Estreno
"Patience", neurodivergente pero implacable
La nueva serie de Cosmo, plantea crímenes complejos, pero también relaciones, límites y la certeza de que no todo lo lógico es necesariamente racional
En un paisaje televisivo lleno de series de crímenes cortadas por el mismo molde, “Patience” llega a Cosmo como una rara avis: elegante, emocional, peculiar y con más interés en los personajes que en los cadáveres. Y eso se agradece. La serie —coproducida entre Reino Unido y Alemania— sitúa en el centro a Patience Evans, joven autista con hiperllexia, archivista de policía y coleccionista de rutinas, que sin buscarlo se convierte en pieza clave para resolver los crímenes más enrevesados de la ciudad de York.
Pero no es un drama de superpoderes disfrazado. Aquí no hay genios atormentados ni escenas trepidantes cada cinco minutos. Lo que hay es una joven que necesita dos paraguas, que se abruma con el caos del mundo, pero que detecta patrones mejor que cualquier software forense. Y una inspectora, Bea Metcalf, que está tan desbordada como entregada. Su hijo, su divorcio, su trabajo: todo se tambalea cuando conoce a Patience. Pero de esa disonancia sale algo nuevo.
La dinámica entre Patience y Bea sostiene la serie. Laura Fraser y Ella Maisy Purvis se entienden en pantalla con una naturalidad que no se finge. Fraser, como Bea, ofrece una policía sin heroísmo forzado, cargada de defectos y contradicciones. Y Purvis, diagnosticada con autismo, en su primer papel protagonista, logra una interpretación exacta, contenida y veraz, sin caer en clichés ni impostaciones.
La ficción tiene forma de procedural clásico, con caso por episodio, pero se permite divagar y emocionarse. Los asesinatos son excusa para otra cosa: explorar el trauma, la percepción distinta, las microviolencias del día a día y cómo las relaciones, aunque sean torpes, pueden cambiar realidades. A veces, el misterio importa menos que el cómo se resuelve.
Los decorados y la fotografía acompañan ese espíritu. York aparece como un personaje más: calles húmedas, edificios medievales, interiores acogedores. Todo tiene un punto de melancolía y orden. La casa de Patience, con su estética setentera abajo y su refugio minimalista arriba, es un mapa emocional de su mundo. El contraste con el desorden de Bea subraya esa diferencia que, lejos de separar, termina por unirlas.
“Patience” también se permite humor, pero del que no hace ruido. Hay ternura en lo cotidiano: una conversación incómoda en un pasillo, una taza mal puesta, un gesto que se repite. Es ahí donde la serie gana terreno. Porque no aspira a lo espectacular, sino a lo sincero. Incluso cuando la resolución de los casos resulta algo forzada, la serie no se desmorona. Lo importante nunca fue el “quién fue”, sino el “cómo lo ve”.
El guion cae, sí, en algunos excesos pedagógicos, sobre todo en las escenas del grupo de apoyo para personas autistas. Algunos diálogos suenan como si vinieran directo de un folleto bienintencionado. Pero incluso esos momentos encuentran redención en el contexto general. La idea de que la neurodivergencia no debe ser ni excusa ni espectáculo está clara. Aquí se trata de representar desde la experiencia, no desde la mirada externa.
Una de las virtudes más sutiles de “Patience” es cómo enfrenta el clásico tropo del “policía que todo lo sacrifica”. Bea, entre pista y pista, empieza a mirar a su hijo con otros ojos. Las escenas donde su vida familiar se entrelaza con su nuevo vínculo profesional tienen más verdad que cualquier persecución con sirenas. Esa línea narrativa, aparentemente secundaria, es una de las más valiosas: plantea preguntas incómodas sobre los cuidados, la culpa, la herencia emocional. Y lo hace sin trampa ni sensiblería.
En ese sentido, es valiente. Todos los personajes neurodivergentes están interpretados por actores con esta condición. Algo que debería ser lo normal, pero que sigue siendo raro. Y en esa apuesta, “Patience” gana profundidad. Se nota en los silencios, en cómo se construyen las escenas sin necesidad de subrayarlo todo, en la forma en que Patience necesita tocar su entorno para entenderlo, o en cómo Bea va aprendiendo que la diferencia no necesita traducción.
La serie tiene seis episodios de 52 minutos, y una segunda temporada ya confirmada. Y aunque, claramente, no es una serie con persecuciones espectaculares, lo cierto es que el contexto pesa menos que la conexión emocional. Porque “Patience” no quiere contar solo una historia de asesinatos. Quiere mostrar que otra manera de mirar es posible. Y que el mundo, incluso uno tan caótico como el policial, también puede tener espacio para el orden de alguien como Patience Evans.
Un ejemplo de inclusión real y verdadera
Más allá de su trama o su ambientación, “Patience” marca un antes y un después por una decisión concreta: todos los personajes neurodivergentes son interpretados por actores con esta condición. En televisión, esto no es habitual. Cosmo no solo emite una serie: respalda una forma diferente de representar. Esa apuesta aporta una autenticidad poco frecuente. No se trata de dar “lecciones” ni de mostrar “modelos”, sino de narrar desde dentro. En tiempos de casting seguro y guiones calculados, esta elección es, simplemente, un acto de respeto, de inclusión real, la que va más allá del discurso.