"Méritos e infamias"
Trump’s pateras
“La cuestión migratoria no se puede solucionar proporcionando acceso a la península ni tampoco poniendo una fragata para disuadir a las pateras”
En los estertores de la administración Trump, EE UU reconoce la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental metiendo una vez más una cuña entre Rabat y Madrid. No es nuevo, puesto que nuestro vecino africano siempre ha sido un actor de relevancia para el Departamento de Estado, que también reconoció en 2019 como israelíes los míticos Altos del Golán conquistados por Moshé Dayan en 1967. Aunque situados a miles de kilómetros de nuestra feliz arcadia andaluza, el conflicto segrega suficientes humores para que nos atragantemos con ellos diariamente. No es casualidad que el flujo de inmigrantes llegue a Canarias vía cayuco en primer término y luego montados en ferris hasta Huelva. No lo es. Marruecos abre y cierra el grifo conforme vayan sus intereses. Más o menos narcotráfico, más o menos inmigración, más o menos problemas en la frontera de Ceuta y Melilla. Como un grifo del que se bebe para apagar la sed, pues igual. Hasta hace unos años, la diplomacia española supo jugar las cartas para contentar a Mohamed VI sin mermar los intereses nacionales. Con Pablo Iglesias de vicepresidente incendiario, la parte que más nos afecta llega hasta territorio nacional con el conocimiento y apoyo del Gobierno de Pedro Sánchez como ayer informamos en LA RAZÓN. La cuestión migratoria no se puede solucionar proporcionando acceso a la península ni tampoco poniendo una fragata para disuadir a las pateras. Lo seguirán haciendo porque además de tratar de meter su vida en algún sitio decente, quienes se embarcan en la aventura de llegar a las costas canarias lo hacen con la «vista gorda» de las autoridades marroquíes, que aprietan donde tienen que hacerlo cuando esperan que España siga sus dictados sumisamente. Con la Corona, el mejor aliado para solventar este tipo de cuestiones, bloqueada desde la Moncloa, y con Iglesias alentando al Frente Polisario, Rabat seguirá nutriendo el Atlántico de personas dispuestas a llegar a Europa sin control alguno y asumiendo los problemas que generan su llegada las autoridades locales y los ciudadanos. Nada es una casualidad.
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