Alfonso Ussía

Pedro sin tierra

Pedro Sánchez es un político extravagante. Sus manos conllevan ánfora. De una mano el asa ambiciosa y de la otra, el asa lerda. Se aplica en el despropósito. Desea ser el Presidente del Gobierno de España apoyado por los votos de los que no ambicionan otra cosa que la destrucción de España. Pedro Sin Tierra. No rechaza ni los votos etarras de Bildu, que son imprescindibles para alcanzar su anhelo. Su caso es digno de ser analizado en un Congreso de Psiquiatría Avanzada. Querer ser el Presidente de algo para que ese algo se convierta en nada. Un algo que para millones de españoles, entre los que me hallo, es mucho, muchísimo, y la respuesta puede ser peligrosa. Lo malo es que sus barones se harán igualmente responsables de lo que ocurra, que no será bueno. Ni bueno, ni tranquilo. La culminación del sueño de Sánchez es posible porque se ha encontrado una nación sin Estado. El Estado se ha escondido en muchos rincones de España, y quien tiene que recuperarlo no se atreve a hacerlo. El Estado no ha muerto gracias al Rey y a unos jueces. No todos. España es una nación con la Justicia fragmentada en asociaciones cuyos miembros se enfrentan en la interpretación de los códigos. Una asociación reúne a los jueces y magistrados socialistas, comunistas o podemitas. Otra, a los liberales y conservadores. Y una tercera a los de ni chicha ni limoná. Resulta devastadora la influencia ideológica en nuestra Justicia. Pero aún así, el Estado ha funcionado y ha resistido el primer ataque del golpe de la tración por boca del Rey y la firmeza de unos jueces. El separatismo catalán ya le ha dicho a Sánchez que se sumará a su moción de censura contra Rajoy si abre las puertas de las cárceles a los golpistas enchironados. Es decir, que deja en manos de quien no le corresponde la acción de la Justicia.

¿Europa? Europa es la gran puta. Siempre lo ha sido. Mantiene el aparente respeto a España porque sabe que, de triunfar el golpe de Estado en Cataluña, al que seguiría el vasco con Navarra en la mochila, la Europa de los Estados explosionaría. El norte de Italia se desprendería del sur, Córcega de Francia, Baviera de Alemania, Bélgica se rompería en dos partes –pocas se me antojan–, e Irlanda del Norte, Escocia y Gales rechazarían a Inglaterra. Europa no ha sabido constituirse en concepto. Se ha limitado a ser una administración policial del dinero comunitario.Puede sobrevenir la tragedia, porque la fragmentación de España va a ser contestada por millones de españoles, con Sánchez o sin Sánchez. Y el Estado diluído en las mentiras históricas y los quebrantos mentales, reaparecerá por necesidad, que no por gusto.

Sánchez es un visionario sometido a su ilimitada capacidad de equivocarse. La sentencia de «Gürtel» en nada afecta a Rajoy, como la futura de los ERE en Andalucía para nada condicionará o pondrá en duda la honestidad de Sánchez. Sánchez recuerda al personaje femenino de Gila que asistía a todas las bodas, y cuando el sacerdote preguntaba a la novia «¿Queréis como esposo?»... ella desde su banco gritaba: «¡Y si no lo quiere, para mí!». España no se merece esta clase política, que alcanza honduras de soterra en la Cataluña separatista. El viejo PSOE tenía en común su lealtad a la «E» final, español. Zapatero no es empeorable, pero su resistencia al «Plan Ibarreche» alivia su aterrador período al frente del Gobierno de España. Sánchez opta a superarlo. España no le importa. Le importa él. Y habrá que impedirle que su ego termine con España. Entre España y Sánchez, siempre España.

De aprobarse la moción de censura dará comienzo un período de inestabilidad y contrasentido de altísimo riesgo. Hasta ahora, la calle ha permanecido en educado silencio. Si España se rompe, y Sánchez lo va a intentar con sus socios, podemos vernos envueltos en un brutal tornatrás de más de ochenta años.