Sociedad

Maltrato: Así vive la primera mujer que pudo cambiar su nombre

María –nombre ficticio– y su hijo lograron que el Ministerio de Justicia les aprobase el cambio de identidad dado el peligro que corren. Desde entonces, se han autorizado únicamente 19

Debemos esperar a que el perro se coloque en la posición de paseo antes de continuar | Imagen de archivo
Debemos esperar a que el perro se coloque en la posición de paseo antes de continuar | Imagen de archivolarazon

María –nombre ficticio– y su hijo lograron que el Ministerio de Justicia les aprobase el cambio de identidad dado el peligro que corren. Desde entonces, se han autorizado únicamente 19.

Cuando María lee en su DNI el nombre y los apellidos de sus padres se rompe por dentro. No son los reales. «Eso me duele porque ya no los tengo». En el reverso del DNI tampoco figura su verdadera identidad. Ni María, un nombre ficticio que usaremos para tratar de preservar su identidad. Tampoco se dirán datos, fechas, ni lugares concretos. Su vida está en juego. Es la primera mujer en España a la que se le concedió un cambio de nombre (a ella y a su hijo) ante el elevado riesgo que sufría y continúa sufriendo como víctima de la violencia de género. Hoy relata su caso para denunciar que hay muchas mujeres que, como ella, corren peligro «y no consiguen la ayuda necesaria». De hecho, desde algunas asociaciones la llaman para pedirle consejo para ver cómo se puede tramitar el cambio de identidad. En España, según consta en la base de datos del Ministerio de Justicia, se han aprobado «19 cambios de nombre y apellidos con cambio de identidad, a mujeres víctimas de violencia de género, incluyendo a sus hijos». Su caso fue anterior. Algo tiene que cambiar.

El maltratador de María fue detenido portando numerosas armas. Nos las detalla y pide que no se citen. Instantes previos había llamado a su hermano. «Tu hermana no me ha dejado al niño, la voy a matar, le voy a sacar las tripas y me voy a entregar», le dijo.

Años antes María ya había visto la muerte de cerca. «Al principio era un hombre encantador. A los diez meses de conocerlo veníamos de una fiesta del barrio. Me adelanté unos pasos y me puse hablar con una persona que había estado interesado por mí. Él lo sabía. Ese día vi la muerte». María toma aire. «Me tiró piedras y me arrinconó entre un coche y un camión. Salí corriendo delante de todo el mundo, pero nadie hizo nada. Me cogió en una parada del autobús se quitó el cinturón y me lo ató al cuello. Casi me quita la vida en ese instante». Aún así, María siguió con él. «Me pidió perdón como 20.000 veces». «Estuve tres semanas sin poder ir a trabajar. Estaba llena de hematomas, lo único que hacía era asomarme al balcón». Las palizas empezaron a ser constantes. «Ya no quería vivir. Me quedé embarazada y fue lo único que me hizo tirar para adelante». En aquella época, María y su maltratador vivían en casa de su progenitor. «Mi padre tenía demencia senil y él me amenazaba con matarle. Me decía que le iba a tirar por el balcón, le veía capaz. Fueron unos años muy duros».

Ella cerró la puerta de la violencia cuando su hijo apenas caminaba. «Él no le maltrataba. Eso es verdad. Todo lo dedicaba al niño, cosa que no me gusta decir, pero así es». El día que recuerda con más pavor es cuando estaba embarazada de cinco meses. «No sólo me pegaba palizas (con que se levante la mano es más que suficiente), me violaba, me vejaba, me amenazó con armas recortadas. Pero ese día me hizo bajar a la calle y me ató con la correa del perro. Me estuvo paseando por la calle de madrugada». Hasta entonces María no se había atrevido a denunciar, pero lo que sí había hecho, «y en muchas ocasiones, era llamar a emergencias y siempre me decían: ‘‘ahora le pasamos con la psicóloga’’. Les explicaba que no, que lo que quería es que alguien viniera porque me iba a matar». María vuelve a romperse. Tras hablar de cómo ha cambiado positivamente su vida, retomamos la conversación. Cómo sería la situación que en una de las ocasiones, tras escuchar una de las peleas «mi padre cogió un cuchillo de cocina y le atravesó». En este momento estaba el hermano de María que lo llevó al hospital. «A partir de entonces fue todo a peor». Una mañana «salía con mi hijo al parque y me crucé con un antiguo amigo de colegio. Al oír que me llamaba guapa salió de la casa. Sólo me acuerdo que me puse a correr con el niño y el carricoche para intentar esconderme. Pero me encontró y me dio la paliza de mi vida».

Al día siguiente María fue al juzgado a escondidas. Pidió ayuda a un amigo que tenía. «Me preguntó a dónde iba y le dije que al médico, que tenía cita. Iba cagaíta de miedo. Cuando el juez me vio me dijo pasa para adentro y me puso en contacto con mi abogada». El día anterior «me había llevado a casa arrastrándome con el niño. Me dio puñetazos, me rompió un diente. De hecho, tengo el oído derecho fastidiado por los golpes».

En la casa de acogida en la que estuvo con su hijo «él vino a matarme. Se saltó la orden de alojamiento en dos ocasiones». «No estuve bien en esa casa, la verdad». Pero tras esa puerta que se cerró había una más esperándole: el Centro de Recuperación Integral de Ana María Pérez del Campo, el único de toda España, a pesar de que, en 2016, un total de 44 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex, y otros ocho casos continúan en investigación. Pero antes de llegar a este centro, María estuvo varios meses en casa de su hija. «Como vivía en un bajo, teníamos todas las ventanas cerradas. Miraba por las rendijas de las persianas y veía que siempre había una moto parada. Un día mi hija me dijo ‘‘mamá hay que salir de casa’’. Llevaba ya dos meses sin poner el pie en la calle. Teníamos que ir al banco. Al salir de la sucursal le dije ‘‘entra, corre, que está ahí’’. El director cerró las puertas y vino una patrulla a buscarme. Tras poner la denuncia, la Policía nos llevó a casa. Justo cuando estábamos llegando nos dijeron que le acababan de coger. En ese momento pasó todo el dispositivo policial delante de nosotras con él gritándonos que nos iba a cortar el cuello».

Después se fue al centro integral «donde volvería a ir porque ahí conseguí empezar a rehacer mi vida». Durante ese tiempo, en una ocasión llamaron «al centro de salud que lleva Ana María preguntando por mí diciendo que era mi padre. Algo imposible dada su enfermedad. Después me enteré de que hubo gente buscándonos –a ella y a su hijo–con una foto por los alrededores. Me cambié el pelo y pensé que tenía que cambiar de identidad porque estéticamente no podía hacer más. También cambié de localidad en varias ocasiones». Es entonces cuando presentó los papeles del atestado de la Policía, los documentos que demostraban que él había estado en prisión por tráfico de drogas, de armas, de asesinato, así como la orden de alejamiento que tengo, que es muy extensa. Cierto es que me pidieron muchos papeles pero se me aprobó el cambio de identidad tanto para mí como para mi hijo».

«Los primeros días fueron muy difíciles». María no conseguía acostumbrarse a que en su nuevo trabajo la llamaran por su nuevo nombre. «Recuerdo que una compañera no paraba de llamarme y yo pensando qué pesada (se ríe) hasta que otra compañera me dijo que te llaman y no te enteras». «A mi hijo se lo expliqué como un juego, como le gustaba el deporte se puso el nombre de un deportista». «Al principio cuando estábamos solos en casa me costaba mucho llamarle así. Pero ya no. A él le cuesta menos que a mí».

Han pasado los años pero María sigue cambiando su estética y toma todo tipo de precauciones. «Llevo GPS. En casa vivo con tres pastores alemanes, uno de ellos adiestrado en defensa. Son ocho ojos. Mi perro de protección es fundamental. Lleva una equipación que cuando le cojo del arnés se activa y si viene mi agresor le quito el bozal. Estamos amparados ante la ley y a mí me da tiempo a salir corriendo». Además evita repetir establecimientos, ha cambiado de número de teléfono y cada cierto tiempo se reúne con los policías de la nueva localidad en la que vive ella con su hijo, del que tiene la patria potestad.

«El cambio de identidad no es como en las películas. Te cambian de nombre, pero al menos en mi caso no me dieron una nueva profesión ni me dijeron que lo hiciese». Aunque ella decidió hacerlo, y ya ha cambiado de profesión en varias ocasiones. Hablamos de los últimos asesinatos de violencia de género. «Es una barbarie, terrorismo puro y duro». Pero ¿con ayuda se puede salir?, le pregunto, «Sí, se puede».