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«American Horror Story Cult»: El infierno (y Trump) vive en nosotros

FOX estrena la séptima temporada de la serie con un arranque prometedor: cómo afectó la elección de Trump a unos personajes atormentados

AMERICAN HORROR STORY: CULT -- Pictured: Evan Peters as Kai Anderson. CR: Frank Ockenfels/FX
AMERICAN HORROR STORY: CULT -- Pictured: Evan Peters as Kai Anderson. CR: Frank Ockenfels/FXlarazon

FOX estrena la séptima temporada de la serie con un arranque prometedor: cómo afectó la elección de Trump a unos personajes atormentados.

Olvídense de Shonda Rhimes («Anatomía de Grey») y Chuck Lorre («The Big Bang Theory»): el que corta el bacalao en la ficción estadounidense es Ryan Murphy, aunque no se lleve las mejores tajadas en los índices de audiencia. Sus series son para paladares exquisitos. Cuando acierta, lo hace de pleno («Nip/Tuck», «Feud» y «American Crime Story») y cuando se equivoca, como en alguna entrega de «American Horror Story», no es más que un pecado venial. Su especialidad es hurgar en el alma humana. No se sabe si es un clarividente al exponer de forma sofisticada la descomposición del individuo a través de metáforas argumentales o un sádico al que le gusta que el espectador disfrute mediante el miedo. Tampoco se puede obviar que tal vez sea un amante de los golpes de efecto que dejan al espectador mareado durante unos minutos para camuflar lo vacuo de su propuesta. Sus creaciones están abiertas a este abanico de posibilidades y la séptima temporada de «American Horror Story Cult» –que se ha estrenado en la madrugada de ayer en FOX en versión original subtitulada– puede despejar esas incógnitas o dejarnos como estábamos: deseando saber qué tiene metido en la cabeza este cerebrito programado para sublimar las miserias humanas arraigadas en traumas psicológicos.

Tras una sexta temporada algo desvaída que provocó el desaliento de muchos de sus fieles, la séptima arranca con fuerza. Ya sabemos que la elección de Trump cayó como un jarro de agua fría entre la mayoría de los intelectuales y la industria audiovisual estadounidense. Tal y como comentan quienes visitan España –el último ha sido Paul Auster–, es como si les hubieran caído encima las diez plagas bíblicas. Es conocido que «House de Cards» tuvo que rehacer parte de sus guiones. Murphy también tiene algo que decir sobre ello, lo fundamental reside en cómo lo aborda en «Cult». Es mejor no andarse con paños calientes: lo hace de la forma más siniestra y perturbadora posible. Tras unos títulos de crédito magníficos –es imposible no acordarse de Saul Bass y su capacidad evocadora en los trabajos que realizó para Hitchcock y Otto Preminger–, uno puede llegar a sospechar maliciosamente que superan a lo que va a venir después; se empieza a desmadejar el ovillo. O no... Lo que queda claro es que si la política toma la apariencia de espectáculo –y de eso en España sabemos un rato–, Murphy hace todo lo posible para integrarla en la cultura pop desde el punto de vista estético.

Con habilidad narrativa, los primeros diez minutos utiliza distintas piezas informativas de la noche de la elección de Trump y la reacción de sus protagonistas. Se entra en el primer delirio en el que la audiencia, si no supiera que lo que está contando ocurrió, difícilmente se lo creería. Y es que la puesta en escena mezcla la realidad con planos fugaces –que empiezan y terminan con la misma rapidez con la que se abren y se cierran los párpados– de caretas con la figura de Trump y de Hillary que trasladan a los espectadores a una sensación de irrealidad perturbadora. Con destreza, que Murphy no es tonto, escoge a personajes antagónicos: por un lado, a Ally (Sarah Paulson), una mujer que llora desconsoladamente ante la victoria del republicano y, como su envés, a Kai (Evan Peters), un chico que expresa su euforia con un comportamiento que ofrece muy poca confianza al meter ganchitos en una licuadora para pintarse la cara. Este es el personaje que más descoloca y el que sufre una evolución más impredecible. Fue una noche catártica en que el país se sumió en un estado de histeria colectiva, en la que lo primero que se evidencia es la enorme fractura social que se produjo. A diferencia de ocasiones anteriores, en las que planteaba sus tramas en lugares abstractos o viajaba al pasado, ahora quiere que el presente sea el detonante de las peores pesadillas.

La influencia de Kubrick

El espectador se encuentra con dos individuos inestables a los que un episodio con una elección presidencial –que sí, fue duro para unos y gratificante para otros– puede hacerles entrar en barrena. El miedo es así, ante una situación vista como amenazante despierta otros temores latentes, y Murphy sabe sacar partido de ello. Fobias, manías, actitudes desconcertantes y situaciones de violencia extrema. Justo en la semana en la que se estrena «It», Murphy regresa a un territorio que ya le funcionó en anteriores ocasiones: la coulrofobia, el miedo irracional a los payasos, mucho más frecuente de lo que pueda parecer y no únicamente en niños. Si alguna referencia cinematográfica tiene el creador de la serie, no es otra que Stanley Kubrick. Hay pasillos que pueden recordar levemente a «El resplandor»; una caracterización de Kai que devuelve a la mente a Alex de Large, el inquietante protagonista de «La naranja mecánica». Pero tampoco nos vamos a poner estupendos. La influencia está ahí, otra cosa es que, tanto visual como narrativamente, llegue a la altura del maestro.

En el reparto, vuelve a contar con dos de sus actores fetiche: Paulson, que ha participado en varias de las temporadas de la antología y a la que a Murphy le gusta verla sufrir hasta derrumbarse, y Peters, al que siempre le regala un caramelo envenenado: papeles con un registro parecido. Para esta temporada ha reclutado también a Lena Dunham («Girls»), que tendrá la oportunidad de demostrar si es capaz de hacer algo más que interpretarse a sí misma.

Con una narración que padece ciertas arritmias, las mismas que puede sufrir el espectador más sugestionable, «American Horror Story Cult» se antoja una producción con un envoltorio lujoso. No en vano, Murphy se consiente a sí mismo todo tipo de excesos visuales y narrativos que pueden desembocar en mucho ruido y pocas nueces. Lo que queda claro desde el inicio es la moraleja que quiere que interioricemos: en esta ocasión el planteamiento es que, más allá del payaso, fenómenos paranormales, brujería y demás situaciones inquietantes, el miedo y lo siniestro están en nuestro interior. Lo que sólo falta por conocer –es de esperar que se vaya concretando en los próximos episodios sin innecesarias idas de olla– es cómo digieren los personajes el presente político americano.