Opinión
En busca de otros 270.000 millones
La ofensiva terrorista de Hamás y el momento Pearl Harbour de Israel complican el escenario socioeconómico global y generan incertidumbre y nervios en la economía
Carl von Clausewitz (1780-1831), el prusiano archifamoso por su tratado «De la guerra», explicaba que «cuatro elementos conforman el clima de la guerra: peligro, esfuerzo, incertidumbre y azar». Todos ellos aparecen en el horizonte tras la ofensiva terrorista de los islamistas de Hamás en Israel y también todos inciden en la economía, en la mundial y, claro, por supuesto en la española, ahora que el Fondo Monetario Internacional, que dirige la búlgara Kristalina Georgieva, ha rebajado las previsiones del PIB español al 1,7% en 2023. Pedro Sánchez, que seguirá en el Gobierno, con o sin Nadia Calviño, podrá volver a presumir de que España es uno de los países que más crece, aunque sea un crecimiento raquítico, que tampoco solucionará los problemas de fondo. El futuro Gobierno será un Ejecutivo en minoría, con contradicciones internas y con la pulsión incontrolable hacia el gasto de Yolanda Díaz, las exigencias económicas de los «indepes» de Puigdemont y Junqueras y las más prácticas del PNV que reclamará Aitor Esteban.
Raghuran Rajan, el indio que fue economista jefe del FMI, recomendaba «tener cuidado para no introducir más incertidumbre de la que la economía puede soportar». Nadie sabe hasta dónde llegará la incertidumbre generada por el terrorismo islámico de Hamás, pero será notable y tendrá consecuencias no deseadas. Alicia Coronil, economista jefe de Singular Bank, escribe en su último informe que «el entorno socioeconómico global sigue inmerso en un escenario de «permacrisis», marcado desde el inicio de la pandemia y la retirada de EE UU y los países aliados de Afganistán por la ruptura del «statu quo» y la reconfiguración del orden internacional». Añade también que «la guerra en Ucrania y el momento Pearl Harbour que atraviesa Israel, tras los mayores ataques contra los civiles de su historia perpetrados por Hamás, confirman la visión geoeconómica divergente entre democracias y autocracias».
La economía española, hasta ahora, ha resistido mejor que sus socios europeos el frenazo del comercio mundial, no sin olvidar que también ha sido la última en recuperar la situación prepandemia. Ahora, aunque el sector servicios goza de buena salud, la industria y la construcción han frenado la creación de empleo. Las expectativas empresariales están en el aire y la incertidumbre política, la polarización interna y el conflicto palestino no ayudan, sino todo lo contrario.
Todavía más, el economista socialdemócrata José Carlos Díez insiste en que advierte hace tiempo del problema de la deuda. Ahora apunta que, entre financiación del déficit y la renovación de los vencimientos de la deuda, España tendrá que conseguir en 2024 nada menos que 270.000 millones de euros, «una cantidad mayor –precisa– que la de 2012 cuando el Gobierno –lo presidía Rajoy– tuvo que pedir un rescate internacional.»
Olivier Sarkozy, hermano de padre del expresidente francés Nicolás Sarkozy, es un banquero francés asentado en Estados Unidos, que expuso con más claridad que nadie y comprensible para todo el mundo la cuestión de la deuda. «Resolver el problema de la deuda –dijo– con más deuda es una tontería». Es justo lo que hace España desde hace tres lustros por lo menos y recetas similares aplican en Italia o Francia, lo que no sirve de consuelo. España, como otros países, ha sobrevivido gracias a que el Banco Central Europeo (BCE), que ahora preside Christine Lagarde, desde que Mario Draghi salvó al euro, ha comprado la deuda de los gobiernos y, además, al cero por ciento en muchas ocasiones. La reaparición de la inflación, que es una forma de pagar más por los servicios del Estado como apunta Karl-Friedrich Israel, de la Universidad de Saarland (Alemania), acabó con los manguerazos monetarios. El BCE ya ha dejado de comprar deuda española y, de momento, con tipos de interés mucho más altos, todavía resulta atractiva para los inversores y, de hecho, la prima de riesgo, aquella vieja amiga que siempre llama dos y más veces, aunque ha subido todavía se mantiene alrededor de los 110 puntos, eso sí, 40 puntos más alta que la portuguesa y, por fortuna, lejos de la de la Italia de Meloni, que oscila entre los 190 y los 200 puntos.
Nada garantiza que España, porque recaude más o porque gaste menos, reduzca su dependencia de la deuda, y si la situación en la franja de Gaza se enquista y se complica, España y otros países pueden tener problemas serios para financiarse. En 2024, el Tesoro tendrá que buscar 270.000 millones de euros, quizá no en el mejor mometno, porque no hay que olvidar que «la guerra es el recino de la incertidumbre», como advertía Clausewitz.
Los empresarios se quejan de la percepción que tiene de ellos el Gobierno
Las empresas españolas han solicitado este año menos fondos europeos «por la complejidad de los trámites administrativos», según los datos de la Encuesta Empresarial del Círculo de Empresarios, que preside Manuel Pérez Sala. Los empresarios también se quejan de la percepción que tiene de ellos el Gobierno, algo que va a más, que es lo que opina el 79,6 % de los encuestados en las 420 empresas de diversos tamaños y sectores de actividad que han participado en el estudio.
Menos capitalización y más presencia internacional
La capitalización de la Bolsa española ha perdido peso con respecto al PIB, debido sobre todo al pequeño número de empresas cotizadas. Al mismo tiempo, los inversores extranjeros ya controlan el 50,3 % del valor de mercado de las cotizadas, mientras baja la participación de las familias, que solo tienen el 16,2 %, frente al máximo del 35,1 % que poseían en 1998, según los datos de un informe de BME (Bolsas y Mercados Españoles), elaborado por Domingo García Coto y Javier Garrido.
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