Yo Creo
Ortega: el «hater» que quiere fulminar a la Iglesia de Nicaragua
Desde 2018, el sandinista asfixia al catolicismo prohibiendo procesiones, expulsando a monjas, encarcelando a un obispo... Ahora da un paso más al confiscar la universidad jesuita
Por obra y gracia de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, la Iglesia se está esfumando de Nicaragua. Desde 2018, los ataques al catolicismo se están recrudeciendo a una velocidad y voracidad inusitadas sin límite. Esta misma semana, de un día para otro, la Universidad Centroamericana de los jesuitas en Managua era confiscada, convertida en centro estatal y renombrada como «Casimiro Sotelo», en homenaje a un guerrillero sandinista. Este expolio ha generado una reacción internacional tal que tanto la ONU como Estados Unidos consideran que se trata de la «mayor erosión» a la democracia del país hasta la fecha. Ni mucho menos la única.
En paralelo a este golpe a la Compañía de Jesús, diariamente los sacerdotes, religiosos y cualquier ciudadano que osa acercarse al hecho religioso son víctimas de las agresiones del régimen. Este mismo viernes se prohibía la entrada al país al sacerdote Eladio Sánchez, que estudia en Italia y regresaba para despedir a su hermano fallecido. Prácticamente a la vez, se conocía la condena a ocho años de prisión al periodista local Víctor Ticay por cubrir una procesión del Jueves Santo, acusado de «conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional». Y es que justo esta primavera se prohibió que cualquier paso de Semana Santa saliera a las calles en una nación donde el 44,9% de la población se confiesa católica.
La primera alerta significativa vino de la mano del exilio del obispo carmelita Silvio Báez. A petición del Papa Francisco, se fue a Roma en abril de 2019, en medio de amenazas de muerte. A partir de ahí se han sucedido episodios inimaginables en otros países donde la libertad religiosa aparentemente está aún más restringida. En junio del año pasado se expulsaba a las misioneras de la Caridad, la congregación de la madre Teresa de Calcuta, por, supuestamente, realizar «actividades políticas». Junto a ellas se ilegalizó a cien entidades humanitarias, un goteo constante hasta hoy. Pero, sin duda alguna, el punto y aparte de esta cruzada es el encarcelamiento del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, hace justo un año, condenado a 26 años de prisión por «traición a la patria». Hasta en dos ocasiones se le ha ofrecido salir del país, pero ha querido permanecer entre rejas, convirtiéndose en el icono de la resistencia.
La Iglesia nicaragüense, con el respaldo de la diplomacia de la Santa Sede ha optado por evitar un ataque frontal con Ortega, lo que en algunos foros se tachó de cierta tibieza tanto de Roma como del cardenal arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, principal líder eclesiástico de la nación. Tanto Brenes como el Vaticano han salido al paso de estas acusaciones bajo la máxima de la eficacia a largo plazo del «soft power» En este caso, se traduce en rebajar el tono de confrontación para no ofrecer más argumentos a la autocracia para asfixiar al clero y al laicado. Es la vía que desde Secretaría de Estado encuentran para, al menos, continuar realizando su labor pastoral y humanitaria de forma callada y salir al rescate de una ciudadanía que es la tercera más pobre del continente.
«La Iglesia no está siendo condescendiente ni mucho menos. El problema es que tiene un margen de maniobra muy reducido, básicamente porque todos los intentos de defender la libertad y los derechos humanos desde las distintas instituciones internacionales están fallando a la hora de domesticar o suavizar el sistema de represión impuesto, sea la Organización de Estados Iberoamericanos o el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU», comparte José Ángel López, profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas.
Para el docente, de poco ha servido tampoco la reciente resolución del Parlamento Europeo, de 15 de junio de 2023, que recopila todas y cada una de las agresiones de Ortega y Murillo. «O sigues aguantando y te siguen sacudiendo, o abandonas al país dejando a la población a su suerte. La opción de la Iglesia, en este y otros escenarios similares, es aguantar el tirón desde dentro para acompañar a la gente con el coste que supone y, en paralelo, continuar denunciando en paralelo en foros internacionales», apunta López. Y es ahí donde entran los llamamientos genéricos a la concordia y a la paz, como verbaliza el Papa en el marco de rezo dominical del ángelus, aderezados con algún estacazo del propio Francisco a través de sus declaraciones informales y sin cortapisas a los medios. En marzo llegó a calificar de dictadura «grosera» de corte «comunista o hitleriana» al Gobierno, con una apreciación adosada sobre el líder centroamericano: «Con mucho respeto, no me queda otra que pensar en un desequilibrio de la persona que dirige». Aun así, Francisco no tira la toalla y como aseguró hace unas semanas a la revista «Vida Nueva», «seguimos, estamos tratando de negociar».
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