Pregón taurino
"Sevilla es el Aleph, el centro del universo"
Victorino Martín inaugura la temporada taurina desde el Maestranza con un pregón cargado de verdad, compromiso y orgullo ganadero
La voz del campo ha tomado forma este domingo en el escenario solemne del Teatro de la Maestranza. Con su verbo firme y su alma de ganadero viejo, Victorino Martín García, presidente de la Fundación del Toro de Lidia e hijo de una leyenda viva de la bravura, ha pronunciado el XLI Pregón Taurino de Sevilla, que ha abierto, como cada primavera, la temporada en la Real Maestranza. Fue presentado por el abogado y aficionado Lorenzo Clemente Naranjo, que destacó el compromiso ético y cívico del pregonero con la tauromaquia, definida como "un ejercicio de libertad".
Más que un pregón fue una declaración de amor, un grito de resistencia y una llamada al compromiso de todos los que sienten que en el albero se refleja la verdad de un pueblo. Victorino se mostró fiel a sí mismo: directo, con la autenticidad de quien habla desde el surco y no desde el púlpito. Su arranque fue tan humilde como certero: “Cuando me di cuenta de la dificultad del compromiso adquirido fue cuando pregunté quiénes habían sido mis predecesores. Poca cosa: Vargas Llosa, Francis Wolff, Pérez-Reverte…”. Con ese tono entre el respeto y la honestidad, el ganadero fue hilando un pregón donde se conjugaron la filosofía de la tauromaquia, la defensa de su legado cultural y ambiental, y una mirada profundamente simbólica sobre Sevilla: "Inspirándonos en el cuento que escribió Borges, Sevilla es el Aleph (…) el principio, la unidad, lo primordial. Según su escudo, Sevilla sería el centro del universo".
"Sevilla, donde los sueños se cumplen. Aunque pocas veces coincide exactamente con lo soñado, la realidad incluso puede superar lo esperado”, abrió Victorino, en un arranque cargado de lirismo, apuntando desde el primer minuto a la relación "mágica" entre esta ciudad y la tauromaquia. Recordó tardes memorables de toreros y toros fundidos para siempre en la historia de esta plaza: “El Tato-Veraneigo; Liria-Gallareto; Ferrera-Disparate y Mecanizado; Ureña-Baratero; El Cid-Borgoñés; Escribano-Cobradiezmos".
La Maestranza, símbolo de eternidad, escuchó en silencio cómo el pregonero trazaba un mapa emocional del rito taurino, de sus enemigos y de sus defensores. "La cultura no la impone ningún gobernante por mucho que se empeñe. Es la voluntad popular la que elige cómo le gusta vivir”, clamó, en una clara alusión a los ataques que la tauromaquia sufre desde distintas trincheras políticas y mediáticas.
Victorino defendió con orgullo su oficio: “La voluntad de los ganaderos ha ido modelando una cabaña bovina única en el mundo”, dijo, recordando que el toro actual es el más preparado, el más exigido, el más medido, porque es también el más observado. Reivindicó la nobleza como una forma superior de bravura, y advirtió contra los excesos que convierten el toreo en una danza sin alma: “La grandeza del toro donde se ve de verdad es en la plaza”.
El pregón se convirtió también en un manifiesto ambiental: “Tenemos que explicar muchas veces en la UE que la dehesa no es ni bosque ni pradera. Es un ecosistema creado por el hombre, que mantiene su biodiversidad porque en ella se cría el toro bravo”. Así, el toro apareció no sólo como símbolo cultural, sino como garante de un equilibrio ecológico en peligro.
Frente al abandono, el pregonero propuso compromiso. Frente al complejo, claridad. “La mejor manera de defender la tauromaquia es ir a las plazas. Pero también saber explicarla. Decir con orgullo que somos cuna de un rito único”, dijo ante un público que, al final, le dedicó una ovación cerrada.
El pregón de Victorino ha sido una reivindicación sin estridencias, cargada de razón. Un recordatorio de que la tauromaquia no se defiende sola. Que necesita del gesto, de la voz y del paso firme de quienes la aman. Porque, como él mismo sentenció, “hay muchos intereses que intentan reducirla o incluso exterminarla (…) pero tenemos un patrimonio único que debemos conservar y entregar a las generaciones venideras". También aludió a las virtudes humanas que encierra cada tarde en el ruedo: “Un festejo taurino es un ejemplo de los valores necesarios para afrontar los retos que la vida nos presenta: inteligencia, valor, compañerismo, respeto...”.
Con este aldabonazo de palabra, se alza el telón de la temporada sevillana. Y desde este domingo, "Sevilla vuelve a ser Aleph: punto de partida y punto de encuentro. El centro del universo".