Valencia

Talavante triunfa y Morante embruja

El extremeño sale a hombros y el sevillano corta una oreja en el mano a mano de Valencia

Alejandro Talavante, triunfador de la tarde al cortar dos orejas, una del segundo y otra, del sexto
Alejandro Talavante, triunfador de la tarde al cortar dos orejas, una del segundo y otra, del sextolarazon

Valencia. Quinta de la Feria de Julio. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq y de Victoriano del Río (2º, 4º y 6º), muy bien presentados en general. El 1º, deslucido; el 2º, bravo, repetidor, con humillación y transmisión; el 3º, parado y de pocas opciones; el 4º, rajadito y a menos; el 5º, rajado y de poco fondo; el 6º, noble, suave y repetidor. Tres cuartos de entrada.

Morante de la Puebla, de obispo y oro, pinchazo, estocada (silencio); dos pinchazos, media estocada (silencio); aviso, estocada caída (oreja).

Alejandro Talavante, de caña y oro, estocada (oreja); pinchazo hondo, cuatro descabellos (silencio); estocada, aviso, descabello (oreja).

Dice la leyenda que Morante no tiene suerte en los sorteos. Ni sin ellos. Dirá el destino que de algún sitio hay que quitar. Ayer, en el segundo mano a mano de figuras, esta vez Morante/ Talavante, y hasta rima, cambiaron el sorteo por traerse sus toros debajo del brazo. Tres de Juan Pedro Domecq para el torero de La Puebla y otros tres de Victoriano del Río para el diestro de Badajoz. Esta vez sí, muy bien presentados. Pero desesperábamos según rodaba la tarde. Por unas cosas o por las otras, iremos contando. Hasta que llegó el quinto. Apuntaba la cosa fatal. Comenzaba Morante de la Puebla la faena, dos cartuchos quemados, abrasados ya, su último toro en escena, y el de Juan Pedro Domecq topaba en el engaño con el ímpetu bajo mínimos. Protestaba la gente, se intuía un pronto final, hasta que Morante, mágico él, se sorprendió a sí mismo para deleitarnos después y lo intentó con el toro por el pitón diestro, le esperó primero, le atacó después y antes de que nos diéramos cuenta había creado una buena tanda y prendido los tendidos. Se lo había creído y ya éramos todos cómplices. Metidos de lleno en la faena, aun a sabiendas de que el toro nos podía abandonar en cualquier momento. Tiró de recursos Morante entre tanto, adornos que con su estética son oro puro, molinetes, qué arte, y torería para rematar cuando el toro le hacía hilo entre muletazo y muletazo. No aguantó el toro el envite y se rajó a tablas. Allí se fue el de La Puebla. Allí mismo le dio dos tandas de derechazos con una fuerza y una verdad que hizo crujir Valencia. Con lo justo, con menos, con lo que creímos que tiraría por la calle de en medio, nos había embrujado de verdad. Hasta los cimientos. Cada segundo que pasaba iba en contra. Más rajado el toro, remoloneando, más difícil meterle la mano con la espada. Sonó un aviso. Se perfiló. Aseguró y a la primera hundió el acero algo caído. Rápido efecto y un trofeo, que poco importa. Hay emociones incontestables.

En blanco había pasado la faena al deslucido primero y salvo un par de verónicas al tercero, ni migajas pudimos saborear ante un toro que se paró.

Otra historia habíamos vivido en la versión B del mano a mano. «Amante», de Victoriano del Río, puso las cosas de cara a Talavante en el segundo del festejo. Parecía que le costaba arrancar el primer viaje pero después era una máquina de embestir. Tres, cuatro, cinco, seis arrancadas... no tenía límite en la muleta del extremeño. Lo hacía por abajo, con ese carbón que hace que llegue directo al público porque pocos son los elegidos para aguantar ese trago. Los preámbulos de la faena fueron sólidos, airosos los remates, con esa personalidad que tiene Talavante. En el centro del ruedo dio comienzo el festín, tiempo antes de que comenzara el gastronómico. ¡Que se pare el tiempo! Y eso pudo ocurrir, en el sentido más literario en la faena de Talavante cuando se dispuso a cuajar al de Victoriano al natural. A punto estuvo pero no llegó. Se quedó escueta la faena, extrema delgadez y quizá por ello, a pesar de que metió la espada a la primera, la historia se premió con un solo trofeo. Al cuarto la movilidad se le escapó en mansedumbre y acabó en tablas, donde poco pudo hacer Talavante. Después de lo de Morante, con el sexto, que fue toro noble, suave y repetidor en el engaño aunque saliera distraído del muletazo, anduvo entregado y reunido, sobre todo en una tanda por cada pitón. En el ocaso de la faena, en unas bernadinas resultó cogido. Se tiró a matar y así paseó la otra oreja que le abría la Puerta Grande. Esta vez sí. Salió a hombros el torero. Y a pie Morante. De triunfo y embrujo. Así quedó la tarde.