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Lanzarote, verano entre edredones

La isla del viento esconde en su interior restos volcánicos, joyas naturales y largas playas que hacen las delicias del viajero, aunque sea «con rebequita»

Vista desde El Mirador del Rio in Lanzarote ArchivoArchivo

En muchos lugares de España los días son muy calurosos pero cuando llega la noche se hace necesario aquello de «ponte una rebequita», para combatir la bajada de temperaturas. Esto es habitual en Castilla y León, en Asturias, en Cantabria, en Galicia y en los Pirineos, aunque también en otras zonas montañosas. Lo que nunca hubiera dicho es que también resulta necesaria la rebequita en el norte de la isla de Lanzarote, en el archipiélago canario.

Los turistas el primer souvenir que se compran cuando llegan a esta isla durante el mes de julio es una sudadera o un anorak afelpado. Ambos con sudadera porque, aunque las previsiones del tiempo sitúan la temperatura más baja alrededor de los 20 grados, lo cierto es que el viento y la calima hacen sus estragos. No en vano, Lanzarote es la isla del viento. Los alisios se enseñorean del norte de la isla desde Isla Graciosa hasta Tinajo pasando por la antigua capital de la isla hasta mediados del siglo XIX, Teguise, que todavía se yergue activa con recuerdos de su pasado. El sur es más seco, y más soleado, y concentra la mayor parte de la industria turística desde Costa Teguise hasta Playa Blanca.

Este verano no resulta distinto y el tiempo no dibujará la verdadera Lanzarote hasta el mes de septiembre, cuando comienza realmente su «permanente primavera», con temperaturas que difícilmente superan los 25 grados y que no bajan de 20, y esta vez sí, sin los persistentes alisios que provocan una sensación de frío que hace que todos los turistas, y también los conejeros «su curioso gentilicio– que no saben que julio no es temporada alta en la isla, se refugien en sus hoteles en busca del ansiado calorcito.

Impronta de Manrique

Sin embargo, no duden en visitar la isla más habitada de las Canarias, tras Tenerife y Gran Canaria, en lo que allí llaman temporada baja. Eso sí, con prendas de abrigo siempre a mano, porque César Manrique ha dejado su impronta en lugares difíciles de olvidar, como los Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes, vestigios de las erupciones volcánicas que labraron bajo la tierra kilómetros de corredores que son sencillamente impresionantes, el mirador del Río con imágenes espectaculares del kilómetro de mar, el Río, que separa Lanzarote de Isla Graciosa que se supera en barco desde la población más norteña, Orzola.

LANZAROTEArchivoArchivo

Lanzarote es de obligada visita. Los contrastes de la isla de los volcanes dejan con la boca abierta. Desde el Parque Nacional del Timanfaya, donde se pueden ver los mares de lava a los pies de los volcanes que se encabritaron allá por la mitad de 1700, hasta las largas playas del sur, como la denominada Playa Blanca, Papagayo o Los Pocillos, sin olvidarnos de las numerosas ensenadas de Costa Teguise, pasando por los acantilados del norte adornados de calas inolvidables como La Santa, Punta Mujeres o las impresionantes Dunas de Famara. Y tampoco hay que pasar por alto el encanto que se desprende del Puerto de Arrecife o de los rincones de Teguise.

Allí en la otrora capital de la isla se respira el esplendor de aquellos años. El Palacio del Temple, la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe y numerosas casas señoriales. Entre ellas destaca la Casa de los Coroneles de Fuerteventura. En su fachada todavía cuelga el único balcón de madera exterior que se conserva en la ciudad. Más tarde el edificio se convirtió en la Casa Cuartel de la Guardia Civil hasta 1961. Ahora es un hotel, el Palacio Ico, con un patio interior que hace que el tiempo se detenga en la mente de sus visitantes. Su encanto es tal que llamó a los artistas la pintora suiza Heidi Bucher Muller y al taller de timples (instrumentos musicales impulsados por cinco cuerdas) de Marcial de León a instalarse en la señorial casa que ahora se ha convertido en un rincón para no olvidar con los cuidados de Juan, Susana, Sonsoles e Irene, lejos de los grandes hoteles y alojamientos de las playas del sur.

El centro de la isla está dominado por otra obra de César Manrique, el Monumento al Campesino, y es para hacer un monumento a aquellos hombres y mujeres que son capaces de que la tierra negra dé todo tipo de productos.

Las viñas resultan espectaculares a la par que curiosas. Las vides reposan en cubículos individuales protegidos de los vientos por piedras volcánicas. Desde Yaiza a San Bartolomé el paisaje que nos encontramos se inunda de pequeños cráteres que convierten sus frutos en unos caldos muy agradables al paladar.

Lanzarote es sin duda alguna, a pesar de su característico viento, un lugar inolvidable al que visitar, aunque haya que tener en cuenta que hasta septiembre sus veranos son entre edredones.

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