
Historia y Leyendas
El acantilado de España que da miedo solo con pronunciar su nombre: El Descojonado
El archivo oral de la costa está lleno de leyendas que mezclan sal y tragedia
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En el punto donde Gran Canaria se queda sin más tierra que ofrecer y empieza el reino del Atlántico, la aventura se convierte en ejercicio de equilibrio y valentía. Alcanzar el techo del poniente insular no requiere días de caminata, pero sí piernas con ganas de guerra. En menos de cuatro kilómetros, uno puede ir, volver y, de paso, replantearse si aquello de "paseo fácil" no fue un exceso de optimismo. Y cuando el sol aprieta, cada gota de sudor se cobra como impuesto natural o turístico -que está muy de moda ultimamente- por querer contemplar una de las vistas más asombrosas de Canarias.
El camino hay que inventarlo siguiendo el rumor del agua por la Cañada del Mar hasta la Degolladita de Los Frailes. Luego llega el descenso hacia El Descojonado, nombre que no invita precisamente a la confianza. En este balcón natural, los acantilados de Los Canalizos se lanzan al vacío sin red y el océano ruge abajo como si estuviera a punto de tragarse la isla entera. Allí uno entiende que el humor canario tiene algo de supervivencia: llamar “El Descojonado” a un precipicio así es una mezcla de advertencia y sarcasmo geográfico.
La geología, que nunca pierde la compostura, cuenta que esta parte de la isla es un museo del fuego. Hace más de 14 millones de años, las entrañas de la Tierra se abrieron paso a codazos, levantando un gran escudo volcánico que hoy se exhibe como un pastel de capas basálticas, coladas superpuestas y diques que atraviesan la roca precisión de cirujano. Para quien no sea geólogo, basta con mirar y pensar: "vale, aquí el planeta se puso creativo".
El viento sopla con carácter, porque si algo tiene el alisio es mala leche cuando se le antoja. Así, remueve y convierte el mar en un dragón azul con espuma en las fauces. Navegar por este tramo siempre fue deporte de valientes y de los que preferían rezar antes que consultar el parte meteorológico. No en vano, el nombre del lugar nació del miedo, no de la risa. Según los viejos pescadores, "si no sabes lo que haces, te vas a descojonar… pero de verdad". Sin brújulas digitales ni GPS, muchos marineros aún confían más en la memoria y en el instinto que en la tecnología, y la mar, agradecida, les deja volver.
El archivo oral de la costa está lleno de leyendas que mezclan sal y tragedia. Desde naufragios de barquillos hasta desprendimientos que parecían castigos divinos, cada generación ha heredado una historia de susto o milagro. Cuentan que en una ocasión un joven logró escalar, medio descalzo y en estado de shock, hasta la Playa del Asno para pedir ayuda tras un derrumbe. Nadie supo cómo lo hizo, pero el lugar donde sobrevivió se conoce desde entonces como El Paso Nuevo. El humor isleño volvió a bautizar el desastre, porque en este Archipiélago la ironía también sirve para recordar.
La Aldea de San Nicolás, guardiana de este rincón, encierra un paisaje de barrancos y miradores. En días despejados, las aristas de la llamada Cola de Dragón se alinean como dientes de sierra y el océano dibuja una costura blanca en su base. Desde el aire, todo parece un mapa en 3D. Desde abajo, un desafío a la gravedad. Y desde cerca, una postal que te recuerda que, a veces, la belleza también da miedo.
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