Opinión

Habemus Papam: el temblor del alma por la Gracia de Dios

Las emociones iniciales que vivirá el nuevo Pontífice irán desde el síndrome del impostor a la conmoción

El Papa Francisco durante el mensaje de Navidad que pronunció en el balcón de la Logia central de la basílica de San Pedro.
El Papa Francisco en un mensaje de Navidad que pronunció en el balcón de la Logia central de la basílica de San Pedrolarazon

Cuando en pocos días veamos salir por el balcón de la Basílica de San Pedro al nuevo Papa para dirigirse a los miles de fieles, observaremos no solo al sucesor de Pedro, al Vicario mismo de Dios en la Tierra, sino que también deberemos ver un corazón humano. Un hombre que con su sí va a cambiar su vida y la del mundo. Será un momento histórico al alcance de unos pocos elegidos, sabedores de tal responsabilidad e impacto, entre otros, a nivel emocional.

Muchos papas, cuando están preparándose antes de salir en la pequeña Sala de las Lágrimas, hablan de «conmoción», de «temblor interior» o «sacudida del alma» y en esos momentos pueden escaparse, y es humano y sano que se escapen, lágrimas ante la gran misión que les espera.

Sin duda habrá sentimientos ambivalentes, de conmoción y desconcierto, de «¿por qué yo?», algo similar al síndrome del impostor; miedo humano, por la gran tarea, de ser la cabeza visible de la iglesia católica; sentimientos de responsabilidad, no solo por influir espiritualmente sobre los creyentes, sino de atinar y acertar en temas sociales, culturales, políticos, bélicos y económicos, entre otros, además, de seguir su línea de Pontificado no ajena a comparativas y analizada desde distintos prismas, que en ocasiones le pueden llevar a momentos de estrés y angustia, así como hiperexigencia y querer estar a la altura y llegar a tocar el mayor número de almas, no solo con sus palabras, sino también con sus gestos y obras. Y en la otra cara de la moneda, sentimientos de gratitud hacia esta misión y desafío divino, así como orgullo humilde, nada soberbio, por haber sido tocado por el mismísimo Espíritu Santo.

Por ello, el Papa debe tener una gran madurez emocional para poder equilibrar, sostener y contener, como si de la Cruz se tratase, no solo a la Iglesia sobre su cabeza, sino también, dar respuesta a los desafíos y sufrimientos del mundo del siglo XXI, fuera y dentro de la Iglesia; a poder llegar a un mundo tan cambiante y exigente, cada vez más secularizado y con tanto vacío existencial.

Para ello, es importante que se pueda cuidar la salud mental del Santo Padre, que sin duda, va a tener distintos factores protectores que amortiguarán su bienestar emocional, tales como el haberse preparado previamente para esta posible situación, aunque nunca hay una preparación previa exacta, y, como decía Albert Einstein: «Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos». Esto, sin duda, junto a la profunda fe, junto con las herramientas teologales de la oración, y la Eucaristía, dejarse ayudar, e integrar las respuestas de los demás y no solo las suyas, harán un Papa humilde y auténtico que en un momento determinado, como Benedicto XVI, sepa poner el límite, cuando ve sus propios límites, con honradez y madurez.

Por todo ello, es importante que cuando repiquen las campanas, aún con la fumata blanca sobre la chimenea y veamos al nuevo Papa, podamos ver también a un hombre que deja su privacidad y su vida y la pone al servicio de los demás, veremos que será analizado al milímetro, que las distancias cortas serán cruciales para hacernos una idea de quién es. Y que si se supiera el nombre momentos antes de que saliera al balcón, la IA ya tendría una imagen antes de la real de él. Y que a golpe de click, en tiempo real sabremos de qué pie cojea, por lo que es importante que el Papa pueda sentir la compasión del mundo; aceptarle errores; orar por él; para hacerle ver que no camina solo, y que al igual que Pedro no anduvo solo en medio de la tempestad del mar, que la Gracia Divina le tomará de la mano, para sentir alivio y consuelo en momentos de incertidumbre y sufrimiento que sin duda tendrá en su Pontificado. Pero también la de un hombre que llegará sin duda al corazón de otros muchos hombres y mujeres y pondrá paz y sosiego en sus vidas. Detrás de la sotana blanca hay un corazón latiendo, un torbellino de emociones y un alma que debe sentir el consuelo y el calor de su pueblo.