de descubrir que alberga un secreto muy especial. Muchos de los asteroides que conocemos son fragmentos desgajados de cuerpos planetarios mayores a causa de un impacto o restos protoplanetarios que se han aproximado una y otra vez al Sol perdiendo parte de su identidad en cada viaje. C/2014 S3 no es así: él nació ya en los orígenes de nuestro sistema y ha permanecido intacto todo este tiempo. Es como un trozo de la misma semilla con la que se «fabricaron» los planetas que orbitan alrededor del Sol. Lo que hizo especial a este objeto es que durante miles de millones de años anduvo perdido en las lejanías de la nube de Oort, congelado y preservando su aspecto.

Así que se trata del primer objeto jamás observado con una trayectoria tan larga (una órbita tan alejada del Sol) que mantiene aún las prístinas características físicas con las que nació. Es un asteroide que no ha sido maleado por el tiempo, por la erosión del viento solar, por el calor del astro rey o por el impacto con otros cuerpos. Un asteroide «sin civilizar».

Esta roca fue ya identificada originalmente en 2014 por el telescopio Pan-STARRS1 como un cometa pequeño flotando al doble de distancia del Sol que a Tierra. Pero desde el primer momento hubo algunos detalles que sorprendieron a sus descubridores. Por ejemplo, carecía de la cola característica que suelen tener todos los cometas de periodo largo (se pensaba que esta roca daba una vuelta a Sol cada 860 años). Para conocer más de él, se obtuvieron imágenes del débil espectro luminoso que arroja gracias al telescopio VLT del Observatorio Europeo Austral.

Tras analizar cuidadosamente esa leve señal de luz se descubrió que en realidad es un asteroide del llamado tipo-S (que usualmente se encuentran en regiones más interiores del Sistema Solar). Este dato también es sorprendente.

Los cometas suelen vivir en las regiones más alejadas del Sol y estar helados. Los asteroides viven en las cercanías del astro y son rocosos. Aquí tenemos un asteroide rocoso viviendo en una región que no le corresponde y, lo que es más importante, que mantiene casi intactos sus rasgos de nacimiento.

Sólo existe una explicación posible. C/2014 S3 es un trozo de la materia prima con la que se formaron los primeros asteroides y planetas que, por algún motivo, fue expulsado a las regiones más remotas. En lugar de convivir con el resto de «hermanos», mezclarse, sufrir la erosión y fragmentarse, vagó en solitario sin evolucionar y ahora está iniciando su camino de vuelta a casa.

El misterioso objeto es una novedad nunca vista anteriormente. Una especie de cometa que, en lugar de contar con una bola de hielo como cabeza, cuenta con un núcleo rocoso. O al contrario, un asteroide de roca que, en lugar de vivir cerca del Sol, ha viajado a los confines de la nube de Oort para comportarse como un cometa, igual que un niño salvaje abandonado entre lobos.

Si se confirma que existen más objetos como éste, podríamos estar ante una pista fundamental para cambiar algunos paradigmas sobre cómo nacieron planetas como la Tierra hace alrededor de 4.500 millones de años.