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Aranda de Duero: cuando la Semana Santa se convierte en pura emoción

Durante estos días, la ciudad se sumerge en un recogimiento que se transforma en fe, respeto y devoción

Semana Santa Aranda de Duero
Semana Santa Aranda de Duero Aranda de Duero

Hay vivencias tan intensas que resulta prácticamente imposible traducirlas en palabras. Eso es lo que sucede cada año en Aranda de Duero durante su Semana Santa. Una ciudad habituada a celebrar con júbilo sus grandes fechas, pero que, durante estos días, se sumerge en una emoción contenida, un recogimiento que se transforma en fe, respeto y devoción. Todo ello estalla en un clamor de alegría cada Domingo de Resurrección con la emblemática Bajada del Ángel, uno de los momentos más esperados y conmovedores de su calendario festivo.

A medida que se acerca la Semana Santa, la rutina diaria desaparece para dar paso a un ambiente sobrecogedor. Cientos de arandinos se visten con túnicas y uniformes de sus cofradías para acompañar, en silencio reverente, a sus imágenes religiosas. Las procesiones recorren las calles empedradas con solemnidad, acompañadas por el redoble de tambores, el lamento de las cornetas y el murmullo respetuoso de quienes observan desde las aceras. El fervor se respira, se siente, y envuelve cada rincón de la ciudad con gran intensidad.

Semana Santa Aranda de Duero
Semana Santa Aranda de Duero Aranda de Duero

Frente a la Iglesia de Santa María, joya del gótico isabelino, la Bajada del Ángel convierte la plaza en escenario de un acto lleno de simbolismo. Allí, la Virgen espera, cubierta por un velo negro, hasta que un niño o niña de apenas tres o cuatro años desciende desde una estructura de siete metros de altura para retirarlo. Es un instante mágico que provoca emoción colectiva y lágrimas compartidas, celebrado con un estallido de aplausos.

La Semana Santa arandina ofrece también estampas de singular belleza, como la procesión del Silencio. Cada Jueves Santo, la imagen del Santísimo Cristo del Milagro cruza el río Duero bajo la luz de los faroles. Según la tradición, durante la ocupación francesa, un soldado que intentó profanar la imagen quedó con el brazo inmovilizado, reforzando así su leyenda sagrada.

El Viernes Santo tiene lugar el Descendimiento, una ceremonia que se remonta a 1624. En ella, los cofrades desenclavan cuidadosamente a Cristo de la cruz, representado por una imagen articulada, en una escena que conmueve por su sobriedad y respeto.

La ruta de la torrija

Y como en toda celebración castellana, la gastronomía también ocupa un lugar especial. La ruta de la torrija y la limonadadulce y refrescante a la vez— convive con el inconfundible lechazo asado, emblema de la cocina local, servido en bandejas de barro y acompañado de vino de la D.O. Ribera del Duero.

Aranda es mucho más que un destino durante estas fechas tan entrañables. Es una experiencia transformadora, donde la Semana Santa se vive desde el corazón y deja una huella imborrable.