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Así es la "perla oculta" de Mallorca, un pueblo ajeno a la globalización y el turismo de masas
Estellencs, en la Sierra de Tramuntana, conserva su esencia rural y medieval con apenas 380 habitantes y sin rastro de grandes hoteles ni aglomeraciones

En el extremo occidental de la Sierra de Tramuntana, donde la montaña se precipita abruptamente sobre el Mediterráneo, se alza Estellencs, el municipio menos poblado de Mallorca. Rodeado de pinares y encinas, el pueblo se aferra a la ladera del Puig de Galatzó como si el tiempo no hubiera pasado: calles empedradas que serpentean entre casas de piedra, lavaderos públicos aún en uso y el murmullo de una cascada que baja hasta la pequeña cala de guijarros que lleva su nombre.
Aquí no hay resorts, ni clubes de playa, ni siquiera una carretera que lo atraviese de lado a lado; solo el silencio roto por el viento entre las torres de defensa que vigilaban la costa desde el siglo XVI.
El casco histórico, de trazado medieval, se divide en los barrios de s’Arraval y sa Vileta. En cada esquina se respira la vida de las ‘estellenqueras’ que descendían con el cesto de ropa hasta los lavaderos para tejer complicidades mientras batían la ropa contra la piedra.
La iglesia de Sant Joan Baptista, levantada en el siglo XVII y ampliada en el XIX, alza su campanario torreón que antaño alertaba de incursiones piratas; junto a ella, la Tafona des Forn guarda los lagares donde hasta los años sesenta se prensó la aceituna de los olivos que aún peinan las terrazas cercanas. El artista Mariano Navares ha salpicado el pueblo con esculturas de chatarra oxidada que parecen brotar del suelo, recordando que el arte también puede germinar en el abandono.
Un rincón donde la montaña y el mar firman un pacto de quietud
Para quienes se resisten a irse sin haber sudado la camiseta, Estellencs es punto de partida de la Ruta de Pedra en Sec GR221. El tramo hasta Esporles discurre por 14 kilómetros de garriga y olivares centenarios, con vistas que se abren de golpe sobre el mar como un ventanal azul.
Más corto, pero igual de exigente es el Camí Reial que desciende hasta Cala Estellencs, donde una cascada de agua dulce cae directamente sobre la piedra y el único ruido es el chapoteo de quien se atreve a zambullirse. Los más veteranos optan por la ascensión al Puig de Galatzó, 1.206 metros de roca calcárea desde donde la isla se dibuja entera, de Es Bisbe a Pas de na Sabatera, mientras las torres de Sa Torre Nova y Es Verger vigilan aún el horizonte como sentinelas de piedra.
Estellencs no quiere ser descubierto; quiere que se te olvide el móvil en la habitación, que se desee llegar a él caminando y que, al marchar, se lleve la certeza de que en algún rincón del Mediterráneo la calma aún se puede tocar con las yemas de los dedos.
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