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Un nuevo Papa

El gran desafío del nuevo Papa: la unidad

Es, como sucesor de Pedro, «el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad»

Juan Pablo II presentó «Veritatis splendor» en 1993, encíclica sobre cuestiones fundamentales de la moral larazonlarazon

León XIV, Cardenal Robert Francis Prevost, primer Papa estadounidense, 69 años, agustino, Obispo de Chiclayo (Perú), sonriente, afable. Desde el primer momento rogamos a Dios que lo conserve muchos años y lo ilumine con su gracia para que afrontar todos los desafíos que se le presentarán a lo largo de su Pontificado.

Esos desafíos son muchos, sin duda, pero quiero centrarme en uno de ellos, por su importancia para todos los católicos y para todo el mundo: la unidad. Pero no me refiero a la unidad con los hermanos separados, que también, sino a la unidad dentro de la Iglesia católica.

El Papa, como sucesor de Pedro –afirma el Catecismo, n. 882 – «es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los obispos como de la multitud de los fieles». Es la roca sobre la que se edifica la Iglesia. El sucesor de Pedro tiene, por tanto, la gran responsabilidad de mantener la unidad del Cuerpo de Cristo: unidad espiritual, doctrinal y pastoral, entre otros aspectos.

En estos momentos, me imagino a san Pablo diciéndonos a todos las siguientes palabras: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos tengáis un mismo lenguaje, y a que no haya divisiones entre vosotros; a que viváis unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir» (1Co 1, 10).

Todos somos conscientes de que la unidad entre los católicos no está en su mejor momento. Y no lo está desde hace muchos años. Se puede constatar fácilmente, y lo hemos visto en la prensa durante los últimos meses, al hablar de los papables, una división en dos grandes corrientes: los progresistas y los conservadores. Veo con pena que, como si fuera algo normal, se aplique ese esquema, que puede tener cierto sentido en el mundo político, a la Iglesia de Cristo, que no admite derechas ni izquierdas, porque es una y la misma para todos.

Por desgracia, esas divisiones no se refieren solo a cuestiones circunstanciales, sino también a cuestiones esenciales de fe y moral. Y este es un gran problema. También porque, desde hace tiempo, se ha ido creando una gran confusión entre los fieles, que ya no saben a qué atenerse en cuestiones importantes de fe y moral.

Como he dicho, la falta de unidad entre los fieles –incluidos los obispos, que también deben ser fieles– viene de muy atrás. En el ámbito de la teología moral se produjo una gran división en la Iglesia, especialmente a partir de los años 60 del siglo pasado, causada por los teólogos que defendían la moral autónoma, según la cual la Iglesia no tendría autoridad magisterial en el ámbito de las relaciones interpersonales, una autoridad que sí tendría, en cambio, cada individuo, para decidir sobre el bien y el mal, según las propias circunstancias.

Esta corriente de moral exigió por parte de Juan Pablo II la publicación de una encíclica que enseñaba dónde estaban sus errores. Me refiero a «Veritatis splendor» (1993), la primera encíclica sobre cuestiones fundamentales de moral.

A pesar de todo, aquella corriente moral o inmoral, que también tergiversaba la fe (porque fe y moral van completamente unidas) ha seguido adelante, a veces de modo larvado, y ha mostrado de nuevo su vigor durante el pontificado de Francisco, como se ha visto, por ejemplo, en el sínodo alemán, o en las opiniones de algunos obispos y cardenales.

La unidad que necesitamos no se consigue tratando de contentar a todos ni de llegar a acuerdos que modifiquen la fe y a la moral. Esta no es la finalidad de la Iglesia, ni mucho menos cambiar la doctrina para ponerla de acuerdo con los nuevos tiempos, porque son precisamente los nuevos tiempos los que deben dejarse iluminar por la verdad de Cristo, llevando la fe cristiana a al mundo entero.

No izquierdas y derechas, no progresistas y conservadores, sino hijos de Dios, hermanos, unidos a Cristo y vivificados por el Espíritu Santo, que son fieles al Magisterio de la Iglesia, y viven la caridad entre ellos. Si todos los católicos se amasen como hermanos cambiaría la faz de la tierra.

Por todo ello, pienso que la unidad de los católicos en cuestiones doctrinales de fe y moral va a ser el primer gran desafío del nuevo Pontífice.