Estreno

“So long, Marianne”: El amor bohemio de Leonard Cohen

Un romance complejo y fascinante cobra vida en la serie de Movistar Plus+ que retrata la relación de Leonard Cohen y su musa en los años 60

“So long, Marianne”: El amor bohemio de Leonard Cohen
“So long, Marianne”: El amor bohemio de Leonard Cohen Movistar Plus+

Leonard Cohen y Marianne Ihlen no vivieron una simple historia de amor; su relación fue una sinfonía de emociones intensas, silencios incómodos, momentos de efervescencia creativa y despedidas sin un adiós definitivo. Esa melodía irregular es la que intenta capturar "So Long, Marianne", la serie de ocho episodios que llega hoy a Movistar Plus+ y que, más que un biopic al uso, se presenta como un retrato íntimo de dos almas buscando su lugar en el mundo.

Ambientada en la Grecia de los años 60, con la luminosa isla de Hydra como telón de fondo, la serie recrea ese microcosmos bohemio donde artistas, escritores y músicos huían de la monotonía para vivir según sus propias reglas. En ese contexto se cruzan Leonard, un joven poeta canadiense con una ambición silenciosa, y Marianne, una mujer atrapada entre la maternidad, un matrimonio fallido y el deseo de redescubrirse. La química entre Alex Wolff (Leonard) y Thea Sofie Loch Næss (Marianne) es el verdadero corazón de la serie.

Wolff se aleja de la trampa de la imitación fácil para construir un Cohen vulnerable, carismático, pero también contradictorio. Su interpretación no es un disfraz; se siente auténtica en cada detalle, desde su voz ligeramente apagada hasta la postura corporal que refleja tanto inseguridad como magnetismo. Lo más impactante es verlo cantar: Wolff interpreta todas las canciones en pantalla, y en esos momentos la serie respira con una intensidad que trasciende la pantalla.

Por su parte, Loch Næss huye del cliché de la “musa decorativa”. Su Marianne no es solo la inspiración detrás de canciones icónicas como "So Long, Marianne" o "Bird on a Wire"; es una mujer con ambiciones, deseos y contradicciones propias. La actriz noruega construye un personaje que brilla incluso en los silencios, transmitiendo una complejidad emocional que equilibra el relato, dándole la misma importancia que a Cohen.

Visualmente, la serie es un festín. La fotografía captura la luz dorada de Hydra con una melancolía palpable, convirtiendo la isla en un personaje más: un paraíso aparentemente idílico que, sin embargo, refleja tanto la libertad creativa como las tensiones y desilusiones de quienes la habitan. Las secuencias ambientadas en Montreal, con su transición de un frío blanco y negro a un vibrante color al ritmo de la vida de Leonard, son otro acierto estético que resalta el contraste entre los diferentes mundos del protagonista.

La trama apuesta por un ritmo pausado, casi hipnótico. Esto puede resultar un desafío para quienes esperan una historia lineal o un relato épico de ascenso a la fama. Aquí no hay giros dramáticos innecesarios ni clímax artificiales. La serie prefiere detenerse en las pequeñas fisuras emocionales, en los matices de las relaciones humanas, en los momentos cotidianos que, precisamente por su aparente insignificancia, revelan verdades universales. Si bien algunos episodios intermedios podrían sentirse más estirados de lo necesario, esa sensación también refleja la naturaleza de la propia historia: una relación que llena de idas y vueltas, encuentros y desencuentros. Incluso los momentos menos dinámicos suman a la construcción de ese “vaivén emocional” que definió el vínculo entre Leonard y Marianne.

El reparto aporta una rica galería de personajes que completan el retrato de la época. Destacan Anna Torv y Noah Taylor como Charmian Clift y George Johnston, una pareja de escritores australianos que simbolizan tanto el ideal bohemio como sus inevitables fracturas. Peter Stormare, en el papel del poeta Irving Layton, añade un toque de acidez y provocación que contrasta con la melancolía del protagonista.

La música, por supuesto, es un componente esencial. Más allá de los temas interpretados por Wolff, la serie entiende que las canciones de Cohen, son extensiones de su pensamiento y emociones. Las letras funcionan casi como monólogos internos que nos permiten asomarnos a la compleja mente del artista.

"So Long, Marianne" no es una serie para entender a Leonard Cohen, ni para glorificarlo. Es un intento honesto de mostrarlo en su humanidad más cruda, con sus luces y sombras, con sus genialidades y sus fallos. Y, sobre todo, es un homenaje a Marianne Ihlen, no como una simple musa, sino como una mujer real que amó, sufrió y dejó una huella imborrable en la vida de uno de los grandes poetas del siglo XX.

Al terminar el último episodio, uno no siente que haya presenciado una historia de amor convencional. Es más bien una reflexión sobre el tiempo, la memoria y cómo algunas personas se convierten en parte de nuestra identidad, incluso mucho después de haberse ido.

Hydra: el tercer personaje de la serie

Más que un simple escenario, la isla griega de Hydra es un personaje esencial de "So Long, Marianne". Sus paisajes bañados por la luz dorada del Mediterráneo no solo enmarcan la historia, sino que reflejan el estado emocional de sus protagonistas. La ausencia de coches y la presencia de burros para el transporte diario le dan un aire atemporal que potencia la sensación de estar en un refugio apartado del mundo. Pero esa calma esconde una intensidad latente: la isla es testigo de pasiones, traiciones y búsquedas existenciales. Rodada en localizaciones reales, la serie captura tanto la belleza deslumbrante como la melancolía del lugar.