Eurovisión

Eurodrama a la española

Eurovisión sepulta en el puesto 23 de 26 en un festival que gana la canción contra el acoso machista de Israel, la favorita. Chipre escaló posiciones gracias al televoto y César Sampson, de Austria, que quedó en tercer lugar, fue la sorpresa de la noche.

Netta recoge su premio
Netta recoge su premiolarazon

Eurovisión sepulta a Amaia y Alfred en el puesto 23 de 26 en un festival que gana la canción contra el acoso machista de Israel, la favorita. Chipre escaló posiciones gracias al televoto y Austria fue la sorpresa de la noche.

Luto eurovisivo. Con peineta y mantilla. Por las expectativas creadas. E infladas. Sobre todo, después de que «Operación Triunfo» se resucitara a sí misma como fenómeno televisivo y viral y, al paso, aupara consigo al festival de la canción, dieciséis años después de Rosa de España y cuarenta de Massiel. Véanse las audiencias con un target que se ha quitado unas cuantas canas y purpurina de encima. Arrollador. Sin embargo, «Tu canción» pasó desapercibida, anclada en el puesto 23 de 26, el cuarto empezando por el final, con un total de 61 puntos: 43 del jurado y 18 del televoto.

Alfred y Amaia hicieron lo que les correspondía. Salvo el beso final. Cumplieron como en cada uno de sus ensayos. Dejándose querer. Voces empastadas. Gestos cómplices que solo tienen los recién enamorados. Amaia con su perfecto Helbig de canalla chic y Alfred, en su Varela burdeos. Por todo ello se les premió en un Altice Arena plagado de españoles. Pero la química no traspasó más allá. La balada se diluyó con más facilidad que el café descafeinado de sobre entre las otras 25 propuestas vistas por televisión. Los escasos arreglos de última hora de la delegación española resultaron insuficientes para romper con una realización plana y distante. Desde Televisión Española se buscaba el protagonismo de los enamorados. No querían caer en el «show» de los leds y el barroquismo de todo a cien. Pero la búsqueda de la sencillez se tornó en frialdad para un espectador europeo ajeno a «OT». Escasos guiños a la intimidad en una puesta en escena con algo más que austeridad presupuestaria. Ausente de una idea, de un golpe de efecto. Ni un detalle de calidez que les salvara de la quema de la monotonía de sobrevivir a cuatro horas de un programa que dobla en audiencia a la idolatrada «Super Bowl».

Así quedaron, en las antípodas de la israelí Netta, la indiscutible favorita de principio a fin, que ganó la 63ª edición de Eurovisión con 529 puntos, seguida de Chipre y Austria. Quizá algo excesiva entre su cacareo y sus bailarinas con hiperactividad, lanzó un contundente mensaje «antibullying» disfrazado de discoteca trasnochada que se pega hasta la saciedad. Al grito de «No soy tu juguete, chaval estúpido», literalmente catalogó de «gallinas» a los hombres que acosan a las mujeres. La cantante «curvy» venció a las caderas y a la melena de la chipriota Eleni Foureira, con una música y coreografía clonada de Beyoncé. El austriaco César Sampson, la sorpresa de la noche por estar fuera de las quinielas, coló un buen «soul» británico en el medallero.

Quienes planearon los tres minutos de Alfred y Amaia tal vez podrían haber seguido la estela de los focos «hacia mi persona», al estilo Pantoja, que iluminaron anodinos temas lentos de Lituania y Alemania. O imitar el «savoir-faire» de Francia, que enganchó con su canto al drama de los refugiados. Sí, en Eurovisión. O copiar literalmente los tubos de colores del sueco, que hizo de sus tres minutos un videoclip ochentero de aúpa que resultaba insuficiente en la platea del pabellón lisboeta pero sin nada que objetar al otro lado del televisor, por el mérito del equipo técnico y el ingenio de quienes llevan trabajando desde hace meses. O dejarse llevar por los subtítulos de la canción protesta italiana. O inspirarse en el aire de esas bombillas vintage que hicieron de la aparición desde el más allá de Ceateno Veloso con Salvador Sobral, ganador del año pasado, el mejor argumento para pasar un sábado por la noche catódico. O aprender del noruego Alexander Ribak, con los rótulos de su pegadiza canción apta para todos los públicos y violín con vida propia.

Nadie dice que haya que caer en el rastrillo eurovisivo del «todo vale» en el que se perdió, por ejemplo, la finesa que parecía estar en una tarima de Fabrik a primeros de mes. O la australiana, y el vestido de rasete talla XS que dejaba al descubierto algo más que su intención de llamar la atención. Igual de prescindible que la peluca a lo Carrá de la búlgara. O el abuso de los fuegos de artificio de Hungría, que al menos distraían de sus gritos del inframundo. Menos aún ese vendaval de los vikingos daneses con laca extrafuerte de la que daña a la capa de ozono.

Tampoco tendría sentido el triple salto mortal del checo, que le llevó a urgencias durante los ensayos. O la divertidísima puesta en escena de Moldavia, con los colores de Parchís y la 13 Rue del Percebe que se montaron con un mueble blanco de Ikea. Ellos hicieron de una canción anodina la sorpresa de la noche. Eurovisión, por exceso. España, por defecto. Y sumergida en el océano de la indiferencia a pesar de los méritos del huracán revelación del año: «OT», Amaia y Alfred. La próxima vez, déjese en manos de Paquita Salas. Ella sí que sabe.