Feria de San Fermín

Rafaelillo no perdona la Puerta Grande con la miurada

Pinar y Castaño no se dejan ganar la pelea y cortan una oreja en la última de Pamplona

El torero Rafael Rubio Luján "Rafaelillo"sale a hombros por la puerta grande de la Plaza de Toros de Pamplona tras cortar dos orejas
El torero Rafael Rubio Luján "Rafaelillo"sale a hombros por la puerta grande de la Plaza de Toros de Pamplona tras cortar dos orejaslarazon

Pinar y Castaño no se dejan ganar la pelea y cortan una oreja en la última de Pamplona

Ficha

Pamplona. Última de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Miura, enormes y muy serios. El 1º, al paso, flojo, noble pero de corto recorrido; el 2º, se deja por el derecho y complicado por el izquierdo; el 3º, sin fuerza, a la defensiva y de mala clase; el 4º, muy complicado, de corto recorrido y orientado; el 5º, complicado, de corta arrancada; y el 6º, bueno con muchos matices. Lleno en los tendidos.

Rafaelillo, de fucsia y oro, estocada (oreja); pinchazo, estocada (oreja).

Javier Castaño, de teja y oro, estocada buena (oreja); estocada, cuatro descabellos (saludos).

Rubén Pinar, de grana y oro, pinchazo, media estocada, estocada (silencio); estocada caída (oreja).

Miura ponía el colofón antes de que el “Pobre de mí” nos atrape a todos y casi irremediablemente comencemos el descuento. Se acababa otra edición de Sanfermín con todo lo que supone. Pamplona se lleva en el corazón, aunque no quieras y pocas cosas hay más tristes que deambular camino a la plaza con los tablones del encierro ya retirados. Pamplona ya no es Pamplona, es otra ciudad. Como cuando se acaban las vacaciones en los lugares costeros. Entra un vacío de dolor de huesos. Quedaban seis en los corrales antes de echar el cierre. Los seis de Miura. Un colofón a lo grande. Muy abierto de pitones fue el primero con el que se vio las caras Rafaelillo. Tuvo nobleza al menos aunque corto el recorrido, ahí estaba el desafío, pero de eso sabe mucho el torero murciano. Y lo hizo fácil y en esa facilidad, también con la espada, se llevó un trofeo. Prontitud tuvo el segundo que fue irregular después, más claro por el derecho que por el izquierdo. Se justificó Javier Castaño tirando de oficio, pero lo que no tuvo un pero fue la ejecución de la suerte suprema. En lo alto prendió la espada y una oreja se llevó también el torero.

La versión más Miura la puso el tercero a la defensiva y sin opciones. Imposible se lo puso a Rubén Pinar, a pesar de que quiso y le buscó las vueltas por todos los caminos. Tuvo peligro el toro. Y no sordo. Un huracán fue el cuarto de la tarde. Lo supo Rafael. Rafaelillo que ya al final le levantó los pies del suelo con una virulencia como si estuviera recién salido de toriles. Bárbaro. Se había jugado los muslos y el honor, porque a pesar de las muchas dificultades del toro no volvió la cara ni un solo segundo. Y no sólo no volvió la cara sino que persiguió el triunfo con denuedo, desde que recibió al toro con el capote de rodillas a la verónica o así con la muleta. Un pinchazo precedió a la estocada y asomó el pañuelo. Un trofeo con este tipo de toro vale su peso en oro. Incomparable el reto. Se abría así la Puerta Grande.

Sentado en la silla en el tercio comenzó Castaño la faena al quinto. Apostaba. Disposición que el toro puso a examen al poco. Desarrolló complicaciones sobre todo por el izquierdo, más andarín y reponiendo el animal. Pasaba el toro aunque con la necesidad de ganarle la acción, muchos matices en cada embestida. Le metió la espada y el descabello le jugó después una mala pasada.

Quiso Rubén Pinar con el toro que cerró plaza, que se dejó hacer con sus matices y con las dificultades propias de su encaste. Y por uno y otro pitón le buscó las vueltas en una faena repleta de verdad y autenticidad. Se le iba la vida en ello. Se notaba. Así en la manera de entrar a matar, a pesar de que la espada se le fuera abajo. Toreros valientes para cerrar un año más la feria de San Fermín. Queda menos de un año para el rojo y el blanco.