Feria de San Isidro
La poderosa muleta de Perera
El extremeño corta una oreja de mucho peso al encastado tercero, toro de premio de Alcurrucén
Las Ventas (Madrid). Séptima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Alcurrucén, de aceptable presentación. Destacaron el noble 1º y el encastado 3º, ambos importantes. Parados, 2º y 6º; 4º y 5º, sosos y a menos. Lleno de «No hay billetes».
Sebastián Castella, de lila y oro, pinchazo, estocada, aviso (silencio); pinchazo, bajonazo (silencio).
Miguel Ángel Perera, de verde oliva y oro, estocada trasera (oreja); estocada caída (saludos).
Ángel Teruel, que confirma alternativa, de espuma de mar y oro, estocada casi entera (saludos); media estocada, descabello (silencio).
Fiel a esa máxima que augura que la lluvia y el Día del Patrón van de la mano, San Isidro celebró su fecha grande con todos más pendientes del cielo que de praderas, romerías y demás menesteres. El aficionado sólo imploraba para que el Santo hubiera firmado a tiempo una tregua y que se mantuviera la tarde sin lluvia a eso de las siete en punto. Pero, para cuando dieron las mismas en el reloj del tendido «6», ya había surgido otro inconveniente. Retiradas las lonas, el piso era un barrizal. Imposible torear. Falta de previsión quizás. Hubo que acondicionarlo y hasta media hora más tarde, no estaba en el ruedo el primer Alcurrucén que, tras el doble homenaje matinal a sus propietarios, lidió en Madrid un encierro de aceptable presentación y con varios toros de nota, leáse primero y tercero, del que Perera, muy importante, cortó una oreja de mucho peso.
Miguel Ángel Perera comenzó con milagro. Perdió pie en el saludo capotero y cayó en la cara del toro, que hizo por él. Vendido, se aferró con fuerza al pitón derecho. La fuerza del animal contra la del brazo del hombre, que logró desviar el letal derrote del astado. San Isidro echó el capotillo. Luego, Perera puso la muleta. Poderosa y con mando para dominar a un toro al que había que tragar mucho en sus arrancadas. Una serie de derechazos sensacional. Encajado, con hondura y tirando del animal. Siete y el de pecho. La muleta siempre por delante, muy puesta. Una más en redondo y mano a la izquierda, de nuevo miradas y parones del encastado «Peladito» que, eso sí, se comía el engaño. Exigente. Perera tragó, pasó paquete y logró la recompensa: largos naturales. Mató de estocada una pizca trasera y logró la primera oreja a pie del ciclo.
El quicio de la puerta grande estaba entreabierto para el quinto. Colorado al que se le simuló la suerte de varas. Muy crudito llegó a la pañosa de Perera que, tras brindar al público, volvió a echarle los vuelos para someterlo por abajo. La materia prima no era la de su primero. Se lo pensaba más y tenía menos fijeza. No tardó en aburrirse. Perera tenía que poner lo que faltaba al toro. Le buscó las vueltas y, en ocasiones, parecía despegar el trasteo, pero en esa estrecha línea se mantuvo. Las postreras y ceñidas manoletinas buscaron desnivelar la balanza al triunfo. Estocada baja e insuficiente petición. Saludos sin premio.
Con un año de demora, Ángel Teruel por fin pudo confirmar su alternativa. La escalofriante cornada en el rostro del año pasado en Arlés (Francia) mandó al garete su estreno en el coso venteño, también fijado entonces para el 15 de mayo. De espuma de mar y oro. Torero madrileño en el día por excelencia de Madrid. «Pandero», para la ceremonia. Toro de nota. Para tener en cuenta a la hora de los balances finales. Muy noble y enclasado en sus embestidas. Se lo sacó Teruel a los medios en un entonado comienzo de faena. A partir de ahí, tejió una labor maciza en la que el temple fue su gran virtud. Acompasó con suavidad en la muleta el dulce son del toro. Un carretón. Mejor las series por la derecha que al natural. Hubo muletazos largos y con esmero en la composición. Notables varios de los trincherazos. Lo mató de estocada casi entera. Se derrumbó sin puntilla, pese a tragarse la muerte unos segundos y el premio podía llegar, pero el tendido estuvo frío con el torero. Sólo unas pocas decenas de pañuelos y Teruel tan sólo saludó desde el tercio una fuerte ovación. En el sexto, alto y más escurrido que sus entipados hermanos, rascó cuanto pudo, pero soso y deslucido, al diestro no le quedó más remedio que enfilar el camino por la espada.
A las manos de Castella fue a parar el lote malo. Triunfador de 2012, el de Beziers trenzaba ayer su primer paseíllo en Madrid del 2013. En la memoria, aún fresca su heroicidad del año pasado. Herido, resistió en el ruedo para terminar cortando una oreja. Diez días después, con los puntos aún en sus carnes, se ceñía de nuevo el chispeante. Pura épica. Ayer, en el primero de su lote, al que Javier Ambel dejó –gustándose y sacando los rehiletes de abajo– dos soberbios pares de banderillas, nos volvió a llenar de esperanzas en el arranque de faena. Desde los medios. Se arrancó el de sangre Núñez y la tomó con franqueza en derechazos ligados y con emoción. Fue un espejismo. El burel, que cobró lo suyo en los dos puyazos, se vino espectacularmente abajo. Cada vez más parado, Castella lo intentó, pero era una quimera de la que no tardó en desistir. En el cuarto, puso todo de su parte, pero delante tenía un muro sin transmisión. Logró una serie algo más maciza, pero aquello nunca tomó vuelo. Silencio en ambos.
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