Historia santa

«Jesús tendría que haber sido lapidado, no crucificado»

Luis Antequera analiza los mitos y la historia de la pena capital que padeció el Hijo de Dios en un libro de investigación

El tercio Duque de Alba II de la Legión, con sede en Ceuta, en un momento del traslado del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, conocido como Cristo de Mena, a su trono procesional en el Jueves Santo a 6 de abril de 2023 en Málaga, Andalucía.
El tercio Duque de Alba II de la Legión, con sede en Ceuta, en un momento del traslado del Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, conocido como Cristo de Mena, a su trono procesional en el Jueves Santo a 6 de abril de 2023 en Málaga, Andalucía.Álex ZeaEuropa Press

La iconografía semanasantera, en entredicho en su literalidad. A la manera de Benedicto XVI, cuando defendió que la mula y el buey no estuvieron en el portal de Belén. «La crucifixión de Jesús, tal como nos la imaginamos, en una cruz de madera hecha por un carpintero y con los brazos extendidos en actitud de acogida, es muy improbable que se correspondiera con lo que fue realmente». Es la advertencia que lanza Luis Antequera, después de una minuciosa investigación sobre la que considera «el peor tormento que haya podido imaginar el ser humano». Así lo expone en «Crucifixión. Orígenes e historia del suplicio» (Sekotia-Almuzara).

«Fue clavado casi seguro y muy probablemente fue atado, porque la sujeción de un cuerpo únicamente con clavos es sumamente inestable y se habría caído», relata este abogado y economista, que subraya que conocemos de la existencia de los clavos únicamente por el escrito de San Juan y no precisamente al describir la escena de la muerta, sino a posteri, en el episodio del incrédulo Santo Tomás, cuando se deja caer esta referencia. Tampoco se dan detalles de si la cruz tenía o no cabecera, si era en equis o con un único tronco en vertical. «Si no entraron en detalles era porque se trataba de una realidad tan cotidiana para los ciudadanos de entonces que no eran necesario explicar más».

Antequera también comparte una contradicción entre los Evangelios sinópticos –Mateo, Marcos y Lucas– y san Juan, en tanto que el trío apunta que Jesús nunca portó la cruz, sino que la llevó el Cireneo, mientras que el cuarto apunta que «la cargó desde el pretorio hasta el Gólgota». Pero si hay algo verdaderamente singular en la ejecución de Cristo para el autor es la coronación de espinas: «Es una tortura del que no conocemos ningún testimonio antes en la historia de Roma. Es algo que se le ocurrió al soldado de turno como una humillación ante el que se proclamaba rey».

En cualquier caso, «la cruz era la peor ejecución por lo duradero, lo verdaderamente cruel y espantoso es lo muchísimo que puede durar. En las actas martiriales que redactaban los cristianos se nos relata de una crucifixión que nos habla de hasta nueve días vivo. Te terminaban matando las propias alimañas: cuervos, ratas, perros, lobos…».

La presencia de Pilatos

Además, recuerda que «Jesucristo no debía de haber sufrido la pena de crucifixión, sino la lapidación sumaria en manos de una turba, sin juicio alguno. Pero, al encontrarse Poncio Pilato en Jerusalén y ser la Pascua judía, se le acabó crucificando», desvela Antequera, que recuerda que estuvo a punto de ser lapidado hasta en dos ocasiones y cómo apenas unos días antes él mismo había salvado de esta suerte a la mujer adúltera. Entonces, ¿Por qué es crucificado? «La autoridad romana no se encontraba oficialmente en Jerusalén, sino en Cesarea Marítima. Sin embargo, Poncio Pilatos viaja a la Ciudad Santa porque se celebraba la pascua judía, se triplicaba la población y se generaba un fervor peligroso que había que controlar. Habría que preguntarse si también estaba alertado por la entrada de Jesús en loor de multitudes. Eso es lo que provoca el juicio», expone el autor.

Se cree que fueron los persas, cinco siglos antes de muerte de Jesús, quienes comenzaron a aplicar este castigo letal. De hecho, se da por hecho que el rey Dario I ejecutó a 3.000 personas por esta vía. A partir de ahí se multiplicaron las víctimas. «Es imposible establecer un censo a lo largo de la Historia, aunque podemos hablar sin temor a equivocarnos de cientos de miles de personas», expone Antequera, que detalla que los romanos lo utilizaban como ejecuciones masivas para rematar sus guerras. Aunque Constantino prohíbe su práctica en el siglo IV, se retomó en distintas latitudes. Ahí está la masacre a los judíos sefardíes en la matanza de Granada en 1066, en pleno califato de Córdoba. O el resurgir en Japón, por los misioneros, cuando la evangelización del Crucificado se convirtió en un bumerán para ellos», remacha Luis Antequera.