Julio Anguita
La no desaparición de Julio Anguita
Felipe Alcaraz, histórico compañero de partido, rememora la importancia de su legado político
Ha muerto Julio Anguita pero no se ha marchado del todo. Para nosotros es un dirigente de muerte imposible, como José Díaz, como Pasionaria. Supone un hito no solo en la política de la izquierda transformadora, en el ámbito de los comunistas, sino más allá.
Julio Anguita no separó nunca la ética y la ejemplaridad del ejercicio de la política. Era, por tanto, un político ajeno a esa sociedad de mercado que ha hecho de la política un espectáculo. Un espectáculo de creación de expectativas, y aun esperanzas, aunque estas no se cumplan al final y solo sirvan para subir la cotización electoral. Supo representar los intereses de la gente, pero a la vez supo ser gente. Él sabía que la política es siempre una cuestión de correlación de fuerzas, y que esas fuerzas se crean acumulando intensidad desde el principio gramsciano de la creación de hegemonía, es decir, el convencimiento. Por eso digo que no era un político-espectáculo. Él sabía que los hiperliderazgos tienen las patas muy cortas y que no se trata de seducir, que eso supone un poder efímero, sino de convencer, de reagrupar, de organizar.
Al mismo tiempo Anguita sabía que no se trataba la política de una especie de mesa de póquer, basada en la habilidad o en la suerte. Si no hay programa, todo se convierte en un mero populismo, dependiente de las capacidades taumatúrgicas del líder. Y desde estas bases (o sea, la democracia participativa a la hora de construir programa y movilización) creamos en 1984 “Convocatoria por Andalucía”, que sería la condición de existencia, a partir de 1986, de Izquierda Unida.
Y sin duda había ambición de fondo. No se trataba de sindicalizar la política con la intención de conseguir “cositas”, sin cambiar el tablero y las reglas de juego. Se trataba de luchar desde el imaginario de una nueva sociedad, desde modelos alternativos de gobierno, estado y sociedad.
Y no se trataba de ocultar la estrategia. No se trataba de ser lobos pero apareciendo en el mercado electoral con pieles de cordero. Todo estaba explícito, y se pedía el apoyo para ir construyendo no una alternancia, con respecto al bipartidismo de otrora, sino una alternativa. Por eso se decía que Julio no pactaba sus principios. Era verdad. Frente al panorama actual, donde hay muchos políticos dedicados a los “finales”, Julio partía siempre de los principios, sin abandonarlos a mitad de carrera.
Por eso digo que, para nosotros, y para la política en general, Anguita no era, ni es, un político efímero, que a veces hay que recordar. No se trata de recordar (etimológicamente volver a pasar por el corazón). Está fijo en el corazón y la cabeza, como un dirigente que nos convenció. Por eso he dicho más arriba que para nosotros es un dirigente de muerte imposible. Hubiera sido mejor su presencia permanente, pero ya se sabe que todos tenemos un turno.
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