"Volavérunt"
D10S
“La del Diego es la historia de Aquiles, raptado de un sueño desde Villa Fiorito una noche de verano de 1986 en un estadio llamado Azteca”
El Diego llevaba muriéndose casi desde que alcanza la memoria. Desde el 94 en EE UU cuando le «cortaron las piernas» hasta sus sucesivas muertes y resurrecciones, todo ha sido el inicio del poema de Rosales. «Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastasen para morir». Los obituarios estaban escritos, lo que no resta luto a la tragedia homérica. La del Diego es la historia de Aquiles, raptado de un sueño -«El sueño de la razón produce monstruos», grabó Goya- desde Villa Fiorito una noche de verano de 1986 en un estadio llamado Azteca. Los hombres que un día fuimos niños peregrinábamos a ver al Mesías, cuando D10S, aún caído a los infiernos por una de sus puertas en Nápoles, alquiló un chalet con vistas a Sevilla al torero de nombre Espartaco. El Diego, como el esclavo tracio, en la arena del coliseo se hizo D10S. En el Aljarafe apenas se podía llegar hasta una rotonda hacia ninguna parte –donde ya iba sin frenos la vida del Diego–, repleta de aparente seguridad. Dice Curro Romero que el toro no te coge con los pitones; el toro embiste con los ojos. Maradona tenía entonces, aún en su penúltima edad, unos ojos muy vivos y siempre (en la cancha) en los momentos cumbre tuvo cambio de ritmo, visión, memoria y temple. «En la lidia -de hombres o bestias- lo primero es parar. El que sabe, para», puso Chaves Nogales en boca de Belmonte en una biografía que relata pases desnudo, que podría haber firmado el mismo Maradona, a la luz de la luna en la dehesa de Tablada que se ve desde la casa de Espartaco que habitaba el Diego junto a decenas de moradores que, según cuenta Minguella, “a cualquier hora que fueras estaban comiendo”. En Sevilla Maradona quemó la noche, y en los saques de centro ya avisaba: «Cuando pite el árbitro nos vamos de putas». Detectives Larry puso un puesto avanzado frente a «la Casita», a unas pocas cuadras del Pizjuán. Decía Viktor Frankl, psiquiatra austríaco que sobrevivió a Auschwitz, al que admiraba Suárez -otro héroe de la traición, en definición de Javier Cercas-, que “vivir es sufrimiento. Sobrevivir es encontrarle sentido al sufrimiento”. El Diego jamás encontró sentido a la vida fuera de la cancha, lejos del balón. Fue internado en un psiquiátrico y el primer loco le dijo que era Gardel. «Yo soy Diego Armando Maradona». La escena, propia de Jack Nicholson en «Alguien voló sobre el nido del cuco», la relató Gistau. Las caretas cayeron cuando el loco empezó a cantar y al Diego le tiraron una bola de papel plata, una naranja o cualquier objeto susceptible de mantener a flote con su telepatía. Malabares eran los de Ronaldinho, el Gaúcho. Lo del Diego era directamente telequinesis. «Lo que Zidane hace con un balón, Maradona lo hacía con una naranja», dijo Platini un día. A Miguel Ángel Portugal se lo dijo López en el Burgos cuando el Diego tenía 16 años. Oxford nombró a Maradona «Maestro Inspirador de Sueños» en 1995. Lo escribió Umbral en el 82 cuando fichó por el Barcelona: “Maradona es bona si la bolsa sona”. No por las peregrinaciones a Simón Verde en busca de D10S, que entonces vestía zamarra sevillista, sino por su sentido napoleónico en el campo y su capacidad para derrotar gigantes, el hijo de alguno de aquellos niños que hoy tratan de ser hombres se llama Diego. “No me importa lo que hiciste en tu vida, me importa lo que hiciste en la mía”, reprodujo Monchi en la hora postrera la pancarta del retorno a la Bombonera. Maradona, pródigo de sí mismo, sinécdoque de la humanidad, hereje del olvido, así en la vida como en el fútbol, recorrió el camino de la métrica irregular del poema de Rosales y «jamás se equivocó en nada sino en las cosas que más quería». La autenticidad tiene algo de anomalía pero, pese a todo el barro y miseria que esconde el retrato de Dorian Gray del triunfo y la vida, como dejó dicho el Diego, «la pelota no se mancha».
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