
Teología de la Historia
Ante extraordinarias "coincidencias" para la salvación personal y la paz del mundo
En los designios de la Providencia no existen meras coincidencias

Hoy, 6 de septiembre, primer sábado de este mes, es una fecha que brinda una oportunidad muy importante para la vida de toda persona. Tanto a nivel individual como general, es decir, para toda la humanidad. No es ninguna exageración ni un cuento o leyenda perteneciente a la imaginación popular, sino que es una PROMESA nada más y nada menos que efectuada por la Madre del Dios y Madre Nuestra, la Virgen Maria, reconocida como auténtica por la Iglesia Católica y acreditada por su cumplimiento en significativos momentos de la Historia.
Traerla hoy aquí, en este capítulo de la serie dedicada a su Teología, tiene un fundamento basado en la singular coincidencia de la misma con este particular tiempo que vivimos, y que voy a relatar sumariamente.
El punto de partida de esta gracia tuvo lugar en la sencilla aldea portuguesa de Fátima, el 13 de julio de 1917, fecha en la que la Virgen Maria se les apareció a tres «pastorinhos» de 7, 9 y 10 años: Jacinta, su hermano Francisco, y su prima Lucia.
De la historicidad de este hecho da fe, además, que los dos hermanitos fueron beatificados por san Juan Pablo II el 13 de mayo de 2000 y canonizados en esa misma fecha de 2017 (Centenario de Fátima), por el Papa Francisco, y por ambos allí. En cuanto a Lucia, es sobradamente conocida por ser la encargada por la Virgen para transmitir sus mensajes destinados a toda la humanidad.
El de aquel día de 1917 es considerado como el «mensaje de Fátima» por antonomasia, que sería divulgado por partes y en diferentes momentos, siendo denominados a medida que fueron conocidos como el primero, segundo y tercer secreto de Fátima. En aquel año, el mundo atravesaba una situación de especial gravedad por la Primera Guerra Mundial. La Señora «más brillante que el Sol» les mostró primero una terrible visión, que les asustó intensamente, y después les explicó que era el infierno, y que las personas caían a él entre sus llamas "por no haber quienes rezaran por ellas, para su salvación".
A continuación, les comunicó la Promesa de que vendría a conceder la gracia de la salvación a todas las almas que siguieran la devoción de "los 5 primeros sábados de mes", consistente en confesar y recibir la comunión en esos días, además de rezar el Rosario y meditar 15 minutos sus Misterios. Asegurando que, en el momento de su muerte, se salvarían quienes la cumplieran, ya que Ella les asistiría con las gracias necesarias para alcanzar la salvación.
La otra Promesa era referida a aquella guerra que estaba provocando multitud de víctimas y sobre la que le habían preguntado que "cuándo acabaría". Ella les contestó que esa guerra "acabaría pronto" –como así fue, acabando el año siguiente– pero que las guerras "eran consecuencia de los pecados de los hombres" y que "si no había conversión, vendría una guerra mayor".
Añadió, en ese caso, una Segunda Promesa: la de evitarla mediante la "Consagración de Rusia a Su Inmaculado Corazón" realizada por "el Papa en comunión con todos los obispos del mundo".
Ambas prometidas e importantes Gracias Divinas, las cumplió la Virgen Maria llamativamente en España. La mensajera Lucia era la única superviviente de los tres "pastorinhos", como la Virgen les había anunciado, pues los dos hermanitos ya habían fallecido y se los había llevado al Cielo con Ella dejando aquí a Lucia, prometiéndole que su Inmaculado Corazón sería su protección.
Y, en 1925, Lucia quería profesar como religiosa Dorotea, orden que había conocido en su internado de Oporto, donde estuvo unos años viviendo ayudada por una señora devota de la Virgen. En la ciudad de Pontevedra estaba el noviciado de la orden y allí, el 10 de diciembre de 1925, en su celda, se le apareció Ella con el Niño Jesús en sus brazos, para transmitirle aquella devoción sabatina.
Y es relevante que nos encontramos apenas a tres meses del Centenario de aquel importante acontecimiento, con una devoción cuya práctica, por desgracia, está muy olvidada en la Iglesia.
Con ocasión de ese inmediato centenario, los cardenales Robert Sarah y Raymond Burke han efectuado un llamamiento a la Iglesia para convocar a los fieles católicos a practicar esa devoción, considerada como necesaria para conseguir la paz en el mundo.
De hecho, en el mensaje de Fátima la Virgen les comunicó la voluntad de Dios de difundir la devoción a Su Corazón Inmaculado para que se cumpliese su deseo de que fuera devotamente venerado junto al Sagrado Corazón de Jesús. Es decir, rezando a los Corazones de Su Hijo y de Su Madre unidos entre sí.
Ahora, pasemos de momento a la otra promesa de aquel 13 de julio de 1917: la de la "Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María". Si la anterior era en especial para salvar a todos los hombres –"varón y mujer los creó"–, constituyendo un auténtico "seguro de vida eterna", esta otra gracia era para evitar «una guerra mayor» (que la que por entonces se producía) , y que sería la Segunda Guerra Mundial, la mayor tragedia conocida en la Historia .
El «plan A» consistía en la conversión de la humanidad y, en los años siguientes a la finalización de la Primera en 1918, y tras los Tratados de Versalles de 1919, Europa vivió los conocidos como «felices 20» que no estuvieron precisamente marcados por la conversión solicitada.
Plan B: La Consagración de Rusia
Y Ella vino para transmitir la Promesa del «plan B»: la Consagración de Rusia. Será el 13 de junio de 1929 en Tuy, donde residía Lucia, ya como profesa Dorotea en la Casa de la Comunidad de esa localidad gallega. Ese día le dirá a Lucia que «había llegado para el Cielo la hora de que el Papa hiciera la Consagración de Rusia pedida, para evitar la guerra…».
Démonos cuenta de que faltaban 10 años todavía para que se desencadenara la contienda, comenzada previo pacto de Hitler y Stalin, invadiendo Polonia el 1º de septiembre de 1939. Llegados a este punto, es relevante fijar la atención en el tiempo transcurrido entre el anuncio de ambas gracias, la de los 5 primeros sábados (el 10 de diciembre de 1925), y la de Tuy de la Consagración de Rusia (el 13 de junio de 1929). Son 3 años y medio,42 meses, que es exactamente el equivalente a "media semana de Daniel".
"Una semana de Daniel" corresponde a siete años, y es una profecía del Antiguo Testamento que aparece en El libro de Daniel, en la que su autor, junto con muchos otros, es deportado a Babilonia tras la conquista de Jerusalén. Profetizará al rey babilónico Nabucodonosor el futuro hasta el final de los tiempos con la llegada del Mesías. En el texto citado del AT, Daniel hablará de 70 semanas de años (70x 7= 490 años) divididas en tres partes, de 7, 62 y 1 semana. El estilo narrativo es histórico y apocalíptico y su interpretación ha dado hasta la actualidad a muchos debates acerca de la misma.
En la interpretación "cristológica", se considera que entre las 69 precedentes y la última semana hay un tiempo indeterminado de años, y que la «última semana de Daniel» corresponde a los siete años previos a la gran tribulación y la venida del anticristo, profetizadas en la Sagrada Escritura. Ese tiempo culmina con el Triunfo del Inmaculado Corazón de María, como Ella afirmó en Tuy. Siete años que divide en dos mitades correspondientes a 42 meses cada una (3 años y medio).
Siguiendo a san Juan Pablo II y la inexistencia de «meras coincidencias» en los designios de la Providencia, es una invitación a intentar discernir el posible significado de esa singular coincidencia en el tiempo que medió entre las revelaciones de esas dos gracias estrechamente unidas para salvar el alma y obtener la paz, ahora tan amenazada en el mundo.
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