
Estreno
Santiago Segura lo vuelve a hacer (otra vez)... ¿te lo vas a perder?
Antena 3 programa esta comedia familiar con sello español en su franja estelar, una historia que combina enredos domésticos, ternura improvisada y humor sin artificios

Hay cosas que no cambian, por fortuna. Como el caos en casa cuando se acercan las navidades o el regreso de Santiago Segura con su inagotable saga familiar que, sin dejar de ser lo que ya conocemos, consigue colarse otra vez en el horario estelar con esa mezcla peculiar de desorden, ternura y carcajada reconocible. Esta noche, Antena 3 emite “Padre no hay más que uno 3” en "El Peliculón", con su receta habitual: un padre desbordado, hijos que hacen de todo menos facilitar la tarea y una sucesión de enredos que harían palidecer al mismísimo Grinch.
En esta tercera entrega, las cosas no han mejorado demasiado para Javier, aunque él siga pensando lo contrario. Sara, la hija mayor, ha terminado con su novio Ocho (que sigue apareciendo como si nada), el suegro se muda a casa como si fuera lo más normal del mundo tras su separación, y los niños... bueno, rompen una figurita de Belén de esas que no se compran por internet ni se reponen con plastilina. La excusa perfecta para volver a ver a una familia que no sabe estarse quieta, pero a la que uno vuelve como quien regresa a casa por Navidad. Aunque en este caso, la cena venga con suegro, figurita rota y tensiones sentimentales.
Lo que sorprende, aún después de cinco entregas, es la capacidad de la saga para seguir haciendo reír sin pasarse de lista. Aquí no hay giros brillantes ni sofisticación calculada: hay ritmo, hay talento para el remate visual y, sobre todo, hay química. Toni Acosta sigue siendo el equilibrio necesario para que todo no explote, Leo Harlem entra y sale dejando su huella inconfundible, y el reparto infantil —cada vez más afilado en lo gestual— sigue funcionando como un engranaje cómico que no necesita instrucciones. Santiago Segura dirige y actúa con ese estilo que ya es suyo: directo, limpio y con olfato para la exageración justa.
Con más de 10 millones de espectadores acumulados entre todas las entregas, “Padre no hay más que uno” es mucho más que una franquicia. Es una especie de espejo distorsionado (y por eso mismo tan certero) de la familia media española: con problemas que no se arreglan, con soluciones que no convencen, con conversaciones cruzadas, mucho ruido de fondo y afecto, aunque a veces venga disfrazado de reproche o torpeza. En la tercera entrega, todo eso se mantiene, pero se añade algo más: el paso del tiempo. Los niños crecen, los conflictos cambian de tono, pero el epicentro sigue siendo el mismo: Javier, ese padre bien intencionado, algo torpe, incapaz de ceder el control... porque aún no ha aprendido que nunca lo tuvo.
La película se disfruta sin mayores exigencias. No porque no haya intención, sino porque no la necesita. Su principal mérito es no querer impresionar con efectos ni con aspiraciones mayores: se dedica a entretener con lo que tiene, y lo hace bien. Un guion que avanza con soltura, un casting que funciona como reloj suizo desajustado (de esos que dan la hora pero hacen ruido) y un humor que se permite lo absurdo, pero sin despegarse del suelo. Es ahí donde encuentra su fuerza: en lo reconocible, en lo que hemos visto mil veces, pero contado con la agilidad suficiente para que no canse.
Y si bien hay quien podría reclamar algo más de riesgo, de renovación, incluso de cambio de fórmula, lo cierto es que el valor de esta tercera parte está precisamente en lo contrario. Es una película que sabe lo que es, lo que se espera de ella, y lo entrega con soltura. En tiempos donde muchas comedias parecen pedir perdón antes de arrancar una sonrisa, esta entra de frente, se sienta en el sofá y te lanza un: “mira lo que han hecho ahora estos niños…”. Y sí, otra vez funciona.
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