Viajes
Ocurre a medida que nos acercamos al norte más extremo de España, que la espiritualidad y el misticismo condensan el ambiente. Resulta inevitable. Algo debió ocurrir a lo largo de los años oscuros, cuando no estábamos nosotros los periodistas de viajes y antes incluso de los primeros historiadores, algo debió ocurrir en la franja que recorre desde Galicia hasta los Pirineos. Es la única razón que encuentro para explicar su turbamulta de misterios: que tienen su origen primero en un inmenso y único misterio.
Es imposible descubrir ese misterio original pero supone un gozo peculiar pasear por el norte peninsular en busca de misterios más chiquititos, los hijos del Gran Misterio, y desgajarlos uno a uno, con la paciencia que exigen, hasta conseguir ordenarlos como se haría con un rompecabezas cuyas últimas piezas todavía no están recortadas. Desde el espacio exterior nos precipitamos sobre Huesca, cogemos una corriente de aire frío y sobrevolamos los robledales, con los brazos estirados imitando al quebrantahuesos, hasta aterrizar en la esquina septentrional de la Comarca de Sobrarbe. En el valle del río Cinca levantamos la cabeza, buscando entre las piedras nuestro próximo destino: Tella. La capital de la espiritualidad aragonesa.
Cuerpo pequeño, espíritu grande
Trabajosamente subimos la montaña. Por cada metro en ascenso, el horizonte que antes se escondía entre cumbres y maleza comienza a abrirse ante nuestros ojos, parecería que subir en dirección a Tella era el precio a pagar si queríamos observarlo con claridad. Y, es curioso, pero a medida que el paisaje se extiende con una elasticidad asombrosa, nosotros no podemos evitar sentirnos más pequeños. Es natural. Nos hemos colocado a la altura de las montañas y ahora comprendemos nuestro ridículo tamaño, encogiendo por cada metro de ascenso. Es maravilloso, extático, embriagador, porque a medida que nuestro cuerpo empequeñece frente al paisaje, nuestro espíritu crece, sí, aunque suene anticuado, sí, eso es, crece de forma inversa a nuestro cuerpo y se hace tan grande que tememos que se nos escape valle abajo.
Pero ocurren breves tramos donde la carretera desciende ligeramente, nada más que un puñado de metros, y nuestro cuerpo vuelve a agrandarse. El espíritu se empequeñece de nuevo, se agranda otra vez. Subimos y bajamos pequeños tramos hasta que llegamos a Tella con agujetas en el alma y los músculos doloridos.
La primera parada antes de alcanzar sus edificios de piedra oscura, digamos que se trata de un rito necesario para presentar nuestros respetos a la localidad, consiste en visitar el Dolmen de Tella, también conocido como la Piedra del Vasar. Este antiquísimo monumento funerario que los expertos datan de la época neolítica, declarado Bien de Interés Cultural y conservado en un estado excelente, resulta interesante para los aventureros de la imaginación por una poderosa razón. Debe comprender el lector que esas piedras, sencillas en apariencia, fueron colocadas por los primeros humanos que habitaron este territorio. ¡Los primeros, precisamente aquellos que pudieron conocer el Gran Misterio! ¡Qué rabia que ahora se escondan mudos en los alrededores del Dolmen y no podamos preguntárselo!
Refugio de brujas y de santos
A lo largo de la geografía española, es habitual encontrar pueblos de brujas como Zugarramurdi y pueblos de santos como Fontiveros. La riqueza cultural de nuestro país es tan vasta que podemos permitirnos lujos de este estilo. Pero podrá sorprenderse el lector cuando sepa que existe un pueblo, únicamente este pueblo del que hablamos, Tella, que puede considerarse propiedad compartida entre herejes y beatos. Resulta evidente que la espiritualidad celta impactó fuerte en este pueblo entre montañas, bien escondido de la mano de hierro de sus católicos contrarios, y que no existe un lugar más oportuno para ofrecer sosiego a los ermitaños. Pero no podemos dejar de asombrarnos por el estrambótico escenario que debió suponer Tella durante la Edad Media, cuando criaturas espirituales de todo pelaje convivían aquí en supuesta armonía.
¿Elevaban la voz de sus cantos los monjes, irritados al escuchar los rituales de las brujas? ¿Robaban estas su material sagrado para configurar sus sortilegios? Lo ignoro, no estaba allí. Pero la evidencia es absoluta. El Museo de la Bruja Tella puede explicar al visitante cualquier duda que tenga sobre las inquietantes prácticas que realizaban estas durante el medievo, aportando pruebas irrefutables de que sí, aquí vivieron un buen número de hechiceros y hechiceras. Cosa coherente por otro lado, ya que la riqueza natural de la zona, salteada con centenares de variedades de árboles y flores y plantas, supuso un excelente centro de acopio para que las vilipendiadas boticarias pudieran machacar y triturar sus ungüentos.
La Ruta de las Ermitas por los alrededores del pueblo señala la presencia de los santos. Atravesando un finísimo sendero, casi a cuatro patas imitando a los animales, rodeados de musgo y setas de tamaños jurásicos, podemos llegar a conocer tres de las ermitas más hermosas y escondidas del Pirineo aragonés. Son la Ermita de la Virgen de Fajanillas, la Ermita de la Virgen de la Peña y la Ermita de los santos Juan y Pablo. Las dos primeras del periodo románico y la segunda datada en años tan pasados como comienzos del siglo XI. Y vuelve ocurrir el juego del cuerpo grande y el espíritu pequeño. A lo largo del camino que lleva a las tres ermitas (que no se tarda más de 50 minutos en completar) nos vemos rodeados, asaltados por los arbustos, y solo será al llegar a la localización de cada ermita cuando la vegetación se abra. Somos hombres grandes de espíritu pequeño buscando las ermitas; al encontrarlas, estampadas contra las montañas, empequeñecemos y bulle el interior.
Cuidado con las bestias
El lector debe comprender que, si consiguiera pisar Tella, se encontrará en los terrenos que separan la fantasía y la realidad en una línea tan fina que resulta casi inexistente. Donde otras localidades españolas tienen corzos, jabalíes y divertidos conejos, no sería sensato entrar en los bosques de Tella durante la noche, o así lo cuentan los lugareños. A las brujas se les escaparon por entre las cumbres criaturas que ningún hombre vivo sería capaz de derrotar.
La más temible de todas se susurra junto al nombre de Silván, un gigante cuya edad todavía se desconoce. Cuenta su leyenda que, hace no demasiados años, este gigante rufián tenía aterrorizada a la población de Tella, robaba ganado y asesinaba y raptaba a los inocentes por puro divertimento. Llegó incluso a secuestrar a una niña pastora llamada Marieta, cuya simbología se refiere a lo más puro e inocente que pueda existir, y la llevó como un saco de patatas a su cueva para obligarla a despiojarle. Asqueroso. Los valientes habitantes de Tella, que andan acostumbrados en los asuntos de magia y peligros, terminaron por hartarse de la criatura y pusieron en la entrada de su cueva un cuenco con leche envenenada. Glotón como era, Silván se la bebió de un trago y cayó seco al instante.
Los expertos consideran que la leyenda de Silván está íntimamente relacionada con los hombres salvajes de las montañas, cuyas historias todos conocemos. Se trata del sucedáneo aragonés del Yeti que merodea por el Himalaya, el Bigfoot estadounidense o los silvanos de la mitología romana; aunque lo más probable sea que su historia surgió de la memoria colectiva, simplemente, para narrar los años donde el Homo Sapiens y el Neandertal compartían territorio. Los años que duró el Gran Misterio, quiero decir.
La historia que no es leyenda ni mito ni invención es la del oso cavernario, cuyos únicos restos encontrados en la península fueron descubiertos en una cueva cercana a la localidad (la cueva puede visitarse y supone una parada indispensable). Supongo que con ese no se atrevían ni siquiera los primeros tellanos. Para que nos entendamos, al hablar del oso cavernario nos referimos a un antepasado lejano del oso pardo actual, solo que este tenía los dientes más grandes, las garras más gruesas y los músculos más anchos.
No puedo afirmarlo, pero quiero pensar que la expresión “mala bestia” procede de esta criatura de espanto. Claro que las ideas contemporáneas han querido explicarnos que en realidad se trataba de una criatura delicada que se extinguió hace 20.000 años, creo que todavía lamentan su desaparición en una especie de ecologismo pleistocénico. Parece ser, según se dice, que prácticamente era un chucho. Y no voy a decir que me alegro de la extinción de una criatura que tuvo a los seres humanos a raya durante milenios, frenando nuestra evolución en colaboración con los dientes de sable y demás animales de pesadilla, pero sí me siento aliviado porque no me atacase ninguno cuando visité Tella.
Así salimos de esta grata sorpresa escondida en el Sobrarbe: palpándonos las extremidades por si los gigantes nos desmembraron, aliviados por haber esquivado al oso y, qué remedio, contentos por sentirnos un poco más brujos y santos.