Invierno
El truco que usaba la gente en la época medieval para calentar la cama durante el invierno
El invento para poder dormir calientes cada noche que nace del ingenio y la necesidad
Ahora poner la calefacción es un paso sencillo, darle a un botón y en unos minutos empieza a templarse la casa. Lo hará durante el tiempo que quieras pero, con poco que sea ya hace menos frío. Sin embargo, que esto a día de hoy sea así, ha tenido que pasar mucho tiempo y mucho frío.
Durante siglos, la humanidad ha buscado formas de combatir el frío. Pero antes de que existiera la calefacción central, los radiadores o las mantas térmicas, dormir en invierno era un auténtico reto.
En la Edad Media, cuando las temperaturas bajaban y las casas eran frías, húmedas y llenas de corrientes de aire, la cama no era necesariamente un lugar cálido. Sin embargo, la necesidad agudiza el ingenio, y en aquella época se desarrollaron métodos —algunos ingeniosos, otros peligrosos— para poder dormir sin congelarse.
Camas cerradas como refugios
Las camas de la época no solo servían para dormir. Eran refugios contra el frío. Por eso, muchas tenían cuatro postes con cortinas que se cerraban completamente para conservar el calor corporal y protegerse de las corrientes de aire.
Pero pocas personas podían permitirse unas camas así, a veces simplemente se agradecía tener un colchón donde dormir y una manta con la que arroparse.
El truco medieval para combatir el frío
Los más afortunados usaban calentadores de cama, una especie de sartén con tapa, llena de brasas , que se deslizaba entre las sábanas para templarlas antes de dormir, Aunque era eficaz, también tenía sus riesgos como el humo tóxico y la posibilidad de que las brasas provocasen incendios.
Lana, gorros y pieles
Para abrigarse utilizaban mantas de lana muy pesada, y en algunos casos pieles de animales. Dormían también con gorro de lana o algodón, porque una gran parte del calor corporal se pierde por la cabeza.
Otra factor clave contra el frío era el aliento de las personas. Con todo cerrado, el propio aliento y el calor humano contribuían a calentar el pequeño espacio que creaban las cortinas de la cama. Era una especie de microclima, rudimentario pero eficaz.