Viajes

Cuatro localidades que nos recordarán el legado de los conquistadores

Romanos, visigodos, musulmanes, franceses.... Todavía podemos encontrar los lugares que muestran el impacto que causaron en nuestro país

Legionarios del Tercio Gran Capitán, salen de la Mezquita Catedral de Córdoba,el año pasado
Legionarios del Tercio Gran Capitán, salen de la Mezquita Catedral de Córdoba,el año pasadolarazon

Igual que ocurre con cualquier construcción humana, un país se conforma inevitablemente por numerosos materiales, que a su vez proceden de multitud de lugares diferentes. Por ejemplo no vendría del mismo lugar el ladrillo de barro que utilizamos para las paredes, ideado por la civilización sumeria hace 6.000 años, que el mármol blanco y pulido que trajeron de Portugal para adornar los azulejos del cuarto de baño. Y así sucesivamente, cada hogar conforma un conjunto de elementos traídos de las partes más asombrosas del mundo, en nuestras casas se funden las culturas hasta cobijarnos.

En España, para bien o para mal, también se utilizaron materiales de todo el mundo hasta construir el país maravilloso que hoy tenemos. No es malo, ni mucho menos, lanzarse en algún viaje que nos lleve a conocer estos materiales excitantes, parecidos a ingredientes de un plato elaborado, y, conociendo por separado cada uno de ellos, alcanzar a comprender con mayor precisión nuestra propia cultura.

Mérida

Las ruinas del Templo de Diana, en Mérida, se conservan en excelente estado.
Las ruinas del Templo de Diana, en Mérida, se conservan en excelente estado.Alfonso Masoliver Sagardoy

La que fue conocida como Augusta Emerita se construyó por orden del emperador Augusto, para hacer de residencia de los legionarios retirados (eméritos) que habían cumplido con creces su obligación para con el Imperio romano. Podría considerarse, además de un importante centro comercial por el que cruzaba la Vía de la Plata, una especie de ciudad para jubilados al estilo de Miami con los estadounidenses. Una zancada hacia atrás, hasta aterrizar con las sandalias puestas en el siglo II d. C, nos arrastraría por un mundo de diversión romana. Aquí podríamos disfrutar de una divertida obra de Plauto, recostados en las gradas de su teatro, o pasear entre los pensadores del foro o rezar a la diosa Diana para solicitarle su favor.

Todavía hoy podemos hacerlo y conocer más de cerca a la civilización que controló la Península Ibérica durante la friolera de seiscientos años, asentando los cimientos de nuestra sociedad actual. Después de dedicar el día a visitar sus viejas ruinas, exquisitamente conservadas, ya sea en el templo de Diana o su foro o su teatro - que todavía ofrece adaptaciones de obras romanas durante los meses de verano -, no puede faltar un vistazo a su Museo Nacional de Arte Romano, un muestrario colosal con todos los detalles imaginables sobre la rutina romana: desde imponentes estatuas del dios Mitra hasta pequeñeces, por ejemplo monedas relucientes y muy finas con los bustos de cada emperador. Comprendemos, al degustar un vaso de vino tinto acompañado por su variedad de quesos y frutos secos, no en un restaurante concreto sino a lo largo de la ciudad, lo comprendemos al sentir la brisa cálida del centro peninsular, que podríamos encontrar un puñado de escenas en nuestra vida cotidiana que no serían diferentes en la antigua Roma. Incluso las palabras que utilizamos para expresar nuestro disfrute vienen de su idioma.

Toledo

Cada muro de Toledo esconde una leyenda.
Cada muro de Toledo esconde una leyenda.Javier Álamopixabay

Una magia particular impregna la ciudad de Toledo. La llamaron la ciudad de las tres culturas por albergar durante el medievo y a partes iguales comunidades de cristianos, musulmanes y judíos, todas juntas en sus casas de piedras junto al rumor eterno del río Tajo. Los romanos también disfrutaron de la fantasía que mana de esta ciudad. Pero fue por encima de todo la capital de los conquistadores que sucedieron al Imperio romano, aquí instalaron los visigodos el núcleo de su reino en la Península.

No es fácil encontrar recuerdos físicos de este tiempo. Igual que ocurre con las casas que han sufrido numerosas reformas, Toledo se desliza colina abajo plagada de cambios, reajustes, nuevos materiales. Haría falta programar una visita guiada con Cuéntame Toledo para rascar bajo la piedra hasta hacerla desparecer, y en el momento exacto en que se desvanece podríamos descubrir una fina viruta de polvo que asciende hasta colarse en nuestros oídos. Son las leyendas de Toledo, famosas en el mundo entero. Ellas pueden explicarnos cómo se veía y sentía esta ciudad maravillosa en tiempos visigodos. Sentiríamos erizarse los cabellos al escuchar la leyenda que explica cómo se adentró el rey Rodrigo en la Cueva de Hércules, para hacerse con el tesoro legendario del semidiós que se guardaba en esta cueva toledana. Pero dicho tesoro estaba tocado por una maldición, que aseguraba que el día en que un rey se atreviese a robarlo, un pueblo venido de los desiertos del sur irrumpiría con sangre y acero en la Península. Este rey, Rodrigo, fue el último monarca visigodo. Aquellos invasores temibles del desierto, los musulmanes, no tardaron en cumplir la profecía arrebatándole sus territorios.

Arcos de la Frontera

Calles de Arcos de la Frontera.
Calles de Arcos de la Frontera.Alfonso Masoliver

Son puñados de ciudades en las que podríamos encontrar rastros del legado musulmán que se depositaron, como sedimentos de un río, en nuestra tierra. Córdoba, Sevilla, Cádiz, Zaragoza... demasiados para contarlos. Numerosas iglesias del sur peninsular fueron mezquitas, y sus campanarios eran utilizados como minaretes para llamar a la oración. Son tantas trazas de gastronomía, tantas costumbres. Piense el lector que si no fuera por la rutina islámica de lavarse cinco veces al día antes de cada oración, podría ser que nosotros también tuviésemos la fama que ostentan los franceses por ser poco aseados. Incluso la palabra almohada, tan cómoda y suave de escuchar, procede del árabe.

Lejos de las ciudades, regateando las colinas y sorteando pedazos frescos de campo andaluz, Arcos de la Frontera se levanta toda vestida de blanco, recordándonos pausada su pasado musulmán. Se trata de un aire innegable. La que fuera capital de una de las taifas más diminutas de Al-Ándalus es ahora un destino excelente para desconectar del murmullo inquieto de las grandes urbes, además del lugar perfecto para destapar el legado musulmán en nuestro país. Su Basílica Menor de Santa María de la Asunción fue en tiempos remotos una mezquita, y en su fachada occidental puede descubrirse la pista que podrá confirmárnoslo. Se trata de una piedra muy vieja, casi tanto como una montaña o cualquier bosque, en la que aparece representado el Árbol de la Vida. Una imagen cargada de simbología en todas las religiones, desde la egipcia hasta la cristiana, y muy utilizada por los musulmanes del medievo. El círculo Sufí, situado junto a la misma basílica y cuya utilidad todavía no está clara, aumenta estas sensaciones del pasado. Tras dar un paseo por el jardín Andalusí y después de conocer su viejo barrio judío, el visitante podría - o debería -, finiquitar la aventura degustando las pastelas, humus y cuscús tan típicos de la gastronomía musulmana... quizá en el Restaurante Aljibe. Pura delicia.

Aínsa

Plaza Mayor de Aínsa.
Plaza Mayor de Aínsa.Alfonso Masoliver Sagardoy

¿Cómo podría ser que uno encuentra casi más franceses que españoles en este delicado pueblo escondido en la Comarca de Sobrarbe? La respuesta es evidente, basta levantar la vista para descifrarla: son esas montañas que dicen creó el mismo Hércules, los Pirineos, que separan España y Francia como dos trozos de pellejo una cicatriz penosamente cerrada. Los franceses fueron los últimos en conquistarnos, allá en tiempos de Napoleón, y pese a que terminaron por salir escaldados de vuelta a su país, todavía tuvieron tiempo para localizar las zonas más agradables del Pirineo aragonés.

Aínsa vive hermanada con la localidad francesa de Arreau desde 2009, y no son pocos los franceses amantes del alpinismo que acuden aquí para exprimir sus vacaciones; no son pocos quienes directamente viven aquí, los 365 días del año, como las hordas inglesas en su bienamada Marbella. Tiene sentido cuando hablamos de una de las regiones más bellas de nuestro país, coloreada de amarillos y ocres en el otoño y de un verde cegador durante la primavera. Y ocurre al explorar sus alrededores que encontramos localidades en el Sobrarbe que no se diferencian demasiado de otros pueblos del lado francés del pirineo, y los días de mercado uno puede pasarse al “bando contrario” y comprar a hurtadillas un delicioso paté de Espelette. Sin remordimientos. Por puro vicio. De hecho, ocurre en ocasiones que uno va a almorzar a un restaurante y lee estupefacto el menú en francés, ni más, ni menos, como si se hubiera tropezado en algún momento de su camino para cruzar la frontera en un descuido. Pero si esto sucediese en cualquiera de los restaurantes de la Plaza Mayor de Aínsa, condimentados con exquisitas recetas clásicas de los Pirineos, podemos fingirlo. Podríamos ser franceses por un día, solo para disfrutar.