Toros
Ganaderías bravas (y III)
“'Playero' fue lidiado e indultado en dos ocasiones, en Lisboa y Sevilla. Y acabó domado como un buey”
Decíamos, en la columna anterior, que el toro bravo es un claro ejemplo de conservación de la naturaleza. Algunas familias mantienen, a través de sus ganaderías, un patrimonio único. Como Miura, en sus ya 178 años de historia. Con una antigüedad mayor que inventos como la electricidad o la radio. Todos los aficionados tenemos guardados algunos toros en nuestra cabeza. De Miura, precisamente, uno recuerda a «Bombito», lidiado en Pamplona por Juan José Padilla. Un toro que se llevó una eternidad en el peto del picador. De Partido de Resina, a «Joyerito», probablemente el toro de más bella lámina lidiado en las últimas décadas en Madrid. Como animal de perfectas hechuras, a «Jarabito», de Zalduendo. Un toro que cuajó un inspirado Emilio Muñoz en aquella faena soñada en Sevilla, donde se le escuchó aquella frase: «Así se torea en Triana». Pero si hay un toro que podemos rememorar por su entrega y humillación, ése fue «Cobradiezmos», de Victorino Martín. Un burel que supo lucir el torero de Gerena, Manuel Escribano, y al que se le concedió el indulto en el Coso del Baratillo. Se ha escrito mucho sobre la historia y anécdotas de toros célebres. Como el toro «Diano», de Eduardo Ybarra, semental clave en la selección del toro bravo del siglo XX. O el toro «Lancero», uno de los pilares de las ganaderías de sangre Domecq. Entre las más curiosas, nos llamó la atención la del toro «Murciélago», un colorado de Casta Navarra lidiado por Lagartijo y que da nombre a un modelo de coches Lamborghini. Pero pocos relatos como el del toro «Playero», de Murube. Fue lidiado e indultado en dos ocasiones, en Lisboa y en Sevilla. Y acabó domado como un buey, para arar en el Cortijo de Juan Gómez, entre Los Palacios y Utrera.
✕
Accede a tu cuenta para comentar