Narcotráfico
Las rutas del hachís se mudan a Tarragona: 3.600 kilos solo en 2023
La presión policial en el Campo de Gibraltar ha obligado a los traficantes de cannabis a disparar su gasto en combustible y alijar en costas catalanas
A veces pueden tardar años en reaccionar, pero lo hacen. Igual que el agua siempre encuentra su cauce, por muchos impedimentos que las Fuerzas de Seguridad traten de poner a las organizaciones dedicadas al tráfico de estupefacientes, ellas siempre buscarán otros caminos y métodos para hacer entrar el producto en el mercado. Es el eterno juego del gato y el ratón, un fenómeno en constante evolución que ahora ha vuelto a mutar.
Tras la presión policial ejercida en Campo de Gibraltar (Cádiz) desde que en verano de 2018 se pusiera en marcha un Plan Especial del Ministerio del Interior –con siete millones de euros de presupuesto– para frenar el desproporcionado repunte de narcotráfico en la zona, las organizaciones que alijaban hachís en tierras andaluzas han tenido que buscar otra ruta. Y aunque nada es comparable a los 14 kilómetros de Estrecho que separan el norte de África (punto de partida del producto) con España, tienen que hacer lo que sea por hacer llegar la resina de cannabis a Europa. Subir varias millas más arriba bordeando el litoral les supone muchísimo más coste en transporte (el gasto en combustible se multiplica hasta rozar precios desorbitados) pero en este momento no les quedan muchas más alternativas.
Y el lugar escogido para alijar ahora es Tarragona, concretamente la frontera entre Cataluña y la Comunidad Valenciana: el delta del Ebro. Aunque el tráfico de hachís en la zona no es algo nuevo, el repunte actual resulta evidente a tenor de los kilos incautados por la Guardia Civil. Según explica el capitán Héctor Muñoz, responsable del grupo de Policía Judicial de la Comandancia de Tarragona, la tradición de alijar hachís en el delta se remonta a los años 90, cuando –igual que ocurrió en Galicia– los contrabandistas dedicados al tabaco en la década de los 80 aprovecharon las rutas y la infraestructura creada para comercializar con el hachís. «Es una zona que siempre ha destacado en Levante pero nada que ver con lo que ha pasado ahora», admite Muñoz.
«Al ser un saliente, el Delta es un lugar idóneo, muy plano, con abundante vegetación y arrozales, por lo que a ellos les resulta relativamente sencillo detectar nuestras vigilancias», sostiene.
Además, el hecho de que se trate de un lugar sin muchos testigos (nada que ver con las abarrotadas playas gaditanas) les facilita el trabajo de las descargas sin ojos indiscretos que puedan alertar a las autoridades.
A pesar de que se trata, como explicaba el capitán, de un lugar «tradicional» para alijar, es cierto que los traficantes de la zona nunca alcanzaron el renombre o la fama de los clanes gallegos dedicados al narcotráfico tipo Laureano Oubiña o Sito Miñanco ni tampoco a los últimos de La Línea, como el clan de «Los Castaña». Aquí son pescadores «anónimos» que conocen bien caminos y playas y que muchas veces solo hacen de intermediarios con los propietarios del estupefaciente: organizaciones europeas que solo vienen a España para alijar pero se llevan la droga fuera. «El mayor porcentaje de lo que entra va para Europa», sostiene Muñoz, quien admite que han detectado compradores franceses, belgas, italianos y de origen albanés. De hecho, los más numerosos últimamente han sido organizaciones balcánicas. En la mayoría de los casos vienen a España solo para el desembarco y luego se vuelven a marchar.
El incremento de los alijos en Tarragona ha ido muy ligado a la presión policial en otros puntos de España. Así, el capitán asegura que desde 2006 a 2008 hubo un ligero incremento de los alijos y que en los años 2010 y 2011 bajaron por la presión policial y la entrada del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE), una tecnología que sirve para detectar a larga distancia las embarcaciones que se aproximen a la costa. «Se creó para detectar pateras pero ha servido también para la lucha contra el narcotráfico por vía marítima», confiesa el capitán.
Tanto «daño» hizo el SIVE a los narcos que en 2013 no se detectó ninguna entrada de hachís en Tarragona. Los años posteriores solo hubo constancia de un alijo al año aunque de 2018 a 2020 ninguno. Esto coincide plenamente con el repunte tan exagerado que se produjo esos años en la zona del Campo de Gibraltar. Precisamente por esos continuos golpes policiales en el sur, las organizaciones tuvieron que buscar otras costas para hacer llegar el producto y en junio de 2021, los compañeros de la Guardia Civil de Andalucía les alertaron de que iban a desplazar su actividad a la zona de Tarragona. Fue dicho y hecho. En el mes de julio comenzaron las primeras descargas y de julio a diciembre ya se habían detectado cuatro narcolanchas varadas (son ya ilegales desde 2018 por considerarse un género de contrabando) y dos desembarcos de 2.700 kilos de hachís. Al año siguiente, en 2022, localizaron otras cinco narcolanchas y se incautaron de 7.852 kilos en solo tres desembarcos. «El 76% fueron en Tarragona», según la Guardia Civil.
Y 2023 ha sido sin duda el año más fuerte, con 18.938 kilos en toda Cataluña, si bien solo 3.605 han sido en Tarragona. «Hemos detectado que ya se están desplazando a Barcelona y Gerona por la presión que llevamos ejerciendo desde 2021 y 2022», sostienen desde el instituto armado. En ese sentido, el capitán asegura que una organización que en 2022 alijó en Tarragona ha sido detectada en 2023 en Gerona. Este cambio de Tarragona a Gerona supone para las organizaciones un incremento de 5.000 euros en combustible. Hay bandas que se dedican exclusivamente a eso: proporcionan gasoil a organizaciones narcotraficantes después de adquirirlo mediante compras fraccionadas. También las hay que se dedican «solo» a meter la narcolancha al agua. De esto fue la «operación Maius», desarrollada en marzo de 2022: los delincuentes metían narcolanchas desde Galicia y Portugal en camiones y las colocaban en el agua para que el narco les diese uso. Un mes después de esa operación se produjo otra similar, «Drift», donde se encontró el primer taller clandestino de narcolanchas en Cataluña, precisamente en Tarragona. Hacían todo desde allí: motores, elementos de navegación... Y el pasado mes de diciembre se produjo otra operación contra el tráfico de hachís en la que habían «externalizado» todo el trabajo de descarga.
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