España, 'desenchufada'
Les propongo un reto: busquen a su alrededor a alguien que no use internet para nada. Ni mensajes por WhatsApp ni compras por Amazon. Tampoco un me gusta furtivo en Instagram o una consulta rápida a La Razón. Descartado, por supuesto, pagar con el móvil o ver una serie en streaming. Y eso de hacer la declaración de la renta online, olvídese. Complicado, ¿verdad? Vivimos rodeados de 0 y 1 que tan sólo tenemos que distribuir de forma adecuada para obtener los resultados deseados. Esta fortuna de tener todo al alcance de la mano ha dado lugar a una sociedad empantallada que deja datos tan curiosos como el siguiente: según NordVPN, los españoles pasaremos un total de 28 años, 9 meses y 10 día entre bits, ordenadores, tablets, smartwatches, teléfonos… vivimos enganchados, por lo que la simple posibilidad de olvidarnos el dispositivo en casa nos pone más nerviosos de lo normal. Pero ¿y si lo perdiésemos para siempre? Algo así como un apagón que nos dejase desprovistos de uno de los tesoros más valiosos en el siglo XXI. Asusta, ¿verdad? Esta es la historia de un día de oscuridad digital.
“Uno de los mayores problemas es que la gente considera internet como un hecho automático. No entienden el grado de penetración que le hemos dado en la mayoría de los aspectos de nuestra vida. Ni siquiera se plantean el dilema de no tener acceso a él”, explicó William Dutton, profesor de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), a la BBC. Esta frase ha provocado un aluvión de reflexiones a lo largo del tiempo. La primera idea que hay que poner sobre la mesa es que la red no es inviolable. Y la segunda es que, efectivamente, puede desaparecer en cualquier momento. Son dos hechos probados. Por ejemplo, bastaría con que un hacker crease un software capaz de afectar a los routers que tenemos en casa. En definitiva, una especie de ciberataque a escala mundial que se propagase tan rápido como un virus. Ahí está el caso de TV5 Monde: en abril de 2015, la cadena francesa permaneció en negro durante casi 24 horas tras sufrir una emboscada virtual reivindicada por el Estado Islámico. De igual modo, perdieron el control de sus páginas web y de sus perfiles sociales. Los daños se contaron por miles de euros y tardaron semanas en recuperarse. A él le siguieron Wannacry, Wikileaks, Cambridge Analytica…
Otra opción es que alguien cortase los cables que permiten el tráfico de datos entre continentes. Es cierto que se localizan a gran profundidad bajo el mar, pero que eso no les engañe: en 2008, numerosos países de Oriente Medio y el sureste asiático se quedaron desconectados por una avería de estas características. Sin embargo, hay una alternativa que retumba con muchísima fuerza en los últimos meses: los llamados interruptores para apagar y encender el ciberespacio al antojo de un Gobierno. ¿Existen? Nadie lo sabe, aunque los hechos parecen demostrar que así es. El supuesto más reciente es el de Cuba, pero no es el único. Egipto hizo lo propio durante el levantamiento de la Primavera Árabe para dificultar la coordinación de las actividades de los manifestantes. También China, Turquía e Irán cuentan con su propio botón. Incluso Estados Unidos se ha propuesto tener el suyo. Pese a ello, no es tan sencillo como parece: cuanto más grande y desarrollado es el territorio, más costoso es desarrollar uno. Principalmente, por los múltiples intereses políticos, económicos y sociales que se mueven detrás de este mundillo. Ahora bien, pongamos que ocurre. ¿Qué pasaría si España se desenchufase?
“Se pararía el país”, subraya Luis González, experto en ciberseguridad. “Todo se vería afectado: desde el transporte hasta el consumo, pasando por el trabajo, el ocio o la sanidad”. En concreto, las tarjetas de crédito dejarían de funcionar, la teleasistencia quedaría paralizada, los contadores de luz se alterarían, las Bolsas nos podrían abrir… A nivel doméstico, los aparatos inteligentes dejarían de funcionar: bombillas, frigoríficos, hornos, lavadoras, lavavajillas, persianas… No obstante, el mayor contratiempo lo sufrirían las pymes que dependen del comercio electrónico. Cada minuto sin registrar pedidos, supondría millones de euros en pérdidas. Sin olvidar el perjuicio que se produciría sobre los datos personales de miles de personas. En 1998, tuvo lugar un episodio de estas características: como consecuencia de una falla satelital, el 90% de los 50 millones de bíper que había en Estados Unidos dejaron de funcionar y, por consiguiente, miles de trabajadores se vieron afectados. En especial, carpinteros, fontaneros, mecánicos, jardineros… En cambio, los que pertenecían a la clase medio-alta apenas notaron ningún perjuicio. De hecho, se lo tomaron como un día de descanso.
La ‘caída’ del SEPE
“Sin red, asimismo, se pondría en jaque a instituciones como hospitales, la Dirección General de Tráfico, cárceles, la Policía Nacional, residencias… nos quedaríamos a ciegas. Y, además, con la presión de que hay alguien que está detrás de ello”, puntualiza Ana Ramírez, experta en Big Data. La probabilidad de que un acontecimiento así ocurra es real. ¿O, acaso, no recuerdan el ciberataque al Servicio Estatal de Empleo Público del pasado marzo? Aún se siguen notando las consecuencias. En ese sentido, la pregunta se vuelve más que oportuna: ¿cuánto tardaríamos en recuperarnos? “Nos costaría”, añade Ramírez. “Un día sin internet produciría daños irreparables y difíciles de cuantificar. Tan sólo hay que pensar en la información que se perdería y que resulta vital para numerosas empresas. A ello hay que sumar dinero, tiempo, energía, dudas… En cualquier caso, tanto los países como las compañías cuentan con servicios de protección que, si bien a veces no pueden evitar estos incidentes, sí pueden mermar sus efectos. Saben protegerse y saben qué hacer si algo falla”.
De darse estas 24 horas de desconexión, a nivel personal, los que más sufrirían son los millennial y los Z. Ellos han nacido con un smartphone bajo el brazo: sus relaciones, sus contactos, sus estudios, sus aspiraciones, sus antojos… se rigen a través de las plataformas sociales y, por tanto, serían los primeros en verse perjudicados. Todo lo contrario que los baby boomers, cuya infancia y posterior recorrido han estado marcados por lo analógico y lo estéreo. Quizá, estos sabrían adaptarse mejor a esta nueva realidad. Sea como fuera, siempre se ha pensado que la ausencia de internet abriría la puerta de nuevo a una mayor sociabilidad, pero no es así. “Sería muy estresante, pues pasaríamos de dedicarnos a contestar mensajes a hablar con nuestros compañeros de trabajo, algo a lo que por desgracia no estamos acostumbrados”, apunta Andrés del Campo, psicólogo social. “Se trata de una manera de pensar y de actuar. El problema no es la red, sino la actitud. Si ésta falla, seguiremos siendo iguales: hablaremos algo más, pero rápidamente volveremos a nuestro estado habitual”.