
Entrevista
García Magán: «Francisco encarnó la diplomacia de la cercanía frente al ajedrez de la geopolítica»
El obispo auxiliar de Toledo defiende que el Pontífice argentino tenía un «conocimiento próximo y profundo de la Iglesia y de la realidad sociopolítica española»

Ya se encuentra en Roma para despedir a Francisco. El secretario general de la Conferencia Episcopal Española no es ni mucho menos un extraño en el engranaje vaticano. Con una experiencia probada como diplomático vaticano, el obispo auxiliar de Toledo aterriza para dar un último adiós a un Papa que «ha fallecido con las manos en el timón de la Iglesia hasta el último suspiro».
Unos despiden a Jorge Mario Bergoglio, otros a un referente moral, otros a un político. ¿A quién dice adiós usted?
Despido al Papa, al Sucesor de Pedro, al Obispo de Roma, que como dice la constitución «Lumen Gentium» del Concilio Vaticano II, es el principio de unidad y de comunión de todas las iglesias particulares. Despedimos al pastor de la Iglesia y, yo, personalmente al Papa que me nombró obispo.
Ha tenido varios encuentros con él. ¿Qué regusto le deja?
En estos tres años largos, cada vez que le he visto de cerca me ha dejado el buen sabor que siempre ofrece un padre. Sentí un cariño especial cuando hablé apenas unos días después de mi ordenación episcopal y le conté que mi anillo eran en realidad la alianza de bodas de mis padres. Al instante, me cogió la mano, bendijo y acarició las alianzas de boda de mis padres difuntos. Fue un momento impagable. El último encuentro que mantuve con él fue el pasado mes de noviembre, cuando fuimos con los seminaristas de la provincia eclesiástica de Toledo, los rectores y los obispos. Me preguntó directamente por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal que teníamos a la vuelta de la esquina. Le dije que teníamos mucho trabajo y me animó de manera insistente. Tampoco puedo olvidar el encuentro largo y distendido que compartimos el pasado verano con el presidente y el vicepresidente del Episcopado. Ahí nos manifestó un conocimiento cercano, próximo y profundo de la Iglesia en España con detalles muy concretos de diócesis, pero también de la realidad sociopolítica. Aunque nos queda esa espinita porque no haya venido, nuestro país siempre ha sido una preocupación pastoral para él.
Habla de conocimiento profundo. ¿Lo dice por cumplir?
En absoluto. Hacía un seguimiento y actualización constante de nuestro país. También lo confirmé en el diálogo abierto de la visita ad limina que mantuvimos con él y en el conocido encuentro con los obispos en relación con los seminarios. La cita empezó así: «Aquí no hay censura ninguna, podéis preguntar de todo y exponer aquello en lo que estáis de acuerdo y en lo que no».
¿Cree que la Iglesia española no ha ido al ritmo que al Papa le hubiese gustado a la hora de aterrizar sus reformas?
En ningún momento nos reprochó eso. Más bien, al contrario. Nos mostró solicitud y cercanía, además de ser consciente de la resonancia que en otras latitudes tiene la Iglesia española. En el encuentro sobre los seminarios, algunos medios especularon sobre la posibilidad de que nos fuera a dar un tirón de orejas. Él bromeó incluso con la cuestión. Se ve que lo había leído y nos acabamos riendo todos juntos sobre el tema.
La marea humana que está visitando la capilla ardiente, ¿certifica que Francisco era el Papa del pueblo?
Sin duda. Creo que el Espíritu Santo da en cada momento de la Iglesia el pastor que necesita, que nos tiene que confortar y llenar de esperanza desde las palabras de Jesús: «Sabed que yo estoy todos los días con vosotros hasta el fin de los tiempos». El Papa Francisco ha sido un profeta. Eso se manifiesta en que su magisterio no solamente ha sido de palabra, sino también de hechos, de acciones. Ahí está su exhortación programática «Evangelii Gaudium», que marcó la hoja de ruta para su pontificado y que enlaza directamente con su despedida el Domingo de Pascua y con su visita el Jueves Santo a los presos de la cárcel Regina Coeli. Tanto en sus escritos como en el día a día ponía su corazón, abría su corazón. Todavía siento emoción cuando recuerdo aquel 13 de marzo de 2013 se presentó al mundo pidiendo que rezáramos por él y solicitando la bendición del pueblo.
A partir de la semana que viene, ¿ruptura o continuidad?
En la Iglesia nunca hay ruptura, sino una hermenéutica desde la evolución y la continuidad. Además, no podemos, por supuesto, aplicar las categorías políticas de la alternancia de gobierno. Aquí todos vamos a una para anunciar el Evangelio, el mensaje de Jesús, la Doctrina Social de la Iglesia. Lo que sí es cierto es que cada Papa, cada obispo, cada párroco y cada laico imprime su carácter. Lejos de ser una contraposición, es enriquecedor. Y de eso se sirve el Espíritu Santo para ofrecer en cada momento histórico lo que la Iglesia necesita para que siga su misión.
Francisco, ¿reformista o no?
Como todos sus predecesores, ha hecho las reformas que ha considerado, desde la fidelidad al Evangelio. La principal apuesta de Francisco ha sido la sinodalidad, que no deja de ser un aterrizaje del Concilio Vaticano II, cuando hablaba de la Iglesia como comunidad. A partir de ahí, no podemos olvidar su empeño en llevarnos a todos a las periferias reales y existenciales, con los marginados y descartados como sus preferidos. A esto hay que unir la reforma de las estructuras, que ha tenido una importancia singular, en relación a la transparencia en la gestión económica de la Santa Sede y en un nuevo organigrama de la Curia. Ha incrementado la presencia de laicos y laicas en puestos en servicios de responsabilidad, pero sobre todo ha recuperado el sentido de la Curia romana, no como un cuerpo intermedio entre el Papa y las Iglesias particulares, sino como un organismo al servicio de la comunión.
¿Bergoglio ha sido un Papa poco diplomático o ha refrescado una diplomacia añeja?
Francisco ha instaurado la diplomacia de los gestos, de la cercanía de la verdad envuelta en la caridad. Si la verdad no va de la mano de la caridad puede ser un arma arrojadiza. Y la caridad sin verdad queda falseada. Y todo, bañado con sencillez, con su cercanía y sobre todo, con su coherencia. En este magisterio de palabras y de gestos, anunciaba en su vida personal el desarrollo de su ministerio. Era un testigo y atraía el verle, porque que era un hombre coherente, en un mundo que no se rige por estos parámetros sino por relaciones de intereses políticos y económicos donde falta verdad y caridad, donde falta poner a las personas en el centro y que dejen de ser cifras o estadísticas. Para Francisco la diplomacia no era un juego de ajedrez de la geopolítica.
Como canonista reconocido, el cardenal Angelo Becciu , que fue despojado por Francisco de todos sus derechos, ¿debe entrar o no en el cónclave como él pretende?
El Papa puede privar a un cardenal de ese derecho de participación en el cónclave. Tampoco es la primera vez que ocurre la historia. Si en este caso, el Papa lo decidió así, el Colegio Cardenalicio tendrá el deber de aplicar de forma precisa las disposiciones del Santo Padre, por encima de la opinión personal del interesado. Insisto: hay que atenerse a la disposición precisa del Papa. El Colegio de cardenales no podría variar bajo ningún concepto esa voluntad.
Tirando de cita bíblica, en el caso Becciu: ¿lo escrito, escrito está?
En efecto.
Pasemos a la ficción. En la película «Cónclave» aparece de la nada un cardenal «in pectore» con una carta bajo el brazo firmada por el Papa antes de entrar en la Sixtina. ¿Eso podría darse en la realidad?
En la hipótesis de que el Papa hubiera llegado a pensar en algún cardenal «in pectore», si no lo ha manifestado en el testamento o no lo ha expresado por escrito al decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, no tendría validez. Tampoco tendría sentido que alguien dijera que el Papa en una conversación le aseguró que le creaba cardenal. Si no hay un testigo que pueda refrendar esa palabra y no hay ningún documento en que así conste, no hay cardenal como tal.
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