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Opinión | Méritos e infamias

Conversación en la colegial

"Tenía fresca la lectura febril de «Conversación en la Catedral» (...). Yo le preguntaba cosas a Vargas Llosa, pero quién me habló fue Santiago Zavala"

Mario Vargas Llosa en una imagen de archivo Gtres

Mario Vargas Llosa llegó a la colegial de Osuna a media tarde, acompañado por un puñado de amigos que lo esperaban a la distancia. Tras una breve puerta, charlaba con uno de los organizadores del acto, que estaba alentado por el dinero fácil de los años de la burbuja económica del 2000, y que permitía excesos como organizar una cuchipanda bestial con más de 100 invitados para ver plantar un olivo. Así estaba España entonces, esperando la crisis pero sin atreverse a decirlo. Aún no se había jodido. Por no perder el tiempo me fui directo al Nobel, con el que comencé a conversar tras una breve e improvisada presentación. Me colé allí, en la nada, donde el peruano esperaba las instrucciones del protocolo. Hablamos de «La ciudad y los perros», del colegio militar, los quepis y las novatadas que sufrieron sus compañeros de promoción. No creo que nadie se metiera con aquel chico fornido con pinta de boxeador al que le gustaban por igual las mujeres y los libros. En su séquito esperaba una mujer madura y extraordinariamente bella que me presentó como una «princesa croata». Tenía la piel de alabastro, el pelo de Botticelli y unos ojos donde se mecía el adriático en un púrpura concentrado. Me quedé mirándola unos breves segundos y entendí a la perfección que algo había entre ellos dos. «Yo también fui joven y periodista», dijo Vargas Llosa como para romper el encanto del momento y partir mi cara de bobo con la que miraba a la princesa. Reímos y me contó sus duros comienzos en una redacción de los años cincuenta cuando la verdad esperaba en la calle al periodista. Había que ir a buscarla, entre los coches que circulaban por las avenidas limeñas, perderse en las noches de delito y alcohol hasta las playas, buscar la verdad en el Ochenio de Odría. Yo tenía fresca, de ese verano anterior, la lectura febril de «Conversación en la Catedral» y le respondía con comentarios sobre la novela que él explicaba en primera persona. Yo le preguntaba cosas a Vargas Llosa, pero quién me habló fue Santiago Zavala.