Feria de Bilbao
«Berbenero» resucita al mejor Cid
El sevillano perdió la Puerta Grande por la espada con un grandioso toro y Fandiño cortó un trofeo
Las Ventas (Madrid). Segunda de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (1º, 5º y 6º), muy serios. El 1º, de buen son por el izquierdo, pero bajo de transmisión; el 2º, manejable y justo de fuerzas; el 3º, pronto, repetidor y con duración; el 4º, grandioso toro; 5º y 6º, deslucidos. Casi lleno.
El Cid, de azul pavo y oro, pinchazo, estocada (silencio); dos pinchazos, bajonazo infame, aviso, descabello (vuelta al ruedo). Iván Fandiño, de catafalco y oro, aviso, estocada (oreja); estocada (silencio). Sebastián Ritter, que tomaba la alternativa, de burdeos y oro, estocada punto ladeada (saludos); estocada corta (silencio).
A «Berbenero» se le veía venir. Descaradísimo de pitones. Un susto verle y sueño tenerle (enfrente, se entiende). Rematado y con una alegría en la embestida que no perdería nunca en la muleta de El Cid. Fue la faena de la tarde. Y de muchas tardes. Y de muchas ferias. Un grandioso toro de Victoriano del Río para arreglar la carrera de un torero. «Berbenero» lo dio todo y pidió muy poco. Fue pronto e incluso antes, no había lugar al cite y viajaba un metro más de lo esperado, de lo usual, nobleza infinita, bondad sin límite, ni una mirada al vacío, siempre muleta más muleta, por uno y otro pitón, aunque el sevillano lo vio claro y no tiró en blanco ni una sola arrancada. En el centro del ruedo esperó la primera para comenzar el recital de naturales, pero antes ya habían ocurrido cosas. Pasó que Cid quitó por delantales. Ocurrió que Fandiño hizo su quite por gaoneras, soberbio el quite, y se picó el de Salteras para torear con profundidad y encaje a la verónica. Entró ahí de lleno El Cid en la corrida y en el toro, pero lo mejor estaba por venir. El Cid en estado puro, El Cid soberbio al natural mientras el toro con un ritmo brutal enlazaba una embestida a la otra.
Hubo magia, comunión, toreo del bueno. Madrid era un volcán de emociones por el que parecía no haber transcurrido el tiempo, aquellos años dorados. El Cid, después de cuajarlo con la zurda, se detuvo, nos detuvo, en el toreo en redondo con la diestra, y ya en el ocaso, deleitó con muletazos colosales. El faenón era de dos. De dos trofeos y el toro de Victoriano, que estaba como recién salido de toriles, de vuelta al ruedo. El Cid volvió por sus fueros. Pinchó al toro, deshizo el embrujo y el presidente olvidó que «Berbenero» había sido un toro grandioso y que eso es de justicia premiarlo. Los complejos crujen por la mitad la Tauromaquia.
Prontitud, nobleza y movilidad tuvo también «Cantaor». Y con él dejó Fandiño la Puerta Grande a medio abrir. Tras el susto que sufrió Jarocho al sacar al toro del caballo, inició Iván la faena en el centro por estatuarios. Estaba Madrid con él y él con Madrid. Aprovechó la inercia del toro y ligó las tandas en la distancia con la diestra. Inteligente, solvente y medido. A mitad de camino sufrió un bache el trasteo, menos definidas las emociones hasta que apretó al noble toro por abajo y volvió a conectar con el público. Se tiró a matar fiel a sí mismo: con todo. El quinto le cerró la puerta. Bajo de casta y con las embestidas contadas.
El colombiano Sebastián Ritter, que fue la última apuesta de Antonio Corbacho y para él el brindis, tomó ayer la alternativa con «Ebanista». Alarde de valor hizo con su lote. De poco le sirvió el sexto. Y quietud mostró con el del doctorado. Sin decir mucho había pasado la faena de Cid ante el segundo, manejable pero con poco fondo. En cambio, la obra a «Berbenero» pasó de inmediato a las glorias que nos deja Otoño. El toro de Victoriano resucitó al mejor Cid.
Y eso nos queda para siempre.
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