Viajes
La playa más íntima del mundo tiene aforo limitado
En las Islas Marietas, la naturaleza escondió durante siglos la playa más exclusiva del planeta. No es fácil llegar pero sí es fácil ser feliz en ella.
Razones para viajar
No viajaríamos si el mundo no fuese capaz de sorprendernos. Es ese poder de asombro que contienen las esquinas desconocidas, quien nos impulsa a gastar el codiciado dinero en billetes de avión, reservas y tiempo de vacaciones. Y es precisamente ese afán de descubrimiento quien en ocasiones vuelve viajar más importante que el propio dinero. Buscamos abrir la boca, presa del desconcierto. Montañas mitológicas, ciudades de la historia, lagos infinitos, mares peligrosos. Cada sello que lleva puesto nuestro pasaporte es la marca del lugar que consiguió causar este efecto en nosotros. Y a la hora de causar este efecto, hay determinados puntos del planeta que se han profesionalizado en ello. Uno de los más útiles para cumplir esta búsqueda constante de nuevas experiencias es la Playa del Amor, o la Playa Escondida, un cenote ubicado en las Islas Marietas de Méjico.
Un campo de bombas transformado en Reserva de la Biosfera
Llegar a esta playa no es nada fácil, aunque también es parte de la gracia. Primero habría que coger un avión hasta Puerto Vallarta, en la costa occidental del Méjico continental, posterior a un trasbordo en México D.F. En Puerto Vallarta se tomaría un barco en dirección a las Islas Marietas y una vez se alcance el punto más cercano a la playa, saltar del barco, nadar por el agua cristalina, nadar por un túnel de 14 metros mientras la marea esté baja y abrir bien los ojos. Y no cerrarlos hasta volver a salir. Porque esta playa es uno de las razones de por qué viajamos, es poderosa en las cuestiones del asombro, tanto que entre la población local se propagan numerosas teorías sobre la formación de este precioso hueco. Unas dicen que la isla es de origen volcánico y la erosión ha hecho su magia creando un cenote sobre esta playa; otras, más popularizadas pero probablemente falsas, que el gobierno mejicano experimentó con su arsenal de bombas en estas islas al principio del siglo pasado, y que el agujero de la Playa Escondida no es más que el cráter de una bomba. Aunque es cierto que sirvió como campo de tiro, hasta que el oceanógrafo francés Jacques-Yves Cousteau intervino en los años 60 para frenar los bombardeos y poner a salvo la fauna de las islas, sigue siendo poco probable que una o diez o veinte explosiones destructoras tuvieran el poder para crear este espacio de belleza.
Cuando la época de lluvias termina, el agua de las Islas Marietas se aclara y cristaliza, adquiriendo un tono azul como de cielo limpio. Es la mejor época del año para visitarlo, entre los meses de octubre y enero. Para mojar los pies en el agua clara y observar las 92 especies de aves marinas, entre las que destaca el pájaro bobo de patas azules – únicamente se encuentra aquí y en las Galápagos -, y olvidar durante unos minutos los entresijos de la vida para entregarnos a la naturaleza bruta que nos rodea.
El paraíso en 30 minutos
Unos minutos y nada más, porque tras una masificación turística de la playa durante la década pasada, el gobierno mejicano se vio obligado a adoptar medidas para preservar la biosfera de la zona. Aquí habitan ballenas en verano, delfines, tortugas marinas y centenares de especies protegidas, y durante el 2016 se llegaron a registrar 3.000 visitas diarias a la playa cuando el máximo que puede acoger este delicado ecosistema no puede pasar de 625. Debido a esto, se llevó a cabo el cierre temporal de la playa y tras su reapertura se presentó un ambicioso programa de conservación que implica no pasar más de 30 minutos en la playa. Además, los barcos que traen turistas hasta este rincón paradisiaco no pueden sobrepasar los 15 pasajeros, que no podrán utilizar aletas marinas pero sí estarán obligados a ponerse chaleco para recorrer el túnel que lleva hasta la playa. De esta manera, tan solo podrán visitar la playa 116 personas al día.
Es responsable en términos naturales y convierte la experiencia en una más amable, más relajada que los años anteriores, cuando la turbamulta de bañistas vulgarizaba la playa haciéndola parecer un destino más, en vez del pedazo de magia que realmente debería ser, la razón de por qué merece la pena pagar tan caro ese sello verde del pasaporte.
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