Famosos
«Pensé que podían llegar a violarme»
Una joven relata en primera persona el infierno que vivió en un colegio Mayor por las novatadas de principio de curso. Aguantó cuatro días y decidió huir.
Septiembre de varios años atrás. Una nueva ciudad. Una nueva etapa para otra joven de 17 años que migraba a Madrid para empezar su carrera. Contenta y con las expectativas bien altas, acompañada por sus padres entraba en aquel lugar dónde su sueño se convertiría en una pesadilla. “Todo parecía normal, aunque demasiado silencioso para ser un colegio de estudiantes, no había nadie por los pasillos”, cuenta la joven. Poco después se dio cuenta que todo era una especie de teatro, al oír la palabra “padres” todos los veteranos desaparecían o se transformaban en las mejores personas del mundo. La realidad describía todo lo contrario, de puertas para dentro, los veteranos sacaban la “fiera” que llevaban dentro.
Minutos después llegó a la habitación, allí estaba su futura compañera y un chico más mayor, los saludó con dos besos, ellos hicieron lo mismo, pero cuando sus padres se fueron todo cambió. “Conmigo la tienes jurada. Cómo se te ocurre tocarme una parte de mi cuerpo y menos darme dos besos”, le amenazó el veterano. Era la primera vez y Paula se lo tomó a broma, no sabía lo que la esperaba.
Cuando las dos chicas se quedaron solas en la habitación, la compañera de Paula, asustada, comenzó a contarle todo lo que la ocurriría después. Ella llevaba 15 días, había adelgazado muchísimo y estaba desesperada. Transcurrió la tarde y a la hora de la cena empezaron las rutinas de las horas del comedor: desayuno, almuerzo y cenas. Aunque solamente lo disfrutarían los veteranos. “Nosotros éramos sumisos. Teníamos que bajar acompañados de un veterano, servirles y, cuando te tocaba coger tu comida, lo único que podías hacer con ella era tirártela por la cabeza. No podías comer.” “Primer día, primera cena, y no cené”, contaba Paula.
"Campo de guerra"
“El comedor era un “campo de guerra”, “una batalla campal” donde veteranos luchaban por ser los más fuerte, y el director les reía las “gracias”, recuerda. Entre ellos también había conflictos y los más perjudicados eran los “nuevos”. “Era una espiral, un veterano mandaba a un nuevo hacer algo a otro veterano, más tarde este segundo, buscaría algo peor para hacer a un tercer veterano, y así sucesivamente” relata la joven.
Tras las cena, Paula y sus compañeros tenían que ir al bar o algún parque. “Allí éramos “los putos nuevos” lamenta, porque sus mayores así les habían bautizado. La primera noche, todo era novedad para ella. Con miedo, entró en el bar. La joven quedó asustada pero no podía hacer nada ni salir de allí, sólo veía gente fumando porros y metiéndose “rayas” como si fuera algo normal, mientras escuchaba a sus colegiales decir: “todos acabaréis teniendo estos vicios y no saldréis de ellos”. Poco después comenzó lo que los veteranos llamaban “fiesta” pero que para los novatos era una “agonía”. “Todo parecía ir “bien” hasta que a uno de los chicos que era celíaco le dijeron que hasta que no lo demostrara no iban a parar, acabó en un coma etílico y tirado sin moverse” afirma Paula detallando que “poco después le llevaron al hospital y no le volvimos a ver, pero sé que denunció al colegio”.
Lo único que consiguió este chico con las denuncias fue una reunión con el director, donde riéndose de los novatos les amenazó: “si alguno denuncia o perjudica al colegio os la veréis conmigo. Todo lo que ocurre, es culpa vuestra, lo tenéis que pasar y al que no le guste que se vaya”. Paula estaba desesperada y pensaba ,”si supuestamente el que tiene que controlar se ríe de nosotros, ¿quién nos protegerá en un futuro?”.
Esclavos
Al día siguiente, en el desayuno pasó lo mismo que ocurrió la noche anterior, los nuevos no comían mientras los veteranos disfrutaban. Poco después, Paula tenía clase pero como todos los novatos, no pudo ir, no tuvo permiso para ello. Durante el día y la noche eran esclavos, los colegiales tenían llaves de todas las habitaciones podían entrar a cualquier hora a pedirles cualquier cosa. “Lo típico era venir hacia las cinco de la mañana a ducharnos con agua fría y a pedir que fuéramos a comprarles algo a la calle, daba igual que estuvieras en braguitas o desnuda, si era un chico mala suerte” contaba. “A mí me tocó la ducha la segunda noche y después subir con un colchón a cuestas dos pisos porque venía a dormir la novia de un veterano”, “los novatos no podíamos usar el ascensor”.
Por las tardes solían salir a la calle e ir a algún parque, hacían juegos de todo tipo, desde hacer tirar a los nuevos por barrancos hasta meterlos en contenedores y empujar, o restregarte con cualquier chico. “Yo tenía novio, había cosas que me negué hacer” cuenta. Los veteranos lo único que le decían era que “en un mes no tendrás pareja, se cansará porque tu no podrás ir a casa hasta que se acabe el periodo de novatadas y tu encontrarás a otro aquí, y si no ya nos encargaremos nosotros”. A la vuelta al colegio, Paula cuenta que “nos ponían en fila india y nos hacían mirar hacia arriba, los que llevaban días no lo hacían, pero yo cuando lo hice me cayó un cubo de agua con lejía encima, afortunadamente no me paso nada”.
Paula les dijo que no quería saber nada de novatadas, se metía en su habitación y no quería salir, pero la obligaban a hacerlo e incluso le hacían “novatadas” peores. La solución de sus veteranos era: “si no haces novatadas, no te hablaremos ni nosotros, ni tus compañeros nuevos porque no eres uno de nosotros, ni lo serás nunca”. “Yo ya no podía más, estaba harta, era mucha presión para mí” afirma. “ El tercer día sufrí un ataque de ansiedad, llevaba tres días sin desayunar, comer y cenar, había perdido cuatro kilos”, explica. Un veterano le dio una pastilla diciéndola ”no se porque te pones así, no es para tanto, no te preocupes”, pero Paula no se fío.
"Sólo temblaba"
Aquella noche fue la peor de todas, le contaron que unos años atrás subieron a un chico a una azotea, le gastaron una broma y le dijeron que se tirara por una terraza, lo hizo para el lado que no tenía que hacerlo y murió, "no se si fue verdad aquello, pero me dio miedo” dice y, añade, posteriormente, “me subieron a la azotea del colegio, me dijeron que era muy guapa, que por qué tenía novio y no estaba con ellos. Yo sólo temblaba. “En ese momento pensé que podrían llegar a violarme”. La joven pudo escapar: “Corrí y baje a mi habitación llorando, ellos me siguieron, mi compañera les dijo que estaba muy mal, decían que estaban de broma y se ensañaron con ella”.
“Yo no pensaba en irme, tenía miedo, no sabía que hacer”, pero al cuarto día de estar allí dos chicas le dijeron a Paula que no podían más y que se iban del colegio. Entonces la chica tomó una decisión: “Si ellas se van, no voy a ser yo la que me voy a quedar aquí sufriendo esto”. “Fue una decisión dura, cuando te vas a Madrid tus padres se molestan para que tengas lo mejor y parecía que les estaba fallando” aunque con el paso del tiempo “me he dado cuenta que no era yo”, explica.
Una vez en casa, Paula no fue la misma, sus padres querían que fuera al psicólogo pero se negó: "Estuve una semana sin saber que hacer”. Luego decidió volver a Madrid a otra residencia y todo fue distinto, “era una residencia normal, con actividades divertidas para integrarte” decía. Respecto a sus compañeras, “una de ellas no quiso volver a hablar de novatadas, ni de Madrid”.
Cuotas pendientes
En relación con el colegio, “me llamaron para que pagara el mes, a pesar de que sólo estuve cuatro días. Les pagué la fianza pero no les iba a pagar más con lo que viví en ese lugar” afirma. Sus antiguas compañeras que se quedaron en el colegio que ella no quería ni recordar. Al mes ni la saludaban cuando coincidían por la calle: “No nos hables por favor, que luego nos la llevamos nosotras”, le decían. “Era como una secta. Al año siguiente, los nuevos acabarían siendo como los veteranos, e incluso peor, si te dan un golpe, cuando eres como ellos darás dos”, indica.
La joven afirma que esta situación le afectó: “Cambié, me hice más introvertida. Es una hipocresía, las novatadas te hacen menos sociable” dice. “ Era una situación rara, dejé de creer en mí”, relata. Le costó un tiempo superarlo porque no tenía motivación para estudiar, ni ganas para hacer planes con sus amigas. “Madure de una forma distinta a la que había esperado” explica.
Historias como la de Paula han seguido existiendo aunque los colegios mayores se están uniendo para radicar las novatadas. María González Zabal, presidenta del Consejo de Colegios Mayores de España, indica que se está trabajando con la Policía para acabar con estas situaciones. Otros profesionales también luchan contra las novatadas. Por ejemplo, centros como el Colegio Mayor Universitario Vedruna, en Madrid, en el que se ha llevado a cabo un taller de asertividad impartido por la psicóloga Ana Aizpún. “Es importante que los universitarios reciban «inputs» de otras prácticas que son mucho más positivas” afirma María.
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