Medio Ambiente
La Eco Reserva de Ojén agoniza bajo el implacable peso de la ley
Tras su clausura hace nueve meses clausurarla y una una multa que supera los 100.000 euros por no cumplir con la normativa
La Eco Reserva de Ojén, un pequeño paraíso para la fauna autóctona andaluza situado a las puertas del Parque Natural Sierra de las Nieves, agoniza bajo el implacable peso de la ley y la mirada angustiada de quienes consiguieron transformar una zona de caza en un santuario para animales como el ciervo, la cabra montesa y el muflón.
Este recinto echó a andar con ilusión, entusiasmo y todas las bendiciones de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, el mismo departamento que hace nueve meses decidió clausurarla y ponerle una multa que supera los 100.000 euros argumentando que no cumple con la normativa.
La historia del parque, actualmente cerrado al público, comenzó en 2015, cuando la agrupación ecologista Pinsapo y Monteaventura lograron que el área sobre la que se asienta -hasta ese momento reserva cinegética- se convirtió en reserva ecológica y se integró en la Red Natura 2000 como Zona Especial de Conservación (ZEC).
Sus impulsores querían que el visitante tuviera una “visión diferente de la naturaleza” a través del contacto directo con los animales, porque “de nada sirve trabajar por la conservación si el mensaje no se transmite a otros”, explica a EFE el responsable del centro, Antonio Calvo.
NUEVE MESES CERRADO AL PÚBLICO
Un proyecto de educación, investigación, conservación y autoempleo les permitió abrir las puertas al público y convertirse en un foco dinamizador para la economía local, algo que con el cierre se ha perdido, lamenta el alcalde de Ojén, José Antonio Gómez.
Gómez ve el futuro de la reserva con preocupación y recuerda que hubo un tiempo, que espera no vuelva, en que los guardas forestales pedían ayuda al consistorio para dar de comer a la fauna.
La Administración autonómica aduce que el parque ha infringido la normativa de parques zoológicos, que no cumple las normas sanitarias ni de seguridad pública y exige al concesionario, entre otras cuestiones, que parcele el terreno y haga ‘corralitos’ para las distintas especies.
La realidad es que esta reserva no es un zoo al uso, es un pedazo de monte vallado en cuyo interior los animales viven en libertad. Antonio siempre soñó con que un día pudiera ser como el parque Richmond en Londres (Reino Unido) o el Fénix en Dublín (Irlanda), pero la consejería asegura que en España la normativa no lo permite al estar en un entorno urbano.
REFUGIO PARA ANIMALES TROQUELADOS
En estas 82 hectáreas protegidas de Sierra Blanca, a escasos diez minutos de Marbella, han encontrado refugio algunos animales “troquelados”, es decir, que han perdido su impronta y que, tras familiarizarse con el ser humano, ya no pueden volver a un entorno natural sin supervisión.
Este es el caso de Maripepa, Valentín, María y Califa, cuatro simpáticos ciervos que viven en la Eco Reserva y que no dudan en dejarse ver y caminar junto a quienes se adentran en el monte, animándose, incluso, a “posar” en sus fotos.
A diario se cruzan con Trufa, Lluvia y Manolo, tres independientes jabalíes que pasean por el paraje en busca de deliciosas bellotas o de algún charco de barro donde revolcarse. Ellos, al igual que los ciervos, se han acostumbrado a ver humanos por su hogar y no se ocultan de su vista.
Además de los que tienen nombre propio y numerosas aves silvestres, la reserva está poblada por más de un centenar de ejemplares típicos del monte mediterráneo como zorros, tejones, meloncillos, ginetas y garduñas que, si bien son nocturnos y algo más tímidos, están ahí y comparten hábitat con las manadas de ciervos, cabras y muflones.
Sin ingresos ni más recursos que sus ahorros y la ayuda de quienes aman la naturaleza, Antonio va cada día a la Eco Reserva para llevar agua y comida a los animales, que no entienden ni de leyes ni de recintos cerrados, en un año en el que la sequía ha castigado con dureza al monte.
PROHIBIDO EL ACCESO A VOLUNTARIOS
Acude solo, porque la consejería ha prohibido el acceso a los voluntarios, y, prácticamente al borde del llanto, pide diálogo y flexibilidad al ente autonómico para poder adecuar un terreno de semejante tamaño a las exigencias de la administración.
Le acusan también de tener jabalíes, zorros e incluso ciervos sin la documentación legal en la que se determinan cuestiones como su origen y procedencia, pero, “¿qué hacer si te dejan en la puerta unos rayones de biberón, huérfanos, o te traen un cervatillo herido o desnutrido?”.
Su decisión de criar a Trufa, Lluvia y Manolo, o de recuperar y dar cobijo a Maripepa, Valentín, María y Califa, le pasa hoy factura en forma de expediente administrativo y el miedo al cierre definitivo de la Eco Reserva pende sobre su cabeza como una gran espada de Damocles.
Antonio no abandona su sueño de hacer de este un gran santuario animal, pero prefiere cumplir los requisitos de la normativa de parques zoológicos a dejar abandonados a su suerte a unos animales que considera su familia y que cuando lo ven lo siguen como si fueran perritos falderos.
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